El Seminario El Sentido Busca al Hombre. El ser humano como pregunta, el cristianismo como respuesta se divide en tres grandes partes que se pueden comprender aisladamente, pero que juntas, como itinerario, encuentran su sentido pleno.
En esta sección de recursos se han ordenado esquemáticamente todas las referencias culturales que aparecen en las tres partes del Seminario, según la temática propia. El objetivo es brindar una fuente de recursos directa y clasificada, independientemente de si se cursa o no el Seminario.
Está dirigido a profesores, investigadores o todo aquel alumno que quiera seguir profundizando en el recorrido sobre la credibilidad y pretensión del cristianismo, y sus implicaciones para la vida.
El ser humano siempre se ha preguntado por el sentido de la vida de muchas maneras. Podemos decir que esta es su herencia. Ninguna generación ha dejado de despertar a las preguntas o ha podido encontrar una respuesta infalible que haya pasado a sus hijos para ahorrarles la búsqueda. Desde el inicio de los tiempos, desde esa mano en Altamira que parece decirnos “yo he sido, aunque vaya a desaparecer”, los hombres y mujeres han buscado los porqués de la existencia, del mundo, pero, sobre todo, de su existencia particular.
A continuación, mostramos una recopilación de artículos de opinión, entrevistas y reseñas en torno a la pregunta por el sentido de la vida.
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Amor, verdad, libertad – Juan Serrano Vicente.
Dante, Nembrini y nuestra humanidad deseante – Paula Martínez del Mazo.
De cine y trascendencia – Luis Rodríguez Viña.
Edvard Munch o el arte que cambia la vida – Entrevista a Pablo López Raso, director de los grados de BBAA y Diseño de la Universidad Fco. de Vitoria.
El consuelo de la belleza – Sophie Grimaldi.
El pellizco – Fernando Savater.
El superhéroe (del cine) en busca del sentido – Arturo Encinas.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. ¿Es demostrable la existencia de Dios? Medina, Jonatan.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. Fe y Razón, ¿amigas o enemigas? Briceño, Mauricio.
Exposición: ¿Acaso alguien nos ha prometido algo? Y entonces ¿por qué esperamos?
Flannery O’Connor y el sentido del sufrimiento – Susana Miró.
«Hay personas que se emborrachan de activismo para no pensar» – Entrevista al psiquiatra Fernando Sarráis.
La belleza que salva – Nicole Pretell.
Minicurso Newman sobre la cuestión de Dios – P. Florencio Sánchez y Rocío Solís.
NOSTRA AETATE. Sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Papa Pablo VI. 1965
Me pido – Pablo Velasco.
¿Quién es la verdad? – Enrique García-Máiquez.
¿Quiénes somos para ti? – Francesco de Nigris.
Sobre la belleza – Entrevista a los profesores universitarios Manuel Sánchez Cuenca y Eduardo Segura.
Shtisel sin velos – Enrique García-Máiquez.
Somos pregunta – Rocío Solís.
«Una gran mentira es que la felicidad está en la salud»– Pablo Delgado en el Minicurso Newman sobre el sufrimiento.
Una llamada superior – Eric Hilhooly.
Ustedes van a morir – Lupe de la Vallina.
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A lo largo de la historia, numerosos autores han hecho referencia a la pregunta por el sentido de la vida. A continuación, recopilamos una serie de citas en orden alfabético.
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Hay seres que justifican el mundo, que ayudan a vivir con su sola presencia.
Pero la ciencia solo puede ser creada por quienes están profundamente imbuidos del anhelo de verdad y comprensión. La fuente de estos sentimientos proviene, sin embargo, de la esfera religiosa. A ella pertenece también la fe en la posibilidad de que las normas que rigen al mundo de lo existente sean racionales, esto es, accesibles por medio de la razón. No puedo concebir a un auténtico científico que carezca de esa profunda fe. Todo esto puede expresarse con una imagen: la ciencia sin la religión está coja, y la religión sin la ciencia, ciega.
Pero dígame: ¿qué puedo hacer yo por usted? ¿Escribirle una carta? ¿Y para qué puede servirle una carta? Yo escribo solo de política y ¿de qué serviría que yo le escribiera de política? A usted sería necesario hablarle de otras cosas y yo nunca escribo sobre esas otras cosas, más aún, ni siquiera pienso en ellas; precisamente para no pensar en ellas escribo de política y de asuntos que, en el fondo, no me importan nada. Así consigo olvidarme de mí y de mi propia miseria. Este es el problema: encontrar el modo de olvidarse de uno mismo y de la propia miseria.
Ante estos problemas tan dramáticos, razón y fe se ayudan mutuamente. Solo juntas salvarán al hombre. Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve avocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas.
Podemos saber aquello que podemos probar y aquello que no puede ser probado no es digno de ser considerado.
La crisis del presente consiste en que todo lo que podría darle sentido y orientación a la vida se está derrumbando. La vida ya no se apoya en nada resistente que la sostenga. El verso de Rilke de las Elegías de Duino «pues en parte alguna hay permanencia» expresa del mejor modo posible la crisis del presente. La vida nunca fue tan escurridiza, pasajera y moral como hoy.
No diré que el ateísmo es una actitud positiva, sino simplemente la ausencia de ciertos problemas, de ciertas preguntas, de ciertos interrogantes… Discutiendo con algunos creyentes… me parece siempre que la diferencia fundamental entre ellos y yo dependa del hecho que ellos se plantean algunos problemas que yo no me planteo .
Creer significa admitir algo como verdadero. Creemos cuando damos nuestro asentimiento definitiva e incuestionablemente. Una opinión no es una creencia. La fe implica certeza. Pero no toda certeza es fe. No digo que creo algo cuando lo veo y comprendo claramente. El tipo de conocimiento que se refiere a hechos que puedo percibir y demostrar es comprensión y no creencia. Habiendo tantas cosas en la vida que no comprendemos, y tan poco tiempo libre para comprobarlas personalmente, es fácil ver que la mayor parte de nuestros conocimientos se basan en la fe.
No aguardes ningún fin a este suplicio, hasta que venga un dios y asuma sobre sus hombros tu culpa y baje a las cavernas del Hades y a las moradas sin luz que hay en el tártaro.
No lejos de nosotros, de un foso subían llamas, llamas gigantescas. Estaban quemando algo. Un camión se acercó al foso y descargó su carga: eran niños. Sí, lo vi con mis propios ojos. No podía creerlo. Tenía que ser una pesadilla. Me mordí los labios para comprobar que estaba vivo y despierto. ¿Cómo era posible que se quemara a hombres, a niños, y que el mundo callara? No podía ser verdad. Tenía que ser una pesadilla. Pronto despertaría sobresaltado, con el corazón latiendo fuerte, y me encontraría en mi habitación, entre mis libros…
La voz de mi padre me arrancó de mis pensamientos:
-Lástima…Lástima que no hayas ido con tu madre. He visto muchos niños de tu edad que se iban con su madre…
Su voz era terriblemente triste. Comprendí que no quería ver lo que iban a hacer conmigo. No quería ver quemar a su único hijo varón.
-Padre –le dije-, no quiero esperar más. Iré hacia las alambradas electrificadas. Es mejor que agonizar durante horas entre las llamas.
No me respondió. Lloraba. Su cuerpo se sacudía en un temblor. A nuestro alrededor, todos lloraban. Alguien se puso a recitar el Kadish, la oración de los muertos. No sé si ya habrá ocurrido, en la larga historia del pueblo judío, que los hombres reciten la oración de los muertos por sí mismos. “Que su Nombre sea alabado y santificado…”, murmuró mi padre. Por primera vez sentí crecer la protesta en mi interior. ¿Por qué debía santificar su Nombre? El eterno, el Señor del universo, el Todopoderoso y Terrible callaba. ¿Por qué había de alabarle?
Jamás olvidaré esa primera noche en el campo, que hizo de mi vida una larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré esa humareda y las caras de los niños que vi convertirse en humo. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y que dieron a mis sueños el rostro del desierto. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir [La Noche].
Cuando el dolor te venza y te derrumbe y des con tus huesos en una noche ciega, no pienses ante todo en escapar: indaga en el hondo misterio que supone que ese dolor exista, igual que existen el pájaro y la flor, la hormiga o las estrellas. Y escarba en sus escorias enigmáticas con corazón dispuesto y manos que se entreguen a buscar la verdad sin titubeos. Escarba en tu dolor hasta llegar al fondo de la tiniebla y el espanto. Allí verás sin duda el rostro de la muerte. Pero no desfallezcas. Si tu espíritu no se rinde y prosigue, tal vez descubras luego, bajo la tierra estéril de las devastaciones, una escondida fuente. De ella brota un agua fresca y viva que es también una luz, la más intensa luz, la luz más pura.
Un libro delicioso, La Biblia en España, que traza un cuadro absolutamente fresco del país de los siglos XVIII y XIX, cuenta las peripecias de George Borrow, un evangelista inglés que recorrió la península vendiendo biblias protestantes. En un momento de su recorrido Borrow llegó a Andalucía y se encontró con un campesino que estaba arando la tierra. Se le acercó con su libro y le dijo: «Amigo, yo soy protestante, vengo aquí con la Biblia y quiero explicarle lo que pensamos». Pero el campesino lo interrumpió explicándole: «Mire usted, no se moleste, porque si yo no creo en la religión católica, que es la verdadera, menos voy a creer en la protestante que es la falsa».
Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas había intentado cazar en el bosque al sabio Sileno, acompañante de Dioniso, sin poder cogerlo. Cuando por fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil calla el demón; hasta que, forzado por el rey, acaba prorrumpiendo estas palabras, en medio de una risa estridente:
“Estirpe miserable de un día, hijos del azar y la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti morir pronto”.
Pero al llegar a la pequeña cruz de piedra bajo la roqueda de Pedralén siempre se detenían un rato; repasaban, repasaban los recuerdos y repasaban los nombres como quien tiene necesidad de volver a recordarlos y a leerlos siempre todos y, al llegar a Felipe Díaz, pensar cada vez los dos que también podría ser el nombre de cada uno de ellos o más bien en realidad era ya el suyo. El silencio que guardaban entonces, más que un silencio sin palabras, era el de un barullo de palabras que se agolpaban, que se atropellaban y echaban encima las unas de las otras para neutralizarse y quedarse al cabo siempre al filo impotente y atónito de lo impenetrable, de lo que es esencialmente inasequible a fuerza, sin embargo, de ser lo más sencillo del mundo y de ser siempre lo mismo, como aquel camino, o como si lo que es siempre lo mismo y es lo más sencillo brotara permanentemente la potencia inagotable de las preguntas a las que, por más que no hagamos en la vida otra cosa que intentar responder, menos podemos responder [Ojos que no ven].
Un examen del problema de Jesús no puede partir más que del presupuesto de la existencia de Dios y de la posibilidad de su intervención en las cosas humanas. No es un presupuesto absurdo y menos aún indemostrable. Cicerón se hizo intérprete de un hecho de experiencia fundado en la misma ley de la naturaleza cuando afirmó la universalidad de la creencia en la existencia de Dios (Tusculanae, I, 13). No todos tienen de Dios una idea exacta pero todos indistintamente saben que existe. Y lo mismo hay que decir del segundo presupuesto. ¿Cómo se puede dudar la posibilidad de que Dios entre en contacto con el hombre creado por él? ¿No es omnipotente? ¿No puede tener razones válidas para hacerlo? Claro está que la posibilidad no es la realidad. Una cosa es poder intervenir y otra hacerlo. Pero nadie puede negar a priori que Dios, por razones valiosísimas, puede hablar con el hombre.
El Misterio siempre está fuera del alcance del hombre, por ser cualitativamente distinto de todos los demás objetos de la ciencia humana; pero al mismo tiempo tiene relación con el hombre: nos pertenece, obra en nosotros, y su revelación ilumina nuestras ideas sobre nosotros mismos. Para alcanzarnos y para revelársenos, tiene que tener un aspecto que se pueda captar.
Lo confieso, yo no he vivido y no vivo la falta de fe con la desesperación de un Guerriero, de un Prezzolini, de un Giorgio Levi Della Vida (limitándome a las tribulaciones de mis contemporáneos, de las que puedo prestar testimonio). Sin embargo, siempre la he sentido y la siento como una profunda injusticia que priva a mi vida, ahora que ha llegado al momento de rendir cuentas, de cualquier sentido. Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca. Espero que el cardenal Martini no tome esta confesión mía por una impertinencia. Al menos en mi propósito, no es más que la declaración de un fracaso.
Entre todas las divisiones posibles que hay entre los seres humanos, yo siempre he hecho una que es las personas que pasan por la superficie de la vida patinando, aquellas que no tienen ni un momento en el que se cuestionen o se interroguen por qué están aquí, qué hacen, la clase de vida que llevan. Y los que por el contrario se pasan la vida cuestionándose la vida misma, todo, metidos en su lavadora. Yo pertenezco a los segundos, me encantaría pertenecer a los primeros. Pero es mucho más fuerte el impacto [de las desgracias o de las dificultades] cuando has estado 23 años [se refiere a uno de sus personajes] patinando por la superficie de las cosas sin pensar en casi nada. Demasiado ocupada para pensar por su vida de madre y por su trabajo. No ha tenido tiempo para ello.
El hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad. Desde el nacimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no solo el lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos, el crecimiento y la maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean «recuperadas» sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal. En efecto, ¿quién sería capaz de discutir críticamente los innumerables resultados de las ciencias sobre las que se basa la vida moderna?, ¿quién podría controlar por su cuenta el flujo de informaciones que día a día se reciben de todas las partes del mundo y que se aceptan en línea de máxima como verdaderas? Finalmente, ¿quién podría reconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por los cuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría y de religiosidad de la humanidad? El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquel que vive de creencias.
La vida nos es dada, puesto que no nos la damos nosotros mismos, sino que nos encontramos con ella de pronto y sin saber cómo. Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer. Y lo más grave de estos quehaceres en que la vida consiste no es que sea preciso hacerlos, sino, en cierto modo, lo contrario, quiero decir que nos encontramos siempre forzados a hacer algo, pero no nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo determinado, que no nos es impuesto este o el otro quehacer, como le es impuesta al astro su trayectoria o a la piedra su gravitación. Antes que hacer algo tiene cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Pero esta decisión es imposible si el hombre no posee algunas convicciones sobre lo que son las cosas en su derredor, los otros hombres, él mismo. Solo en vista de ellas puede preferir una acción a otra, puede, en suma, vivir. (…) La vida es un gerundio y no un participio: un faciendum y no un factum. La vida es quehacer. La vida, en efecto, da mucho que hacer.
Si yo puedo aprender de usted, y si yo quiero aprender en el interés por la búsqueda de la verdad, no solo debo tolerarle como persona, sino que debo reconocerle potencialmente como a un igual, la unidad potencial de la humanidad y la igualdad potencial de todos los seres humanos deviene un prerrequisito para nuestra voluntad de dialogar racionalmente. De mayor importancia es el principio según el cual podemos aprender mucho de la discusión, incluso cuando no nos lleva a un acuerdo. Porque un diálogo racional puede ayudarnos a que se haga la luz sobre los errores, incluso sobre nuestros propios errores.
Cuando escribía, enseñaba lo que para mí era la única verdad: que era preciso vivir para dar lo mejor posible a uno mismo y a su familia. Y así lo hice hasta que hace cinco años comenzó a sucederme algo extraño: primero empecé a experimentar momentos de perplejidad; mi vida se detenía, como si no supiera cómo vivir ni qué hacer, y me sentí perdido y caí en la desesperación. Pero eso pasó y continué viviendo como antes. Después, esos momentos de perplejidad comenzaron a repetirse cada vez con más frecuencia, siempre en la misma forma. En esas ocasiones, cuando la vida se detenía, siempre surgían las mismas preguntas: ¿Por qué? ¿Qué pasará después?
Al principio me pareció que esas preguntas eran inútiles, que estaban fuera de lugar. Creía que todas esas respuestas eran bien conocidas y que, si algún día quisiera ocuparme de resolverlas, no me costaría esfuerzo; que solo me faltaba tiempo para hacerlo, y que, cuando quisiera, daría con las respuestas. Las preguntas, sin embargo, cada vez me asaltaban con más frecuencia, exigiendo una respuesta cada vez con más insistencia, y esas preguntas sin responder caían como puntos negros siempre en el mismo sitio, acumulándose hasta formar una gran mancha.
[…] Comprendí que no era un malestar fortuito, sino algo muy serio, y que, si se repetían siempre las mismas preguntas, era porque había necesidad de contestarlas. Y eso traté de hacer. Las preguntas parecían tan estúpidas, tan simples, tan pueriles… Pero en cuanto me enfrenté a ellas y traté de responderlas, me convencí al instante, en primer lugar, de que no eran cuestiones pueriles ni estúpidas, sino las más importantes y profundas de la vida y, en segundo, que por mucho que me empeñara no lograría responderlas. Antes de ocuparme de mi hacienda de Samara, de la educación de mi hijo, de escribir libros, debía saber por qué lo hacía. Mientras no supiera la razón, no podía hacer nada. […] O bien, pensando en la gloria que me proporcionarían mis obras, me decía: “Muy bien, serás más famoso que Gógol, Pushkin, Shakespeare, Molière, y todos los escritores del mundo, ¿y después qué?”. Y no podía responder nada, nada.
La poca ciencia aleja de Dios, mientras que la mucha ciencia devuelve a Él.
Dentro de la gran tradición del rock, rara vez se evoca el tema de la espiritualidad. Por tanto, he tenido que recrear esta canción (Joy, del disco Goddess in the Doorway) explicando que iba al volante de mi coche conduciendo a través del desierto, algo así como si fuese un solitario cowboy. En la vida real, en mi vida, procuro mantener una cierta perspectiva, alejarme un poco de mis bienes materiales y preguntarme qué hago en el mundo. Aún no puedo decir que haya encontrado la respuesta, pero al menos me hago la pregunta. En cualquier caso, me siento bastante alejado de la experiencia mística de Leonard Cohen. No me veo viviendo en un monasterio Zen. Jamás podría respetar unas reglas tan austeras. Lo curioso es que, al lado de la finca que tengo cerca del Loira (el château de la Fourchette) existe un monasterio de estas características. Los monjes han venido a visitarme varias veces. Y su compañía me resulta más bien agradable.
Oye mi ruego Tú, Dios que no existes, y en tu nada recoge estas mis quejas; Tú que a los pobres hombres nunca dejas sin consuelo de engaño. No resistes a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes, cuando Tú de mi mente más te alejas; mas recuerdo las plácidas consejas con que mi alma endulzóme noches tristes. […] Sufro yo a tu costa, Dios no existente, pues si Tú existieras existiría yo también de veras.
Soy hombre, duro poco y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba, las estrellas escriben, sin entender comprendo, también soy escritura y en este mismo instante Alguien me deletrea.
Un desconocido es mi amigo, uno a quien no conozco, un desconocido lejano, lejano por él mi corazón está lleno de nostalgia. Porque él no está cerca de mí. ¿Quizá porque no existe? ¿Quién eres tú que llenas mi corazón de tu ausencia que llenas toda la tierra de tu ausencia?
A mí me parece, oh Sócrates, sobre las cuestiones de esta índole, tal vez lo mismo que a ti, que un conocimiento exacto de ellas es imposible o sumamente difícil en esta vida, pero que el no examinar a fondo lo que se dice sobre ellas, o desistir de hacerlo, antes de haberse cansado de considerarlas bajo todos los puntos de vista, es propio de hombre muy cobarde. Porque lo que se debe conseguir con respecto a dichas cuestiones es una de estas cosas: aprender o descubrir por uno mismo qué es lo que hay de ellas, o bien, si esto es imposible, tomar al menos la tradición humana mejor y más difícil de rebatir y, embarcándose en ella, como en una balsa, arriesgarse a realizar la travesía de la vida, si es que no se puede hacer con mayor seguridad y menos peligro en navío más firme, como, por ejemplo, una revelación de la divinidad.
A veces, por las tardes, él está en su estudio, rodeado de sus libros que han sido leídos y releídos cientos de veces. Allí están los muebles, los cuadros en la pared, las pequeñas estatuas sobre la mesa. Y de repente, todas estas cosas pierden su familiaridad, se tornan extrañas, lejanas y opresivas. Y entonces piensa: ¡Qué extraño que tú estés sentado en este cuarto esta tarde, que tú seas tú y que continúes haciendo lo que te pide cada día! ¡Qué extraño que simplemente estés allí! ¿Qué hay detrás de todo esto?
No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que en tu filosofía.
Cuando leo el Catecismo del Concilio de Trento me da la impresión de que no tengo nada en común con la religión que en él se expone. Cuando leo el Nuevo Testamento, los místicos, la liturgia, cuando veo celebrar la misa, siento, con alguna forma de certeza, que esa fe es la mía o, más exactamente, que sería la mía sin la distancia que entre ella y yo pone mi imperfección. Esto hace penosa mi situación espiritual. Me gustaría que esta fuese no menos penosa, pero sí más clara. Cualquier sufrimiento es aceptable en la claridad. (…) La reflexión sobre estos problemas está lejos de ser un juego para mí. No solamente es de una importancia más que vital, pues la salvación eterna está comprometida ahí, sino que incluso es de una importancia que supera con mucho, a mis ojos, la de mi propia salvación. (…) Pienso en estas cosas desde hace años con toda la intensidad del amor y la atención de que dispongo. Esta intensidad es miserablemente débil, pues mi imperfección es muy grande; pero tengo la impresión de que va siempre en aumento.
Simplemente, me parece que algún poder inteligente construyó el universo y que todos los hombres deben conocerlo, por axioma, y deben sentir temor ante la infinitud de su poder… Me parece natural que los hombres, conociendo y sintiendo así, intentaran elaborar algo a partir de una cosa tan sencilla: Los profetas, el Príncipe Buda, el Señor Jesús, Mahoma, Brahmanes, y que así nacieran las religiones en el mundo. Pero ¿cómo se puede escoger una como la verdadera?
Por cierto, mi definición de religión es igual a la que ofreció Albert Einstein (1950), y que dice lo siguiente: “Ser religioso consiste en haber encontrado una respuesta a la pregunta ¿cuál es el sentido de la vida?”. Y hay todavía otra definición, propuesta por Ludwig Wittgenstein (1960), que dice lo siguiente: “Creer en Dios es comprobar que la vida tiene un sentido”. Como ven, Einstein, el físico, Wittgenstein, el filósofo, y yo, como psiquiatra, hemos propuesto definiciones de religión que se solapan unas a otras.
— […] Al final de su filme, todo queda en suspense, como en la vida. No hay respuestas. ¿Cómo se enfrenta usted al misterio?
WOODY ALLEN. — Yo me enfrento al misterio de la vida de forma extraña. Lo paso muy mal, y lo digo en serio. Sufro mucho, tengo mucha ansiedad y miedo y estoy realmente confuso. Y combato todo esto lo mejor que puedo; por eso trabajo mucho. Me ayuda y me distrae de los problemas reales. Cuando trabajo, mis problemas se centran en los actores, el guion, el vestuario… problemas, más bien, fútiles, que, si no funcionan, tampoco sucede nada catastrófico. Cuando estoy en mi casa, pienso: «Dios mío, la vida es corta, terrible y triste y yo soy viejo».
XL.— Visto así, es comprensible que sea un adicto al trabajo.
W.A.— El cine es una distracción maravillosa. Hacer películas es mi mejor terapia y las hago por puro placer y diversión. También por desesperación, para no pensar cosas mórbidas. […]
XL.— Algo de optimismo debe de haber en su vida, ¿no?
W.A.— Lo único optimista en la vida es que hay momentos de placer. Son breves y esporádicos, pero son agradables. Para mí es placentero estar con mi mujer, jugar con las niñas…, pero no son más que pequeños instantes de huida. […] Vamos por la vida de forma frenética y caótica, corriendo y chocándonos los unos contra los otros con nuestras aspiraciones y ambiciones, haciéndonos daño y cometiendo errores. En cien años ya no quedará nadie que nos haya conocido y todos los problemas, las crisis económicas, los adulterios y demás no tendrán importancia. Eso: Todo es furia y ruido y, al final, no significa nada
A lo largo de la parte 1 del Seminario se proponen lecturas más extensas y profundas que complementan el contenido global. A continuación, ofrecemos una recopilación.
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100 citas esenciales de grandes científicos contemporáneos que muestran el debilitamiento de los antiguos esquemas mentales del pensamiento materialista. Del libro «Dios, la ciencia, las pruebas» (2023).
Antología Poética – Eloy Sánchez Rosillo. Poema «La escondida fuente» (1948).
Cartas a mis alumnos, sobre el contenido global del Seminario. Escúchalo en audiolibro.
Dios en la poesía actual – Ernestina De Champourcin (La oración del ateo, Unamuno).
Danielou, J. – «Miti Pagani, Mistero Cristiano«, sobre la certeza existencial de Jesús de Nazaret (1995).
Danielou, J. – El concepto hebreo de verdad en «Dios y nosotros» (2003).
El encuentro de Mahoma con su Señor – Mircea Eliade.
Encyclopedia of World Religions Britannica. Selección de diapositivas para la elaboración del documento sonoro sobre religiones.
-Enciclopedia Británica. Síntesis en español del judaísmo.
-Enciclopedia Británica. Síntesis en español del islam.
-Enciclopedia Británica. Síntesis en español del budismo.
Fe, Thomas Merton
Historia de las religiones – Manuel Guerra Gómez. Descarga aquí un síntesis propia del original.
Introducción a la Filosofía – Javier Marías
Mircea Eliade – Historia de las creencias y las ideas religiosas (judaísmo, islam, budismo)
Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.
Platón – Obras Completas
Relación epistolar entre C.S. Lewis y Vanauken
Sobre el sentido religioso (transcripción propia)- Benedicto XVI
Sófocles – Tragedias
Selección de textos religiosos antiguos
Síntesis propia del Judaísmo, Islam y Budismo a partir de la información de Wikipedia.
Unamuno, «El sepulcro de Don Quijote» (1905) sobre la búsqueda quijotesca de un ideal.
Desde la ciencia, la filosofía y la teología, numerosos autores reconocidos han tratado la pregunta por el sentido de la vida. Presentamos algunos que nos parecen significativos.
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Cautivado por el sentido – Entrevista a Alister McGrath, profesor de la Universidad de Oxford.
Café Newman sobre la cuestión de Dios – Fernando Muñoz.
Claves para leer El Principito – Álvaro Abellán-García y José María Alejos.
Ciclo Horizontes de Razón Abierta: Religión y Vida. ¿Qué significa ser religioso? (1/2)
Ciclo Horizontes de Razón Abierta: Religión y Vida. «¿Qué significa ser religioso? (2/2)
Ciclo Horizontes Ciencia y Fe: ¿La ciencia puede probar la existencia de Dios?
Ciclo Horizontes Diálogo interreligioso: Vidas que han encontrado el sentido
Conferencia | ¿Tiene sentido buscar el sentido? – José Luis Parada.
Conferencia | ¿Qué nos dice el universo de nosotros mismos? – Tomás Alfaro.
¿Depende de ti reconocer a Dios? – Café Newman con Ricardo Franco.
Dios: ¿Deseo natural o invento cultural? – Café Newman con Juan Serrano.
El rabino Jonathan Sacks: «La fe es la valentía de vivir en la incertidumbre».
¿Es la fe conveniente para la vida? – Juan Serrano. Descarga aquí una transcripción propia de esta conferencia.
La grieta y la luz – Guadalupe Arbona.
La ciencia y la fe cristiana. Padre Manuel Carreira. Fe y Razón (16 de agosto de 2013).
Let’s Talk Religion – El podcast en inglés más recomendado sobre la historia de las religiones.
¿Tiene sentido buscar el sentido? – José Luis Restán.
¿Se puede ser indiferente a la pregunta por el sentido? – Ángel Barahona.
The Bible and the Quran. An Historical Comparison. Smith, J.
Religion and Atheism. Pell, George y Dawkins, Richard (9 de abril de 2012).
Sobre el sentido religioso. Benedicto XVI
¿Tiene sentido creer en Dios en el siglo XXI? Vidal, Rocío y Mercadal, Gerson (3 de abril de 2019). Diálogo en la UCLM.
Tras el sentido por la palabra – Tertulia con el dramaturgo Rafael Álvarez (El Brujo).
El documental El Sentido Busca al Hombre fue creado por el I. Newman con el objetivo de sintetizar la propuesta de este Seminario. A continuación, presentamos el capítulo 1 del documental, que tiene que ver con el sentido de la vida.
Parte 1: El ser humano es buscador de sentido
El cine es una expresión artística privilegiada para adentrarnos en las preguntas fundamentales. A continuación, ofrecemos una serie de películas, documentales o clips publicitarios que muestran, de algún modo, la necesidad del ser humano de encontrar un sentido a su vida.
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1440 minutos – Spot de Mercedes
Blade Runner – Video-ensayo por Aarón Cadarso
El indomable Will Hunting – Escena del parque
La leyenda del indomable – Escena diálogo con Dios 1
Mi vida sin mí (2003)
Patch Adams (1998)
Ante el hecho cristiano es casi inevitable preguntarse: ¿De verdad eso pasó así o el relato es una bella leyenda? Si esa historia no sucedió, los Evangelios serían un relato legendario apoyado únicamente en un vago y remoto recuerdo. De aquí que la historicidad del relato y la solidez de sus fuentes sean clave para una fe que no anula, sino que supone la razón. A partir de la verificación de las fuentes se estudia lo que Jesús entiende como «mirar hacia arriba», cómo habla Él de Dios y qué respuesta propone a la búsqueda de sentido del ser humano.
A continuación, mostramos una recopilación de artículos de opinión, ensayos y reseñas que profundizan en la credibilidad del cristianismo.
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Comisión Pontificia para los Estudios Bíblicos. La verdad histórica de los Evangelios. Abril, 1964
Cristianismo y cultura contemporánea – Gregorio Luri.
El sentido religioso, verificación de la fe – Julián Carrón.
¿En qué Dios creemos? Pastorino, Miguel (18 de enero 2016). Aleteia.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. La milagrosa expansión del cristianismo. Briceño, Mauricio.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. El Trilema de Lewis. Jesús, ¿loco, mentiroso o Dios? Medina, Jonatan.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. La Resurrección. Evidencias de un hecho histórico. Medina, Jonatan.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. La Resurrección. Refutando teorías alternativas. Medina, Jonatan.
Evans, Craig A. Prophet, Sage, Healer, Messiah, And Martyr: Types And Identities Of Jesus.
Morir – Rosa Montero.
Muchos, y pronto, dijeron ver a Jesús resucitado: hasta los escépticos admiten que «algo pasó». Ginés, Pablo J. (18 de abril 2022). Religión en Libertad.
«No me gustaría morir y darme cuenta de que no he vivido» – Entrevista a Francesc Torralba, filósofo, teólogo y catedrático de la Universidad Ramón Llull.
¿Qué datos aportan sobre Jesús las fuentes romanas y judías? Baro, Francisco (11 de mayo de 2016). Opus Dei.
No friend in Jesus. Soloveichik, Meir (January, 2008). Revista First Things.
Descarga en PDF la lista que verás a continuación.
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A lo largo de la historia, numerosos autores han hecho referencia a la persona de Jesús de Nazaret. Su pretensión inaudita ha llevado a muchos a analizarla a fondo y decir algo sobre ella. A continuación, recopilamos una serie de citas relacionadas con esto, en orden alfabético por autores.
Descarga en PDF la lista que verás a continuación.
La aparición de Cristo queda como fundamento único de toda civilización moral; y en la medida que esta aparición se fortifica o se atenúa, la civilización moral de nuestras naciones va aumentando o disminuyendo.
En cuanto a los Hechos (de los Apóstoles), la confirmación histórica es abrumadora… Cualquier intento de rechazar su historicidad nos parece absurdo. Los historiadores de Roma hace tiempo que la dan por válida.
Hace mucho tiempo había un corazón que llevaba dos días parado. Su dueño había muerto crucificado. Sus canales de calcio se cerraron un viernes. El domingo siguiente uno de esos canales se abrió de repente y entraron en el interior de la célula muchos iones de calcio. Se generó el chispazo, el calambre, la descarga que se propagó por todas las células circundantes, de forma que no pudieron dejar de contraerse todas juntas. Y la sangre salió bombeada con gran fuerza. Así, al tercer día ese Corazón volvió a latir. Y palpitó. El hombre con ese Corazón resucitó… Creo que Jesús de Nazaret está vivo. Su Corazón sigue latiendo desde entonces. [Un latido en la tumba]
Solo si ocurrió algo realmente extraordinario, si la figura y las palabras de Jesús superaban radicalmente todas las esperanzas y expectativas de la época, se explica su crucifixión y su eficacia. Apenas veinte años después de la muerte de Jesús encontramos en el gran himno a Cristo de la Carta a los Filipenses (cf. 2, 6-11) una cristología de Jesús totalmente desarrollada, en la que se dice que Jesús era igual a Dios, pero que se despojó de su rango, se hizo hombre, se humilló hasta la muerte en la cruz, y que a Él corresponde ser honrado por el cosmos, la adoración que Dios había anunciado en el profeta Isaías (cf. 45, 23) y que solo Él merece.
La investigación crítica se plantea con razón la pregunta: ¿Qué ha ocurrido en esos veinte años desde la crucifixión de Jesús? ¿Cómo se llegó a esta cristología? En realidad, el hecho de que se formara en comunidades anónimas, cuyos representantes se intenta descubrir, no explica nada. ¿Cómo colectividades desconocidas pudieron ser tan creativas, convincentes y, así, imponerse? ¿No es más lógico, también desde el punto de vista histórico, pensar que su grandeza resida en su origen, y que la figura de Jesús haya hecho saltar en la práctica todas las categorías disponibles y solo se la haya podido entender a partir del misterio de Dios? Naturalmente, creer que precisamente como hombre Él era Dios, y que dio a conocer esto veladamente en las parábolas, pero cada vez de manera más inequívoca, es algo que supera las posibilidades del método histórico. Por el contrario, si a la luz de esta convicción de fe se leen los textos con el método histórico y con su apertura a lo que lo sobrepasa, estos se abren de par en par para manifestar un camino y una figura dignos de fe. Así queda también clara la compleja búsqueda que hay en los escritos del Nuevo Testamento en torno a la figura de Jesús y, no obstante, todas las diversidades, la profunda cohesión de estos escritos.
Hacemos el balance de nuestra vida, pero sabemos que el verdadero fiscal es la muerte y que su veredicto lo conocemos de antemano. Compañera final e inevitable. Pero, ¿amiga o enemiga? Enemiga y, más que enemiga, rival, cuando nos arrebata a un ser amado. Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte que no nos mata a nosotros, sino a los que amamos. Sin embargo, esta muerte enemiga es la que podemos vencer……La muerte de un joven es la injusticia misma. En rebelión contra semejante crueldad, aprendemos por lo menos tres cosas. La primera es que al morir un joven, ya nada nos separa de la muerte. La segunda es saber que hay jóvenes que mueren para ser amados más. Y la tercera, que el muerto joven al que amamos está vivo porque el amor que nos unió sigue vivo en mi vida.
¿Son estas, apenas, consolaciones? ¿Son triunfos sobre la muerte? ¿O, por el contrario, engrandecen su poder? La muerte nos dice: Te engañas, lo que fue ya no es. Le respondemos: Te engañamos, lo que fue no sólo sigue siendo, sino que es más que nunca. La muerte se ríe de nosotros. Nos desafía a pensar, no en la muerte del otro, sino en la propia desaparición. Nos reta a creer que la memoria de los que sobreviven será nuestra única vida más allá de la muerte. Y aunque así sea, no lo sabremos nunca. Lo cierto es que los guardianes de la memoria irán desapareciendo también, con la falsa esperanza de que siempre habrá un testigo vivo que los recuerde. La muerte se burla de nosotros: ¿Recordamos a nuestros muertos más allá de la cuarta o quinta generación que nos precede? ¿Hay suficientes leyendas de familia, retratos de los ancestros, hechos memorables, que salven del olvido mortal a la inmensa legión de los antepasados?
Para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no solo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas.
No tenemos ningún motivo para dudar de que el Crucificado se apareciera a Pedro, luego a los doce, después a más de quinientos hermanos a la vez (…) luego a Santiago; más tarde a todos los apóstoles, y finalmente a Pablo en el camino de Damasco.
La historia evangélica sería inatacable si se probara que había sido escrita por testigos oculares o, al menos, por personas que estaban cercanas a los acontecimientos. Si bien, es verdad que, por vía de los testigos oculares mismos, se pueden introducir errores, y por consiguiente falsos relatos: sin embargo, la posibilidad de errores no premeditados (el engaño premeditado se reconoce, por lo demás, fácilmente), se halla reducida a límites mucho más estrechos que cuando el narrador, separado de los acontecimientos por un intervalo mayor, se ve obligado a recibir sus informes de labios de otras personas.
A partir del jueves ya no vuelve a mencionar el trabajo filosófico que le había preocupado hasta entonces. Se siente exonerado de su tarea y solo dirige su mirada a Dios y al cielo. Su viraje hacia Cristo, tanto tiempo encubierto por la filosofía, acaba por manifestarse. Por eso dice al despertarse el Viernes Santo: “¡Qué gran día, Viernes Santo! Sí, Cristo nos lo ha perdonado todo.” Por la tarde, después de un terrible ahogo: “He pedido a Dios de corazón que me deje morir. Ha dado ya su permiso. Pero es una gran desilusión el que todavía viva”, y al cabo de un rato dice: “Dios es bueno, sí, Dios es bueno, pero muy incomprensible. Esto es una gran prueba para mí… Luz y oscuridad, sí, mucha oscuridad y de nuevo luz».
Jesucristo no será superado jamás… queda para la humanidad como un principio infranqueable de todo renacimiento moral… En Él se ha condensado todo lo que hay de bueno y de elevado en nuestra naturaleza. Reposa ahora en tu gloria, noble iniciador… al precio de unas horas de sufrimiento, que no han llegado a tocar tu gran alma, Tú has comprado la más completa inmortalidad. Signo de nuestras contradicciones, Tú serás la bandera en torno a la cual se librará la más ardiente batalla. Mil veces más viviente, mil veces más amado después de tu muerte que durante los días de tu vida mortal, Tú llegarás hasta tal punto a ser la piedra angular de la humanidad que arrancar tu nombre de este mundo sería sacudirlo en sus mismos cimientos. Entre ti y Dios no se distinguirá jamás. Plenamente vencedor de la muerte, tomas posesión del reino, en el cual te seguirán millones de adoradores… Todos los siglos proclamarán que entre los hijos de los hombres no ha habido ninguno más grande que Jesús.
La tarde desaparece imperceptiblemente, y me veo rodeado por la oscuridad que acaba por agravar las dudas, los desalientos, el descreimiento en un Dios que justifique tanto dolor. En este atardecer de 1998, continúo escuchando la música que él [su hijo muerto] amaba, aguardando con infinita esperanza el momento de reencontrarnos en ese otro mundo, en ese mundo que quizá, quizá exista. ¿Cómo mantener la fe, cómo no dudar cuando se muere un chiquito de hambre, o en medio de grandes dolores, de leucemia o de meningitis, o cuando un jubilado se ahorca porque está solo, viejo, hambriento y sin nadie? Después de la muerte de Jorge ya no soy el mismo, me he convertido en un ser extremadamente necesitado, que no para de buscar un indicio que muestre esa eternidad donde recuperar su abrazo. En mi imposibilidad de revivir a Jorge busqué en las religiones, en la parapsicología, en la habladurías esotéricas, pero no buscaba a Dios como una afirmación o una negación, sino como una persona que me salvara, que me llevara de la mano como a un niño que sufre.
Quizá, en el curso de treinta años o más, yo he recorrido el largo camino que conduce desde una exquisita sensibilidad genérica humana, a través de la vida y de las prácticas religiosas hebraicas bíblico-talmúdicas, y más tarde a través del pensamiento neotestamentario, hasta el logro definitivo del don sublime de la fe en Jesucristo. …En el fondo del alma se ha desarrollado el germen de la manera más normal y ordinaria. No he sufrido extravío. Era un dulce canto que de lejos llegaba hasta mis oídos. El canto se me iba aproximando cada vez más, y yo me iba dejando cautivar por su hechizo irresistible. …El hombre honesto se ha atenido a las consecuencias. Yo había llegado en mis meditaciones sobre el mesianismo hasta el límite extremo del pensamiento del Antiguo Testamento, hasta el Siervo de Dios. Chorreando sangre de muchas, quizá demasiadas heridas, iba buscando alivio, amor, piedad, caridad, esperanza, fe, consuelo.
Mi alma estaba llena de nostalgia; era toda ella un puro dolor. ¿De dónde vendrá —me preguntaba con el salmista— ayuda para mí? ¡Me sentía tan solo, tan frágil, y tan molido! Un polvillo disperso en el inmenso espacio del Universo. Yo era una hoja marchita, …una brizna de hierba traída y llevada por las tempestades de la vida. Y yo me preguntaba: ¿es posible que la vida no tenga guardada otra cosa para mí? ¿Tan miserable es la vida humana? Mientras más alto me elevaba, en ciertas épocas de mi vida, el esfuerzo de la mente, el trabajo científico, con tanta mayor fuerza volvía a experimentar la recaída en la nada. ¡Qué vacío! ¡Qué tristeza! El Siervo de Dios es punto de llegada en el pensamiento del Antiguo Testamento. Para mí el Siervo de Dios se había convertido en un punto de partida.
La figura doliente del Ebed me la volvía a encontrar en alguna página de la literatura midráshica; en algún poeta hebreo moderno. Yo avanzaba mendigando paz, caridad; invocando fe, llamando a Dios… Y fue en una tarde estival del terrible 1917: la pluma se me cayó de la mano, la superficie de mi alma se cubrió de olas encrespadas, y del fondo se elevó un grito angustioso; era una voz, y más que una voz, un alma que gritaba: ¡Cristo, sálvame! ¿Y después?
Cristo, Tú lo sabes. Yo había llegado hasta los confines extremos del reino de la Sagrada Escritura del Antiguo Pacto. Yo me dije: pero ¿no era Jesucristo un hijo de mi pueblo? ¿No era espíritu del mismo espíritu? Volví a emprender el difícil camino, sembrado de zarzas que herían la planta del pie, e iba dejando a lo largo de todas las sendas huellas de mi sangre bermeja, brotaba de las heridas antiguas no cicatrizadas y de otras que se iban abriendo. Y yo no sabía que esta era la sangre del Pacto Nuevo, que gracias a esta sangre yo encontraría el camino y la vida en un lejano mañana. ¿Quién podrá comprenderme? Uno solo: Dios.
Me encontraba en la situación de aquel pobre peregrino que iba de provincia en provincia, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de casa en casa, orando, para mendigar un mendrugo de pan, hasta que fue detenido por un guardia que él al principio no reconoció y que le dijo: “¡Si tú eres un expatriado!”. En la vida mesiánica de Israel hay una solución de continuidad, que vuelve a cerrarse desde el Siervo de Dios adelante. Y yo había continuado mi camino, encerrando en el corazón el tesoro escondido del Doliente. Yo, doliente, hijo de doliente, no lo había abandonado. Para mí había llegado a constituir todo mi ser, ¿y por ventura puede un hombre deshacerse de la propia alma, del propio corazón, ser sordo a la sangre que canta en sus venas, al amor, a la luz, a la nostalgia, a la sed que lo devora? Volví la cara, y vi a la gente de mi raza lejos, muy lejos. ¿Pero cómo es posible —me pregunté— que hayas recorrido tanto camino sin darte cuenta? ¿Y así, solo, solito? ¡Los veía yo tan lejos! Vivía de su dolor; me hartaba de derramar por ellos muchas, muchas lágrimas ardientes; por ellos multiplicaba mis plegarias más fervorosas. “Señor —exclamaba con Ezequiel—, ¿vas a destruir el resto de Israel?” …y el cielo se iba tornando sereno por encima de sus cabezas… el bienestar volvía a albergarse en medio de ellos. Y yo dije: Cristo, soy tuyo.
En aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, [si verdaderamente se le puede llamar hombre] porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. [Él era el Mesías].
Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los principales de entre nosotros lo condenó a la cruz, los que antes le habían amado, no dejaron de hacerlo. [Porque él se les apareció al tercer día vivo otra vez, tal como los divinos profetas habían hablado de estas y otras innumerables cosas maravillosas acerca de él].
Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos, llamados así a causa de él, no ha desaparecido.
Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora, a su afán ansioso lisonjera; mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, venas, que humor a tanto fuego han dado, médulas, que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.
Edicto del César. Sabido es que los sepulcros y las tumbas, que han sido hechos en consideración a la religión de los antepasados, o de los hijos o de los parientes, deben permanecer inmutables a perpetuidad. Si, pues, alguno es convicto de haberlos destruido, de haber, no importa de qué manera, exhumado cadáveres enterrados, o de haber, con mala intención, transportado el cuerpo a otros lugares, haciendo injuria a los muertos, o de haber quitado las inscripciones o las piedras de la tumba, ordeno que ese sea llevado a juicio, como si quien se dirige contra la religiosidad de los hombres lo hiciera contra los mismos dioses. Así pues, lo primero es preciso honrar a los muertos. Que no sea en absoluto a nadie permitido cambiarlos de sitio, si no quiere el convicto por violación de sepultura sufrir la pena capital.
La mayor parte del servicio que la arqueología rinde a los estudios del Nuevo Testamento consiste en completar el trasfondo contemporáneo, para que podamos comprender las evidencias. Y este trasfondo es un trasfondo del siglo I. La narrativa del Nuevo Testamento no encajaría en un trasfondo del siglo II.
Cuando tengo noticia a través de reportajes, fotografías o personalmente del dolor gratuito que se inflige a los niños y a los animales, una rabia feroz me invade. Hay gentes que arrancan los ojos a los niños vivos, que les disparan en los ojos, que maltratan a los animales en su presencia. Estos hechos me colman de un desprecio inconsolable. El odio, la desesperación que desatan en mí superan con mucho mis recursos mentales y nerviosos. La tórrida oscuridad en la que me siento sumido trasciende mi voluntad. Me encuentro poseído por la enormidad. Pero este odio y este dolor desesperados, esta náusea del alma, producen un extraño contraeco. No sé cómo expresarlo de otro modo. En el enloquecedor centro de la desesperación yace el insistente instinto —tampoco esta vez sé expresarlo de otro modo— de un contrato roto. De un cataclismo específico y atroz. En el fútil grito del niño, en la agonía muda del animal torturado, resuena el «ruido de fondo» de un horror posterior a la creación, posterior al momento de ser separados de la lógica y del reposo de la nada. Algo —cuán inútil es a veces el lenguaje— se ha torcido horriblemente. La realidad debería, podría haber sido de otro modo (el «Otro»). La fenomenalidad de la existencia orgánica consciente debería, podría haber hecho imposible el sadismo, el interminable dolor de nuestras vidas. La rabia impotente, la culpa que domina y supera mi identidad llevan implícita la hipótesis de trabajo, la «metáfora de trabajo», si se quiere, del «pecado original».
Soy incapaz de atribuir a esta expresión una sustancia razonada, y mucho menos histórica. En el plano pragmático-narrativo, los relatos de cierto delito inicial y de culpa heredada son fábulas universales, asombrosamente profundas y eternas. Nada más. Pero, ante el niño maltratado, violado, ante el caballo o la mula azotados, me siento poseído, como por una claridad en plena noche, por la intuición de la expulsión del Paraíso. Sólo un acontecimiento semejante, irreparable mediante la razón, puede hacernos entender, aunque casi nunca soportar, las realidades de nuestra historia en esta tierra arrasada. Estamos condenados a ser crueles, avariciosos, egoístas, mendaces. Cuando era, cuando debería haber sido lo contrario. Cuando la verdad y la compasión hasta el punto del sacrificio de hombres y mujeres excepcionales nos muestran de un modo tan sencillo cómo podría haber sido. Muchas veces me he preguntado, he fantaseado de manera infantil, si la historia de la humanidad no es la pesadilla transitoria de un dios durmiente. Si este no acabará despertando para así tornar innecesario, de una vez por todas, el grito del niño, el silencio del animal apaleado.
Es un ser que piensa, que ama, que va a morir y que lo sabe. Poco importa que se esfuerce en olvidarlo, que intente vendarse los ojos inútilmente con las apariencias: los ojos del alma no se ciegan como los del cuerpo, y el hombre lo sabe. Es su única certeza, la única promesa que no ha de fallar, la gran paradoja de la vida, cuya suprema verdad se halla en la muerte.
Sea lo que fuere del primer día de Pascua, lo cierto es que aquel día ocurrió algo así como la explosión de una bomba atómica. Si Jesús fue crucificado el año 30 y Pablo se convirtió el 32 (a más tardar el 34); si este Pablo atestigua que recibió la tradicional fórmula cristológica, que nuclearmente lo contiene todo (1Cor 15, 3-5); si en todas sus cartas emplea aclamaciones, himnos (con manifiestos enunciados sobre la divinidad de Jesús, sobre su acción creadora y su preexistencia) y fórmulas de fe cristológica prepaulinas, cuyo conocimiento por los destinatarios presupone, entonces la pregunta es clara: ¿bastan dos o cuatro años –o veinte, si se quiere prolongar el tiempo hasta las cartas- para construir un mito que, pese a los puntos de comparación muy vagos con los mitos paganos, tiene en su conjunto unitario una eficiencia histórica sin par?
El tiempo disponible era insuficiente para el proceso migratorio que marcan los historiadores de religiones y redacciones, y que consiste en pasar de la primitiva comunidad de Jerusalén, de habla aramea, a las comunidades helenistas y judeocristianas, y de éstas a las comunidades pagano-cristianas, máxime si se tiene en cuenta, como hoy se sabe, que la Jerusalén de entonces estaba muy impregnada de helenismo. Ni del título Kyrios (que corresponde al arameo ‘mar’, o ‘maranatha’), ni el de Hijo de Dios (que se explica por el Antiguo Testamento), ni las fórmulas de la preexistencia y de la misión (que tienen ya antecedentes en la tradición sapiencial judía) necesitan explicaciones tomadas de una mentalidad religiosa helenista.
La afirmación de la presencia de un “mito gnóstico del redentor” en tiempos de Pablo, sobre la que se basan las hipótesis de Bultmann, ha sido desmentida entretanto, y, aunque Jesús hubiera desechado de sí el título de mesías por su ambigüedad, la inscripción que le pusieron en la cruz muestra que le mataron por mesías, y nada más natural que los suyos le atribuyeran este título a partir del día de Pascua.
Por otra parte, en razón del carácter absolutamente único e incomparable de las relaciones de Jesús con el Padre (al que llamaba ‘abba’, de un modo totalmente desacostumbrado) y en virtud de la unidad de los dos acontecimientos de la cruz y de la resurrección, los títulos en cuestión adquieren un peso específico distinto de sus anteriores usos. Jesús mismo había tenido cuidado de disponerlo así por la autoridad y competencia con que actuó: “Más que Jonás” (los profetas), “más que Salomón” (la doctrina sapiencial), “más que el mismo Moisés”, cuya ley enmienda y profundiza, de suerte que sus adversarios le increpan con aquello de “¿Por quién te tomas a ti mismo?
Aunque durante su vida terrena no se le hubiera dado ninguno de los títulos “divinos” posteriores, él mismo dio ocasión a la atribución de los atributos que le elevaban a la esfera divina. La rapidez del movimiento concéntrico con que se llegó a este resultado aparece ya en el uso prepaulino del ‘por nosotros’ (el “por mí” de Gal 2,20), que es la interpretación de la cruz: la expiación eficaz por la humanidad ante Dios, mucho más eficaz que la accesible a la Ley mosaica, podía provenir únicamente de la esfera divina.
Explico de un modo directo y franco por qué, si hubiera vivido en la tierra de Israel en el siglo primero y hubiera oído el Sermón de la Montaña, no me habría unido al círculo de los discípulos de Jesús. Habría disentido, espero que respetuosamente, y estoy seguro que con razones sólidas.
¿Podremos decir que la historia del evangelio se inventó por capricho? Amigo mío, no es así como se inventa. Las obras de Sócrates, de las que nadie duda, están menos atestiguadas que las de Jesucristo. En el fondo es desviar la dificultad sin resolverla. Es más inconcebible que muchos hombres hayan compuesto este libro de común acuerdo que admitir que uno solo haya proporcionado el tema. Nunca los autores judíos habrían hallado ni este tono ni esta moral. El Evangelio tiene rasgos de verdad tan grandes, tan evidentes, tan perfectamente inimitables que su inventor sería más grandioso que el héroe.
Por una parte es científicamente cierto que Jesús es un hombre. Quiero decir que ningún científico serio discute el hecho de que haya existido un hombre llamado Jesús, que vivió en Galilea. Esto no lo pone en duda ningún exegeta serio, sea ateo, hebreo o protestante. Muchos exegetas discuten el hecho de que Jesús sea hijo de Dios, pero esto es otra cuestión, sobre la que volveremos. No conozco ninguno que discuta seriamente el hecho de que Jesús de Nazaret sea un personaje histórico, ya que el conjunto de los testimonios convergentes que poseemos sobre él entra en el mismo género al que pertenecen los datos que poseemos sobre otros personajes históricos de los cuales nadie discute su existencia.
No basta que una hipótesis sea lógicamente posible, para que pueda ser aceptada como verdadera. Hace falta, además, que a esa no imposibilidad se añada una probabilidad psíquica y algunos indicios positivos que muestren que esa posibilidad y esa probabilidad han pasado a los hechos.
Bien, cuando digo que Jesús era humano y divino, divino para mí es un acto de fe, no es la afirmación de un hecho como “Jesús era humano”, que está al alcance de cualquiera que participe en un debate público. “Jesús es divino” es algo que afirman los cristianos y yo, el cristiano que les habla, encuentro a Dios en Jesús y en ninguna otra parte. Quizás otros puedan encontrar a Dios en cualquier sitio, yo no. Eso es lo que significa ser cristiano. (…) Yo entiendo que otra gente encuentra a Dios en otros sitios y que, para mí, ser cristiano es que yo encuentro a Dios, experimento la presencia de Dios en Jesús de Nazaret y no en otro sitio.
Los cuatro Evangelios son auténticos, ya que los cuatro reflejan la altura espiritual cuya fuente era la personalidad de Cristo, que es más divina que cualquier otra cosa en la tierra.
Si utilizamos exclusivamente los criterios históricos reconocidos, las pruebas sobre Jesús son tan tempranas, tan amplias y tan buenas, que no podemos dudar en absoluto de su carácter histórico. Todo lo que se nos transmite es además completamente distinto a lo que se podría construir o imaginar. Rompe todos los esquemas de plausibilidad.
Además, podemos percibir tanto las huellas del acontecimiento como aquello en lo que se ha convertido ese suceso a continuación. Ambas cosas no son explicables por composiciones de ideas, sino sólo por la pujanza elemental de algo que ocurrió de verdad. Por ello, en mi opinión, las dudas sobre la existencia de Jesús no son serias.
-Pero desde el punto de vista histórico, ¿podemos confiar realmente en las fuentes?
Bueno, ya sabe usted que ahora se escarba en las fuentes sin cesar. Se intenta desmenuzarlas todavía más. Al final quedarán reducidas a añicos, y de repente uno se preguntará cómo pudieron surgir siquiera tales acontecimientos de una figura tan mísera.
No debemos olvidar una cosa: la primera epístola a los Corintios, que testimonia la resurrección de Cristo y la institución de la eucaristía, figura en textos que ya conoció Pablo. La carta fue escrita a comienzos de los años cincuenta después del nacimiento de Cristo. El texto que contiene se remonta a su vez a la tradición de Jerusalén. Son por tanto, como dice el propio Pablo, fondos transmitidos. También su forma verbal revela que aquí nos acercamos mucho a los propios acontecimientos.
He de admitir que cuanto más analizo estos esfuerzos para investigar las fuentes, más desconfío del exceso de hipótesis que ha suscitado. Y que además se repiten y se refutan eternamente entre sí. Albert Schweitzer ya criticó la construcción de un Jesús meramente histórico en oposición al cristo de la fe, iniciada en la Ilustración. Él dice que entonces creímos tenerle por fin de verdad, pero Él ha pasado junto a nuestra época y ha regresado a sí mismo.
Creo que todos estos intentos son reconstrucciones que traslucen la imagen del constructor, tanto si toma usted el Cristo de Adolf Harnack –que refleja el tipo humano liberal-, como el Cristo de Bultmann, que pone de manifiesto su filosofía de corte existencialista. Todas estas construcciones se levantaron a partir de una idea básica: Dios hombre es imposible. Por tanto, los acontecimientos que lo presuponen no pueden ser históricos. Es decir, que aquí se aborda el asunto con una condición que, en el fondo, arrebata su fuerza íntima al acontecimiento, y con ella, precisamente todo aquello que le confiere emoción y plenitud.
-¿Cómo lo abordaría usted?
A mí me parece mucho más correcto preguntar simplemente: “¿Tiene sentido el personaje tal como lo refleja el Nuevo Testamento?”. Y mi respuesta sería: “Solo así, tal como está ahí, tiene sentido”. Solo así tiene grandeza y pudo ser el desencadenante de tales acontecimientos. Por eso –pese a toda la crítica de las fuentes, de la que también se puede aprender mucho- estoy convencido de que la confianza en los Evangelios está plenamente justificada. Aunque en ciertos detalles algunos datos puedan seguir siendo conformados en el futuro, podemos confiar en el testimonio de los Evangelios y encontrar en ellos la verdadera figura de Cristo, que es mucho más real que las reconstrucciones históricas, tan seguras en apariencia.
Aún añadiré más: el Evangelio según san Juan, que durante mucho tiempo fue considerado una composición meramente teológica -Bultmann, por ejemplo, intentó explicarlo a partir de las corrientes gnósticas-, aparece precisamente hoy rehabilitado incluso desde el punto de vista histórico de una forma asombrosa. Contiene los datos geográficos más exactos y el conocimiento más minucioso del pensamiento judío y de la forma de vida judía de la época. Un exegeta como Klaus Berger, de Heidelberg, lo considera incluso el más antiguo de los evangelios. Bueno, yo no estoy de acuerdo en eso. Toda la tradición dice que surgió a fines del siglo I. Dejémoslo así. Pero es un Evangelio que deriva de un conocimiento muy preciso y no expone una visión teológica que se haya desprendido del sustrato histórico.
Los Evangelios son relatos testimoniales de hechos que tuvieron lugar en un país y tiempo precisos. Es verdad que hablan de un acontecimiento único: que Dios se hizo hombre en Jesús de Nazaret. Un acontecimiento imposible de inventar por la razón humana; incluso hoy todavía la razón se resiste a aceptarlo. …Ciertamente con su testimonio los evangelistas quieren favorecer el encuentro salvífico con Jesús. Pero esta peculiaridad de los evangelios no supone en sus autores una ausencia de interés por la historia [Los orígenes del cristianismo].
El investigador del [American] Institute of Holy Land Studies, Thomas Drobena, previno que cuando la arqueología y la Biblia parecen estar en tensión, el asunto es siempre la datación, el área más peliaguda de la arqueología moderna y en el que los razonamientos circulares y apriorísticos reemplazan a menudo al análisis empírico.
Es más: incluso desde ciertas ciudades de Asia llegaron enviados de las comunidades cristianas para socorrer, defender y consolar a nuestro hombre [Peregrino]. Porque es increíble la rapidez que muestran tan pronto se divulga un hecho de este tipo. Y es que –para decirlo con sus propias palabras – no tienen bienes propios. Y ya tienes que va a parar a los bolsillos de Peregrino –procedente de manos de esta gente –una gran suma de dinero en razón de su condena; con ello le ayudaron, y no poco, monetariamente. Y es que los infelices creen a pies juntillas que serán inmortales y que vivirán eternamente, por lo que desprecian la muerte e incluso muchos de ellos se entregan gozosos a ella. Además, su fundador les convenció de que todos eran hermanos. Y así, desde el primer momento en que incurren en este delito reniegan de los dioses griegos y adoran en cambio a aquél sofista crucificado y viven según sus preceptos. Por eso desprecian los bienes, que consideran de la comunidad, si bien han aceptado estos principios sin una completa certidumbre, pues si se les presentan un mago cualquiera, un hechicero, un hombre que sepa aprovecharse de las circunstancias, se enriquece en poco tiempo, dejando burlados a esos hombres tan sencillos.
Tomar en serio la pretensión de Cristo es profundamente racional, puesto que entró como hecho en la historia, y como un hecho creador de un “nuevo ser”, de una nueva creación. Sostener a priori la imposibilidad de este hecho es irracional, en la medida en que con ello se abole la categoría de la posibilidad, que es propia de la razón, de una razón auténtica”. Y cita a Claude Tresmontant: “La oposición entre la razón y la fe podría reducirse a esa oposición con la razón habituada a conocer un cierto dato, pero que se niega a aceptar esa novedad del ser…. Que exige de ella, de la propia razón, una renovación…. En nombre de esta jurisdicción de lo antiguo sobre lo nuevo, una razón que rechaza la creación de lo nuevo no debiera haber creído tampoco –como observa san Justino- en la posibilidad de la creación misma, la del mundo, o en la posibilidad de su propia creación (I Apol. XIX). Este es el signo de un sofisma habitual del pensamiento, que se atribuye el derecho de antemano sobre lo posible y lo imposible, en nombre del dato real antiguo, como si la realidad no hubiera estado siempre en fase de renovación, de creación, de modo que, a la postre, si a esta razón se le hubiera pedido opinión, no hubiera podido admitir más que la nada.
Primero, la estructura del cuerpo humano es cambiante a lo largo de toda la vida, las partículas carecen de individualidad. Sin embargo, la identidad personal no cambia. Segundo, la materia es comprimible. Por supuesto que se pueden atravesar objetos y colocar un elemento en dos lugares al mismo tiempo.
La resurrección de Cristo no es como la de Lázaro, que consiste más bien en una revivificación o vuelta a la vida normal con sus años finitos y su continuidad. Se trata de un estado nuevo en el que el cuerpo humano ya no está sometido a las leyes del espacio y del tiempo: no necesita comida, ni determinadas condiciones medioambientales, etc.
Si la materia puede desaparecer del espacio visible, el cuerpo de Cristo también. En la vida el espíritu está limitado por su unión a la materia; después de la Resurrección se cambian los papeles, la materia comienza a vivir a modo de espíritu. No hay espacio ni tiempo, ni cambio ni muerte. Ya no se aplican las leyes físicas. Será por tanto un modo de existir en el que todas estas propiedades extrañas de la materia se pueden manifestar libremente y a voluntad del espíritu. Por eso Cristo resucitado puede ser tocado, pero cuando quiere puede no ser visto, puede comer, pero no lo necesita.
La resurrección da sentido al universo finito y a la materia.
¿Qué ventaja obtuvieron los atenienses cuando mataron a Sócrates? Carestía y destrucción les cayeron encima como juicio por su crimen. ¿Qué ventaja obtuvieron los hombres de Samo cuando quemaron vivo a Pitágoras? En un instante su tierra fue cubierta por arena. ¿Qué ventaja obtuvieron los judíos cuando condenaron a muerte a su rey sabio? Después de aquel hecho su reino fue abolido. Justamente Dios vengó a aquellos tres hombres sabios: los atenienses murieron de hambre, los habitantes de Samo fueron arrollados por el mar, los judíos, destruidos y expulsados de su país, viven en la dispersión total. Pero Sócrates no murió definitivamente: continuó viviendo en la enseñanza de Platón. Pitágoras no murió: continuó viviendo en la estatua de Hera. Ni tampoco el rey sabio murió verdaderamente: continuó viviendo en la enseñanza que había dado.
¡Qué índole la del alma dispuesta tanto a separarse, si es preciso, del cuerpo, como a extinguirse o disiparse o a persistir! Pero que este estar dispuesto proceda de la propia decisión, no de la mera terquedad como en el caso de los cristianos, de un modo reflexivo y digno, que convenga a los demás, sin teatralismo trágico.
Lo que los apóstoles proclaman públicamente poco después de la muerte de Jesús no es la vuelta de esta a la vida anterior, sino el hecho de que Dios había resucitado a Jesús, y que así había comenzado la resurrección de los muertos. Por ser judíos, los discípulos de Jesús compartían en este punto las creencias del judaísmo, de las que formaba parte la esperanza en la resurrección de los muertos. Pero en el judaísmo la resurrección de los muertos era esperada como un acontecimiento que tendría lugar al final de los tiempos; resurrección de los muertos y fin del mundo estaban estrechamente unidos. No es necesario demostrar que esta fe y esta mentalidad no eran la predisposición adecuada para la proclamación que vemos hacer a los apóstoles: el mundo sigue su marcha como antes, y no obstante estos hombres proclaman que ha comenzado la resurrección de los muertos, que en Jesús resucitado ha comenzado ya el fin del mundo y la nueva creación.
Los textos de las apariciones no son un mero “aquí estoy, ya os lo decía, yo tenía razón, iba a resucitar”, sino una revelación. Quienes lo encontraron conocen algo nuevo del Maestro que hasta ahora no conocían. Cristo obra en ellos un cambio. Y esa transformación realizada por Cristo es la que los lleva a comunicar lo que han visto y oído, hasta dar la vida. En el encuentro con Cristo resucitado este cambio se explica, sin él, es un enigma.
Si alguien nos dijera que el amor de su vida está ahí fuera, y que el signo para reconocerle es que tiene un ramo de flores, lógicamente iríamos a buscarlo inmediatamente. Si uno cogiera las flores y volviera para decir “es cierto, está ahí, aquí están las flores”, se habría perdido lo mejor. Lo lógico es coger las flores y al amor de la vida y disfrutar de él.
Los cristianos, reclutando desde los lugares más bajos hombres ignorantes y mujeres crédulas que se dejan llevar por la debilidad de su sexo, han constituido un conjunto de conjurados impíos, que, en medio de reuniones nocturnas, ayunos periódicos y alimentos indignos del hombre, han sellado su alianza, no con una ceremonia sagrada sino con un sacrilegio […]. Se reconocen por señales ocultas y se aman entre ellos, por así decir, antes de conocerse […]. Tengo entendido que ellos, no sé por qué estúpida creencia, adoran, después de haberla consagrado, una cabeza de asno […] Y quien dice que un hombre castigado por un delito con la pena suprema y el leño de una cruz constituyen la lúgubre sustancia de su liturgia, no hace sino atribuir a estos bribones sin ley el ritual que mejor les pega, es decir, indica como objeto de su adoración justo lo que ellos merecerían.
Frente a un hombre que insiste en ser el equivalente al Señor, uno no puede estar en desacuerdo “con respeto y reverencia”. Uno no puede descartar la pretensión de este hombre y permanecer “movido” por su grandeza. “Un hombre que fue un simple hombre y dijo las cosas que Jesús dijo no sería un gran maestro de vida moral”, escribió C.S. Lewis en su famosa cita. “Él sería o un demente profundo (lunatic) o el mismo demonio. Hemos de tomar postura. O este hombre era y es el Hijo de Dios; o bien un loco o algo peor. … Pero no nos pongamos en una condescendencia sin sentido acerca de Su ser un gran maestro de vida moral. Él no lo dejó abierto para nosotros, no fue su intención.
El papel que la arqueología está desempeñando en el Nuevo Testamento que investigo (así como en el Antiguo Testamento), ayudando al estudio científico, equilibrando las teorías críticas, ilustrando, elucidando, complementando y autentificando los ámbitos históricos y culturales, constituye un punto luminoso en futuro de la crítica de los textos sagrados.
Del cielo que me tienes prometido han escrito teólogos, místicos y profetas: visio, caritas, gaudium constantemente nuevos ante la luz eterna de Tu rostro. Todo eso espero yo de Tu misericordia. Pero quiero decirte –y esto es una oración- que la Infinita bienaventuranza para este corazón alicorto sería un poco menos –Tú verás cómo te arreglas para mover los hilos de la Historia- si de alguna manera no fuesen parte de ella los dulces ojos negros de la que Tú ya sabes. [Punto y Aparte].
La arqueología, en muchos casos, ha refutado las opiniones de los críticos modernos. Ha mostrado en un buen número de casos que estas opiniones se basan en falsas premisas y en esquemas artificiosos e irreales del desarrollo histórico. Esta es una contribución real y no debe menospreciarse.
Hay algunos problemas en la afirmación de que Augusto llevó a cabo un censo en todo el Impero durante los reinados de Quirinius y Herodes. Para empezar, no existen constancias de tales censos, pero sabemos ahora que tales censos se hacían regularmente en Egipto, la Galia y Cirenea. Es muy posible que lo que quiere decir Lucas es que los censos se practicaban en todo el imperio en distintos momentos y que Augusto fue quien inició esta práctica. El tiempo presente que Lucas emplea señala ésta como una práctica que se repetía. Quirinius llevó a cabo un censo en el año 4, muy tarde para el nacimiento de Jesús, y Herodes murió antes de que Quirinius fuera nombrado gobernador, luego ¿estaba Lucas confundido? No; de hecho, menciona el censo tardío de Quirinius en Hechos 5, 37. Es más probable que Lucas distinguiera el censo del tiempo de Herodes del más conocido, llevado a cabo por Quirinius: Este censo tuvo lugar antes de que Quirinius fuera gobernador de Siria. Hay varios pasajes del Nuevo Testamento que permiten esta traducción.
¡Seguid ayudándome a ser sacerdote enamorado! ¡Seguid siendo madres de sanación! ¡Seguid siendo “nada” para que se muestre el Todo de Cristo! ¡Que Él me conceda seguir bebiendo de la Santa Savia que el Espíritu derrama en esta comunidad!
A pesar de nuestras limitaciones –de nuestro barro tantas veces roto- la Gracia de Dios aparece con fuerza en nuestra vida. Por eso, sea cual sea nuestra debilidad, ¡la Gracia puede más que la Muerte! Eso, también eso, lo he visto en “Lerma”…
No quiero acabar esta carta fraterna –y filial- de gratitud sin hacer mención a la última de las llamadas de Consagración que para todos está cerca: me refiero a la muerte, que es ese encuentro amorosísimo, en abrazo eterno, con el Esposo. Todos tenemos un “día y hora” que el Padre –en su eternidad- conoce. Me interrogo: ¿no deberíamos esperar ese día con el mismo entusiasmo, ardor, deseo y sobrecogimiento ante el Don que nos espera, con que esperamos los acontecimientos de Consagración de esta vida? –suplico al Espíritu Santo que nos conceda mirar ahora nuestra vida con los ojos y el corazón que tendremos en ese momento último y definitivo: ¡LO QUE EN EL MOMENTO DE LA MUERTE TIENE IMPORTANCIA, LO TIENE AHORA! ¡Lo que en ese momento sea accidental, también lo es ahora! En definitiva: ¡solo Cristo, y solo el amor es lo importante! [Carta que escribió sus últimas Navidades a la comunidad de Clarisas de Lerma].
Esta revelación de la divinidad se produce en la existencia humana de Jesús, pero no por estallidos desmesurados o manifestaciones grandiosas sino mediante un continuo y silencioso trascender los límites de las posibilidades humanas, en una magnitud y amplitud que al principio se percibe solo como una naturalidad benéfica, como una libertad que parece natural, sencillamente como una humanidad sensible y que termina por mostrarse simplemente como un milagro… un paso silencioso que trasciende los límites de las posibilidades humanas, pero que es bastante más portentoso que la inmovilidad del sol o el temblor de la tierra.
Hablamos sobre todo de los evangelios apócrifos, a saber: a) los evangelios judeo-cristianos, conocidos por los nombres de Evangelio de los hebreos, Evangelio de los nazarenos, Evangelio de los ebionitas y Evangelio de los doce apóstoles; b) el Evangelio de Pedro; c) el Protoevangelio de Santiago; d) el Evangelio de Tomás.
Estos evangelios contienen algunos rasgos positivos, sacados la mayor parte de las veces de los evangelios canónicos. En su conjunto son de una mediocridad lastimosa. Cediendo al gusto popular por lo maravilloso y lo legendario, los apócrifos se dejan llevar por la tentación de “completar” los evangelios, bien para colmar lagunas informativas que consideran insuficiente sobre ciertos períodos de la vida de Jesús (especialmente la que precede al ministerio público), bien para enriquecer el relato de la resurrección con algunos detalles adecuados para establecer su realidad de forma irrefutable frente a la incredulidad. Este intento es ya la tentación de escribir una vida de Jesús que sea reconstrucción completa del pasado, para responder a las exigencias de la curiosidad popular o a las exigencias de cierta apologética que desea explicar la discordancia o el silencio de nuestros relatos, o fundamentar más la realidad de los sucesos principales de la vida de Jesús.
Desde mediados del siglo II, nuestros cuatro Evangelios son considerados como un conjunto compacto, como un numerus clausus: son cuatro, ni más ni menos. Todos los demás textos que reivindican el título de evangelios son rechazados como apócrifos.
Por lo demás, Paul-Louis Couchoud, el representante más notable y difundido de la escuela mitológica, frente a sus colegas contemporáneos, críticos racionalistas al estilo de Guignebert, argumentaba de esta manera: Quien intente esclarecer los orígenes del cristianismo deberá tomar una importante decisión. Jesús es un problema. El cristianismo es otro. El investigador no podrá resolver ninguno de estos dos problemas si no considera que el otro es irresoluble. Si se queda en el problema de Jesús, tendrá que recorrer el camino de los biblistas racionalistas. De ahí saldrá el cuadro -con más o menos colores- de un agitador mesiánico, un rabbí del tiempo de los últimos Herodes. Tendrá que atribuirle rasgos creíbles para poderlo integrar en la historia. Si es un hábil crítico conseguirá un retrato aceptable capaz de merecer elogios.
Sin embargo, prosigue el especialista francés, el cristianismo aparecerá como un hecho inexplicable. ¿Cómo aquel ignorado Maestro se ha convertido en Hijo de Dios, objeto continuo del culto y de la teología cristiana? Aquí nos encontramos fuera de los caminos abiertos de la historia. Faltan analogías. El cristianismo es un increíble absurdo y el más osado de los milagros.
Puedo afirmar que me embarqué en esta investigación sin prejuicios a favor de la conclusión que ahora le intento justificar al lector. Por el contrario, comencé con la mente dispuesta a lo contrario, pues la originalidad y aparente finalidad de la teoría de Tübingen me tuvo convencido durante un tiempo. No me había tomado el trabajo de estudiar el tema minuciosamente; pero más recientemente entré en contacto con el libro de los Hechos como una autoridad en la topografía, las antigüedades y la sociedad de Asia menor. Me fui dando cuenta gradualmente que diversos detalles de la narrativa mostraban una verdad maravillosa. De hecho, el hecho de comenzar con una idea fija de que la obra era esencialmente un escrito del siglo II y no atender a las evidencias que indicaban el siglo I, me sirvió como aliado en unas investigaciones oscuras y difíciles.
A medida que los estudios críticos de la Biblia quedan más y más influidos por el nuevo material al antiguo Oriente medio, apreciamos un constante aumento de respeto por la importancia histórica de pasajes y detalles hasta ahora ignorados del Antiguo y el Nuevo Testamento.
A lo largo de la segunda parte del Seminario se proponen lecturas más extensas y profundas que complementan el contenido global. A continuación, ofrecemos una recopilación.
Descarga en PDF la lista que verás a continuación.
A Jewish Theology of Resurrection de Rabbi Mark Gottliebde que profundiza en la teología de Pinchas Lapide sobre la resurrección de Jesús.
Análisis del profesor Jean Guitton sobre la historicidad de los Evangelios y las características del relato mítico.
Antes del fin – Ernesto Sábato
Ardusso, F. (1998). Gesù Cristo Figlio del Dio Vivente (pp. 53-62) sobre la denominada «tercera búsqueda» del Jesús histórico.
Benedicto XVI, «Jesús de Nazaret»: vol. I y vol. II
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Comparación bibliográfica de textos antiguos (número de copias). Enlace recomendado: http://www.earlychristianwritings.com/
Confiar en la muerte. Francesco de Nigris, discípulo de Julián Marías
¿Cuándo fueron escritos los Evangelios? – J. Carrón y J.M. García (2001). ¿El Evangelio de Lucas es usado en liturgias ya en el año 55?
Cultos paganos y mitos – Síntesis propia en español de Ronald Nash y Edwin Yamauchi sobre posibles paralelismos de la Resurrección con otras religiones. Easter: Myth, Hallucination, or history? – Edwin Yamauchi (texto original en inglés). Was the New Testament Influenced by pagan religions – Ronald Nash (texto original en inglés).
Curso de Historia y Filosofía de las Religiones. El primogénito de entre los muertos – Antonio González. Fundación Zubiri (2011-2012).
Death and Nether World According to the Sumerian Literary Texts – Kramer, S.N. (pp. 59-68)
De Profundis – Oscar Wilde
Early Gentile Christianity and Its Hellenistic Background – Nock, A.D.
El hombre eterno- Chesterton. Capítulo «Los enigmas del Evangelio».
Eschatology of Dead Sea Scrolls – J. Randall Price
Errata. El examen de una vida – G. Steiner
Escrito del Rabino Eugenio Zolli. Roma, 1945
Fuentes arqueológicas
Hamlet – Shakespeare. Fragmento sobre la muerte.
Jesus of Nazareth’s trial in the uncensored Talmud. Estudio de David Instone-Brewer sobre la huella histórica del Talmud en los milagros de Jesús.
Jesucristo: mito, reliquia o verdad – J. Carrón. Descarga aquí el fragmento sobre el influjo del helenismo.
Johann Michl: libros apócrifos del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Juan Pablo II – Audiencias Generales (enlaces) sobre la pretensión de Jesús (1987). Descarga aquí el texto de las audiencias.
La cogida y la muerte – Federico G. Lorca
La verdad histórica de los Evangelios. Comisión Pontificia para Estudios Bíblicos (1964)
La pequeña vida de Jesús
Laurentin, René (1998). «Vida Auténtica de Jesucristo». Vol II: Fundamentos, pruebas y justificación (pp. 14- 15)
Los evangelios apócrifos. Hans-Joseph Klauck. Introducción y conclusión.
Los libros canónicos del Nuevo Testamento. J.P. Meir, «Un judío marginal» (1997).
Martin Hengel, capítulo “The History of Jesus and the Eye-witnesses” sobre el talante de los evangelistas.
Nuevo Testamento. Número de textos y cercanía de las fechas; coincidencia con fuentes no cristianas; características del estilo.
N.T. Wright. La Resurrección del Hijo de Dios
Olegario González de Cardedal. 12 rasgos de la pretensión de Jesús de Nazaret.
Olegario González de Cardedal. Fundamentos de Cristología, el hecho histórico de Jesús de Nazaret.
Pines, Shlomo (1971). An Arabian Version of the Testimonium Flavianum and its Implications, pp. 14 y 16
Poema Nahuatl: ¿Dónde está la tierra en que no se muere?
Poema de Charles Péguy sobre el rescate de la culpabilidad. La parábola del hijo pródigo en «Palabras Cristianas», pp. 76-80.
Reflexiones del escritor Carlos Fuentes ante la muerte de su hijo
Romano Guardini– Imagen de Jesús, pp. 116-120
Sábana Santa – Manuel Carreira (1998)
Sábana Santa – Jorge M. Rodríguez Almenar (2017)
Sábana Santa – Estudio de Rayos X sobre la datación en el siglo I (2022)
Sherwin-White. Roman Society and Roman Law in the New Testament
Some Ancient Semitic Conceptions of the Afterlife – Saggs, H.W.F. (pp. 157-182).
Sobre Flavio Josefo – J.P. Meir. «Un judío marginal» (1997).
The problem of Mith in the New Testament – James D. G. Dunn
The resurrection narratives in Matthew’s Gospel – D. Wenham
Tradición oral judía, por J.P. Moreland en «Scaling the Secular» (2000). Memoria y otros argumentos de credibilidad, por J.A. Sayés en «Razones para creer» (1992).
Un sepulcro vacío – Debate sobre la resurrección de Jesús
Vittorio Messori: ¿Un hebreo divinizado por hebreos?
Von Baltasar, «A los creyentes desconcertados» (pp. 14-16) sobre la pretensión de Jesús.
Recopilamos una serie de conferencias que hacen referencia a la pretensión de Jesús de Nazaret.
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5 claves para leer «Dios no va conmigo» de Holly Ordway
Abrahán y el nacimiento del yo – Ángel Barahona.
Catholicism 101 (2022). Word on Fire Institute. By Josephine Garrett, Stephen Gadberry, Jonathan Roumie. Illinois.
Conferencia: ¿Qué nos dice el universo de nosotros mismos? Tomás Alfaro 2023
¿Cómo es diferente Jesús de los fundadores de otras religiones? Birett Ballett (26 de febrero de 2013).
Curso de verano: «Ante la urgencia de felicidad ¿el cristianismo puede decir algo?
¿Dios en la historia? – Gonzalo Barriga.
¿Cuál es la pretensión de Jesús de Nazaret? – Mariola de la Croche.
Consideraciones sobre la tumba vacía de Jesús – Documentos arqueológicos.
Debate sobre la existencia de Dios (Fernando Savater, Javier Prades…).
El rabino Jonathan Sacks: «La fe es la valentía de vivir en la incertidumbre».
El sepulcro vacío. Javier de la Rosa.
El sufrimiento. Ángel Barahona.
Holydemia – Cursos online del P. Jesús Silva Castignani sobre el Catecismo y la Misa.
Jesús de Nazaret, modelo de salud mental. Conferencia del profesor de Psicología UFV, Giovanni Alario. PDF de su presentación.
La religión y la muerte, diálogo entre un judío, un cristiano y un musulmán
La historicidad de las fuentes. Salvador Antuñano.
La resurrección desde la física. Conferencia del P. Manuel Carreira.
La historicidad de Jesús. Rodríguez, Jorge M. Ateneo Mercantil de Valencia (19 de abril de 2021).
La Biblia en un año. Podcast bíblico de Fr. Mike Shcmitz.
La Sábana Santa. Exposición virtual del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.
Peter May. Podcast sobre la resurrección de Jesús y el testimonio de Pablo.
Podcast Restore the Glory sobre sanación cristiana.
El documental El Sentido Busca al Hombre fue creado por el Instituto Newman con el objetivo de sintetizar la propuesta de este Seminario. A continuación, presentamos los capítulos 3, 4 y 5 del documental, que tienen que ver con la pretensión de Jesús de Nazaret.
Parte 2: Jesús, hombre y Dios: una pretensión histórica
Parte 3: La inaudita pretensión de Jesús de Nazaret
Parte 4: El sepulcro vacío
Algunos directores de cine y/o series han apostado por representar, literal o simbólicamente, la figura de Jesús de Nazaret. A continuación, ofrecemos obras que pueden resultar representativas.
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Los Miserables – Soliloquio de Jean Valjean.
The Chosen – Trailer oficial de la serie.
Si Dios ha intervenido en la historia, pero solo en el pasado, ¿qué interés tendría para los hombres y mujeres de hoy? Sin embargo, si Jesús de Nazaret ha querido hacerse presente por medio de la Iglesia para que todo el mundo lo conozca Dios se hace contemporáneo de los hombres de cada época. Esto nos deja perplejos, también en el inicio, con el propio Jesús en esta tierra cuando decían que solo era el hijo del carpintero de Nazaret. El mismo escándalo que Jesús provocaba por su condición humana a los que le conocieron sucede a los cristianos de hoy por inseparabilidad entre la presencia de Jesús y la Iglesia.
A continuación, mostramos una recopilación de artículos de opinión, ensayos y reseñas que profundizan en la realidad de la Iglesia.
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Apologética Católica. ¿Quiso Jesús fundar una Iglesia? Caso-Rosendi, Carlos.
Apologética Católica. La transmisión del nuevo sacerdocio y la jerarquía eclesiástica en el Nuevo Testamento. Romaniuk, Casimir (1976).
Apologética Católica. La Iglesia indefectible. Arráiz, José Miguel.
Didascalia Apostolorum. En aciprensa.com
Esquina Apologética. Voluntas Tua. El Primado de Pedro. La piedra y las llaves de la Iglesia. Medina, Jonatan.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. Una sola Iglesia. La necesidad de un solo cristianismo. Medina, Jonatan.
Esquina Apologética. Voluntas Tua. La Sucesión Apostólica. Una Iglesia ininterrumpida. Briceño, Mauricio.
¿Quiso Jesús una sola Iglesia? Dierckx, Paulo P. y Jordá, Miguel (28 de agosto de 2021). Regnum Christi. Territorios de México-Centroamérica y Norte de México.
¿Por qué San Agustín es actual para la universidad de hoy?
Un viento recio – Enrique García-Máiquez.
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La Iglesia pretende ser el medio por el cual Jesús de Nazaret se hace presente hoy. Esta pretensión es cuanto menos escandalosa. Muchos autores a lo largo de la historia se han visto provocados por este hecho y han escrito sobre ello.
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Si admitiera la posibilidad de alguna verdad, los curas serían las últimas personas a las que iría a preguntar, y la Iglesia, a la que no conozco sino a través de alguna de sus chapuzas temporales, sería el último lugar donde iría a buscarla. Pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada. Así que este libro no cuenta cómo he llegado al catolicismo, sino cómo no iba hacia él cuando me lo encontré. No es el relato de una evolución intelectual, sino la reseña de un acontecimiento fortuito, algo así como el atestado de un accidente.
(…) Un mundo distinto, de un resplandor y de una densidad que arrinconan al nuestro entre las sombras frágiles de los sueños incompletos. Él es la realidad, él es la verdad, la veo desde la ribera oscura donde aún estoy retenido. Hay un orden en el universo, y en su vértice, más allá de este velo de bruma resplandeciente, la evidencia de Dios. La evidencia hecha presencia y hecha persona de Aquel a quien yo habría negado un momento antes, a quien los cristianos llaman Padre nuestro, y del que aprecio que es dulce, con una dulzura no semejante a ninguna otra.
Todo está dominado por la presencia, más allá y a través de una inmensa asamblea, de Aquel cuyo nombre jamás podría escribir sin el temor de herir su ternura, ante quien tengo la dicha de ser un niño perdonado, que se despierta para saber que todo es regalo.
(…) Y muchos años después: “¡Dios mío! Entro en tus iglesias desiertas, veo a lo lejos vacilar en la penumbra la lamparilla roja de tus sagrarios, y recuerdo mi alegría. ¡Cómo podría haberla olvidado! ¿Cómo echar en olvido el día en que se ha descubierto –entre los muros de una capilla hendida de repente por la luz- el amor desconocido por el que se ama y se respira; donde se ha aprendido que el hombre no está solo, que una invisible presencia le atraviesa, le rodea y le espera; que más allá de los sentidos y de la imaginación existe otro mundo, donde a su lado este universo material, por hermoso que sea y por insistente que sepa hacerse, no es más que vapor incierto y lejano reflejo de la belleza que lo ha creado? Porque hay otro mundo. Y no hablo de él por hipótesis, por razonamiento o de oídas. Hablo por experiencia.
Si no creéis, pero a la vista de las razones para creer en un Dios personal venido a nosotros en Jesucristo, no excluís su existencia, podéis entonces seguir el camino de Charles de Foucauld (1858-1916), el oficial francés que, habiendo perdido la fe a los 16 años, la encontró de nuevo a los 28 después de llevar una vida desordenada y, unos meses antes de su conversión, se dedicó a una intensa búsqueda de Dios. Durante este período, entraba a veces en las iglesias y se quedaba allí largo tiempo, murmurando una oración original: “Dios mío, si existes, haz que te conozca” [Razones para creer].
El estilo de Jesús es inconfundible: es el estilo característico de Dios, que suele realizar las cosas más grandes de modo pobre y humilde. Frente a la solemnidad de los relatos de alianza del libro del Éxodo, en los Evangelios se encuentran gestos humildes y discretos, pero que contienen una gran fuerza de renovación. Es la lógica del reino de Dios, representada —no casualmente— por la pequeña semilla que se transforma en un gran árbol (cf. Mt 13, 31-32). El pacto del Sinaí estuvo acompañado de señales cósmicas que aterraban a los israelitas; en cambio, los inicios de la Iglesia en Galilea carecen de esas manifestaciones, reflejan la mansedumbre y la compasión del corazón de Cristo, pero anuncian otra lucha, otra convulsión, la que suscitan las potencias del mal.
Como hemos escuchado, a los Doce «les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia» (Mt 10, 1). Los Doce deberán cooperar con Jesús en la instauración del reino de Dios, es decir, en su señorío benéfico, portador de vida, y de vida en abundancia, para la humanidad entera. En definitiva, la Iglesia, como Cristo y juntamente con él, está llamada y ha sido enviada a instaurar el Reino de vida y a destruir el dominio de la muerte, para que triunfe en el mundo la vida de Dios, para que triunfe Dios, que es Amor.
Esta obra de Cristo siempre es silenciosa; no es espectacular. Precisamente en la humildad de ser Iglesia, de vivir cada día el Evangelio, crece el gran árbol de la vida verdadera. Con estos inicios humildes, el Señor nos anima para que, también en la humildad de la Iglesia de hoy, en la pobreza de nuestra vida cristiana, podamos ver su presencia y tener así la valentía de salir a su encuentro y de hacer presente en esta tierra su amor, que es una fuerza de paz y de vida verdadera.
Así pues, el plan de Dios consiste en difundir en la humanidad y en todo el cosmos su amor, fuente de vida. No es un proceso espectacular; es un proceso humilde, pero que entraña la verdadera fuerza del futuro y de la historia. Por consiguiente, es un proyecto que el Señor quiere realizar respetando nuestra libertad, porque el amor, por su propia naturaleza, no se puede imponer. Por tanto, la Iglesia es, en Cristo, el espacio de acogida y de mediación del amor de Dios. Desde esta perspectiva se ve claramente cómo la santidad y el carácter misionero de la Iglesia constituyen dos caras de la misma medalla: solo en cuanto santa, es decir, en cuanto llena del amor divino, la Iglesia puede cumplir su misión; y precisamente en función de esa tarea Dios la eligió y santificó como su propiedad personal.
Por tanto, nuestro primer deber, precisamente para sanar a este mundo, es ser santos, conformes a Dios. De este modo obra en nosotros una fuerza santificadora y transformadora que actúa también sobre los demás, sobre la historia.
… Los doce apóstoles no eran hombres perfectos, elegidos por su vida moral y religiosa irreprensible. Ciertamente, eran creyentes, llenos de entusiasmo y de celo, pero al mismo tiempo estaban marcados por sus límites humanos, a veces incluso graves. Así pues, Jesús no los llamó por ser ya santos, completos, perfectos, sino para que lo fueran, para que se transformaran a fin de transformar así la historia. Lo mismo sucede con nosotros y con todos los cristianos. … «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rom 5, 8). La Iglesia es la comunidad de los pecadores que creen en el amor de Dios y se dejan transformar por Él; así llegan a ser santos y santifican el mundo.
Tanto para mí como para otros muchos, la influencia de Scheler rebasó los límites del campo estricto de la filosofía. No sé en qué año llegó a la Iglesia Católica, pero ya por entonces se encontraba imbuido de ideas católicas y las propagaba con toda brillantez y la fuerza de su palabra. Este fue mi primer contacto con un mundo completamente desconocido para mí. No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de fenómenos ante los que yo no podía estar ciega. No en vano nos habían inculcado que debíamos ver todas las cosas sin prejuicios ni anteojeras. Así cayeron los prejuicios racionalistas en los que me había educado sin darme cuenta, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí. Personas con las que trataba a diario y a las que admiraba vivían en él. Tenían que ser, por lo menos, dignas de ser consideradas en serio.
El espacio dentro del cual se desarrolló mi búsqueda fue la Iglesia católica. La observé primero desde la distancia atraído por su historia larga e ininterrumpida. Cuando entré dentro encontré un espacio cálido y hospitalario en el cual me encontraba a gusto. Había descubierto un entorno que abrazaba mis contradicciones sin comprometer la verdad. Podía dirigir y purificar tanto mi dolor como mi deseo. Cuando caí en la cuenta del alcance de la acción sacramental, por la cual todo lo que hay en el cielo y en la tierra se une en un único momento, curando todo, supe que había llegado a casa. La iglesia llegó a ser para mí una inspiradora de memoria. Me permitió leer mi banal y a veces escuálida vida dentro de la narrativa de la redención que no solo alcanzaba los tiempos del principio sino también los recuerdos del futuro, de la eternidad. Permanecer dentro del núcleo de esta narrativa es oír algunas veces con terrible claridad los gritos desoladores de la humanidad; es oír también la voz ronca del mal; Y ello no vagamente alrededor, sino en el corazón de uno. Uno puede solamente perseverar en tal escucha atendiendo al mismo tiempo otra voz discreta pero imperativa que habla “Esta cumplido”. Se las arregla con genialidad armónica para unir los violentos gritos del “¡crucifícalo!” y del angélico “¡Hosanna!” en un único acorde que surge de la disonancia y conduce a una belleza inaudita.
Las verdades contingentes de tipo histórico no pueden convertirse nunca en una prueba de verdades necesarias de tipo racional… Pasar de esa verdad histórica a una clase totalmente distinta de verdad y pretender de mí que tenga que configurar todos mis conocimientos metafísicos y morales en conformidad con ella… exige de mí… que modifique según ella todos mis conceptos fundamentales sobre la naturaleza de la divinidad… Este, precisamente este, es el maldito foso que no consigo saltar, a pesar de los numerosos y penosos esfuerzos que he intentado realizar.
La Iglesia está desposada con todas las características de la humanidad, con todas sus complejidades y sus inconsecuencias, con las contradicciones sin fin que existen en el hombre […] Desde las primeras generaciones cristianas, cuando apenas había traspasado los límites de la vieja Jerusalén, la Iglesia ya reflejaba en sí misma los rasgos –las miserias- de la humanidad corriente.
Hacia el final del símbolo de mi fe, cuando lo recitó, confieso (y suelo hacerlo con cierta energía) que creo “en la Iglesia que es una, Santa, católica y apostólica”. Desde luego me resulta tremendamente más difícil que creer en Dios o en Cristo. Pero me resulta fácil el amarla […] creo en la Iglesia, porque creo que tiene el depósito de la verdad religiosa y ha sido instituida por Cristo para la salvación sobrenatural de la humanidad, no porque sienta una atracción especial hacia esta institución en su vertiente humana, cuya historia no ha sido excesivamente brillante y algunas de cuyas páginas me avergüenzan o me irritan. Diré, como Mauriac, que en esto me diferencio de quienes estiman a la Iglesia porque les gusta, aunque no crean en su condición sobrenatural. También comprendo perfectamente las servidumbres de todo tipo que supone la Encarnación de esa Iglesia en la historia y por eso tengo amor por sus debilidades. Tanto, como me encolerizan las actitudes de miedo, de hambre de dinero, privilegios o poder temporal. Si no amase a esta Madre, no me enfurecerían sus arrugas. Pero, aún con arrugas, no la cambiaría por nada: por ninguna ideología profana de alto valor humanístico, ni por ningún club de hombres geniales y selectos. Y a veces su estructura jurídica y el peso de su historia resultan un corsé incómodo e intolerable. Pues bien, yo gritaré contra esas construcciones pero no me separé un ápice de su amor y obediencia.
No faltan símbolos prestigiosos de la presencia cristiana, pero estos, con el lento y progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de convertirse en mero vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada. Esta pérdida de memoria cristiana va unida a un cierto miedo a la hora de afrontar el futuro. La imagen del porvenir que se propone resulta a menuda vaga e incierta. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran, entre otros signos preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida.
La Iglesia no solo es expresión de vida, algo que nace de la vida, sino que es una vida. Una vida que nos llega desde muchos siglos anteriores a nosotros. Quien quera comprobar la veracidad de su opinión sobre la Iglesia ha de tener presente que para comprobar realmente una vida, como es el caso, se necesita convivir con ella adecuadamente.
Me doy de bruces con unas gentes que practican la vida buena, la viven. Viven una vida absolutamente bella entregándola a otros por amor a Jesucristo, y quedas alucinado.
Estoy convencido de que, en la medida en que seamos fieles a la voluntad de Dios, los tiempos de purificación eclesial que vivimos nos harán más alegres y sencillos y serán, en un futuro no lejano, muy fecundos. «¡No nos desanimemos! El señor está purificando a su Esposa y nos está convirtiendo a todos a Sí. Nos permite experimentar la prueba para que entendamos que sin Él somos polvo. Nos está salvando de la hipocresía y de la espiritualidad de las apariencias. Está soplando su Espíritu para devolver la belleza a su Esposa sorprendida en flagrante adulterio. Nos hará bien leer hoy el capítulo 16 de Ezequiel. Esa es la historia de la Iglesia. Esa es mi historia, puede decir alguno de nosotros. Y, al final, a través de tu vergüenza, seguirás siendo un pastor. Nuestro humilde arrepentimiento, que permanece en silencio, en lágrimas ante la monstruosidad del pecado y la insondable grandeza del perdón de Dios, es el comienzo renovado de nuestra santidad.
Si el debate especulativo había terminado para nosotros, teníamos todavía muchas repugnancias que vencer. La Iglesia en su vida mística y santa nos era infinitamente amable. Estábamos dispuestos a aceptarla. Nos prometía la fe por el bautismo, e íbamos a poner a prueba su palabra. Pero en la mediocridad aparente de la gente católica y en el espejismo que, a nuestros ojos mal abiertos parecía ligarla a las fuerzas de reacción y de opresión, nos era extrañamente aborrecible. Nos parecía la sociedad de los satisfechos de este mundo, que aprueba y se alía con los poderosos, burguesa, farisaica, alejada del pueblo.
Pedir el bautismo era también aceptar la separación de la gente que conocíamos para entrar en un mundo desconocido; era, así lo pensábamos, renunciar a nuestra simple y común libertad para ir a la conquista de la libertad espiritual, tan bella y real en los santos, pero situada demasiado alta, nos decíamos, para ser nunca alcanzada.
Era aceptar la separación – ¿para cuánto tiempo? – de nuestros padres y de nuestros amigos, cuya incomprensión nos parecía había de ser total, y así lo ha sido en muchos casos; pero la bondad de Dios nos reservaba también sorpresas. En fin, nos sentíamos ya como “la escoria del mundo” ante la idea de la desaprobación de aquellos a quienes amábamos. Jacques continuaba a pesar de todo tan persuadido de los errores de los “filósofos” que pensaba que al hacerse católico tendría que renunciar a la vida de la inteligencia.
Mientras solo nos preocupaba el espectáculo de la santidad y de la belleza de la doctrina católica, conocimos la alegría del corazón y del espíritu, y nuestra admiración iba en aumento. Ahora que nos disponíamos a entrar en el número de aquellos que el mundo aborrece como aborrece a Cristo, sufríamos, Jacques y yo, una especie de agonía. Aquello duró aproximadamente dos meses…
Creíamos también que el hacernos cristianos suponía abandonar para siempre la filosofía. Pues bien, estábamos dispuestos –aunque no era fácil- a abandonar la filosofía por la verdad. Jacques aceptó este sacrificio. La verdad que tanto habíamos deseado nos había cogido en su cepo. Si Dios ha querido ocultar su verdad en un montón de estiércol, decía Jacques, tenemos que ir a buscarla allí.
Entonces un día cometí el error fatal. Decidí que ya era tiempo de ir a misa por mi cuenta. Resolví cruzar las puertas de Gesú, la parroquia de la Universidad Marquette. Justo antes del anochecer me introduje discretamente en la capilla del sótano para la misa diaria. No estaba seguro de lo que podía esperar: quizás estaría solo con un sacerdote y un par de monjas ancianas. Tomé asiento como observador en el último banco.
Pronto gente normal empezó a entrar desde la calle, gente que parecía totalmente “de la calle”. Entraban, hacían una genuflexión y se ponían a orar. Su devoción sencilla pero sincera era impresionante. Entonces sonó una campana y un sacerdote se acercó al altar. Permanecí sentado; dudé si era algo seguro ponerme de rodillas. Como calvinista evangélico me habían enseñado que la misa católica era el mayor sacrilegio que se puede cometer por eso no sabía qué hacer.
Escuché las lecturas, las oraciones y las respuestas de la gente, todo tan radicado en las Escrituras y todo parecía hacer la Biblia algo vivo. Casi quise detener la misa y decirles. “Un momento, esta frase es del libro de Isaías, esta otra es de un salmo, y ahí tenéis otro profeta en esa oración”. Encontré también numerosos elementos de la antigua liturgia judía que yo había estudiado con tanta intensidad.
De pronto me di cuenta de que aquí es donde realmente encajaba la Biblia. Este era el contexto en que ese hermoso sentimiento de familia debía ser leído, proclamado y comentado. Luego pasamos a la liturgia de la Eucaristía, donde todas mis certezas sobre la alianza convergían antes.
Quería detener todo y gritarles: “¿Puedo explicar todo esto que está pasando con la Escritura? Es algo grandioso”, pero en vez de eso solo permanecí sentado, profundamente hambriento del Pan de vida, con un hambre sobrenatural.
Después de pronunciar las palabras de la consagración, el sacerdote sostuvo elevada la Hostia. Entonces sentí que la última gota de duda se me había secado. Con todo mi corazón murmuré: “Señor mío y Dios mío. Eres realmente Tú. Y si eres realmente Tú, quiero una comunión total contigo. No quiero conservar nada ni retraerme”.
Entonces traté de recuperar control sobre mí mismo: Soy presbiteriano, ¿verdad? Sí. Y con eso me salí de la capilla sin decirle a nadie dónde había estado y lo que había hecho. Pero el siguiente día regresé, y el siguiente, y el siguiente. En una semana o dos estaba enganchado. No sé cómo decirlo, pero estaba “de cabeza”, enamorado con nuestro Señor en la Eucaristía. Su presencia para mí en el Santísimo Sacramento era poderosa y personal. Sentado en la parte de atrás, empecé a ponerme de rodillas y a rezar junto con los otros que ahora sabía que eran mis hermanos y hermanas. ¡No era un huérfano! Había encontrado una familia… Era el Evangelio en su plenitud.
A lo largo de la segunda parte del Seminario se proponen lecturas más extensas y profundas que complementan el contenido global. A continuación, ofrecemos una recopilación.
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A las cinco de la tarde – Poema de Lorca a propósito del pasaje evangélico en que se detalla la hora del encuentro con Jesús.
Altaner, B. – Patrología
Apologías de San Justino. Incluye Apología 1ª al Emperador Antonio Pío, n XVI, 1-4, años 138-161. Carta de San Justino sobre la Eucaristía (150-155).
Autobiografia Ignacio de Loyola
Carta a Diogneto «Los cristianos en el mundo»
Carta del Papa Francisco a los sacerdotes en el 160º aniversario de la muerte del cura de Ars
Carta de San Ireneo, obispo, contra las herejías: Eucaristía y Resurrección. Siglo II.
Caso de Clemente Romano– J. Quasten en «Initiation Aux Pères De L’Église». Versión en español de Clemente de Roma en «Patrología» (p. 101).
Encuentro intelectual y vital de Scott Hahn con Jesús de Nazaret a través de los Sacramentos.
Erik Varden, La explosión de la soledad, Introducción
Gaudium et Spes sobre la división de los cristianos (n.92)
La Iglesia y las culpas del pasado. Comisión Teológica Internacional, bajo la dirección del cardenal Ratzinger. Enlace a la página del Vaticano.
Objeciones del ambiente cultural. Martínez, Francisco Javier (1994). ¿Hablar de Dios o mostrar la Redención de Cristo?
Oración de petición de perdón de Juan Pablo II por los errores de la Iglesia (2000)
Pontificio Consejo para la Cultura. Asambleas Plenarias.
Resumen de lecciones. El valor histórico de los Evangelios – Leal, J. (Los eslabones de la cadena de la Iglesia).
Santiago Madrigal (2010). Origen y comienzos de la Iglesia según el Nuevo Testamento. En “Estudios Eclesiásticos” (vol. 85, n. 333, pp. 387-410).
Teoría de los principios teológicos – J. Ratzinger. La significación de los Santos Padres en la estructuración de la fe.
A continuación, recopilamos una serie de textos del Magisterio de la Iglesia Católica en los que se explica el origen y fundamento de la Iglesia como comunidad de seguidores de Jesús de Nazaret.
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Audiencia Juan Pablo II 15 junio 1988. Jesús fundador de la Iglesia «…edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18).
Audiencia Juan Pablo II 22 junio 1988. Jesús fundador de la estructura ministerial de la Iglesia «…yo dispongo un reino para vosotros» (Lc 22, 29).
Audiencia Juan Pablo II 13 julio 1988. Jesús fundador de la estructura sacramental en la vida de la Iglesia.
Audiencia Juan Pablo II 23 julio 1988. Jesucristo transmite a la Iglesia el patrimonio de la santidad (Ef 5, 25b-27).
Audiencia Benedicto XVI 15 marzo 2006. La voluntad de Jesús sobre la Iglesia y la elección de los Doce.
Audiencia Benedicto XVI 22 marzo 2006. Los apóstoles testigos y enviados de Cristo.
Audiencia Benedicto XVI 29 marzo 2006. El don de la comunión.
Audiencias Papa Francisco (2014) sobre los siete dones del Espíritu Santo.
Catecismo de la Iglesia Católica. La oración cristiana (nº 2725)
Comisión Teológica Internacional 1985. La conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión.
Encíclica Ecclesiam Suam. Pablo VI, 1964
Encíclica Ecclesia in Europa. Juan Pablo II, 2003.
Recopilamos una serie de conferencias que abordan la naturaleza y propósito de la Iglesia Católica.
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Ante la urgencia de felicidad: ¿el cristianismo puede decir algo? – Coloquio con José Luis Restán sobre la Iglesia.
Bible Project, una organización que produce, de manera 100% gratuita, videos bíblicos, blogs, clases y recursos bíblicos educativos para ayudar a que la historia bíblica sea accesible para todos.
¿Cristo sí, Iglesia no? – Tomás Alfaro.
Conferencias de Fr. John Riccardo sobre diferentes temas de actualidad en la Iglesia Católica.
Club Dalroy. Una iniciativa de Santiago Huvelle, Javier Rubio y Juan Serano en formato podcast sobre temas contemporáneos desde una mirada católica.
Entrevista de José Luis Restán a Erik Varden en Encuentro Madrid 2023
Entrevista de Fernando de Haro a Mikel Azurmendi con motivo de su libro «El abrazo»
Jornada sobre el Sínodo de los Obispos con Rocco Buttiglione y Rodrigo Guerra.
La Iglesia – Rocío Solís.
Mikel Azurmendi. Testimonio de una conversión.
¿Puede el cristianismo ser la respuesta? – Menchu de la Calle
Postcristianismo – Mesa redonda sobre el libro del Cardenal Angelo Scola.
El documental El Sentido Busca al Hombre fue creado por el Instituto Newman con el objetivo de sintetizar la propuesta de este Seminario. A continuación, presentamos el capítulo 5 del documental, que tiene que ver con la creación de la Iglesia Católica.
Parte 5: La Iglesia
Algunos directores de cine y/o series han apostado por representar, literal o simbólicamente, la vida de la Iglesia. A continuación, ofrecemos algunas obras interesantes.
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El circo de las mariposas
El Padrino Parte III – Escena confesión.
Hagan lío, una serie en abierto (a través del canal YouTube) producida por Juan Manuel Cotelo sobre la labor de la Iglesia en el mundo (primer episodio diciembre 2023).
Libres (2023)- La vida contemplativa de la Iglesia.
Serie «The Wild Goose» del P. David Pivonka sobre la fuerza del Espíritu Santo.