El pasado día 16 de febrero de 2020 se celebró el coloquio sobre el libro Dios no va conmigo entre profesoras creyentes y no creyentes de la Universidad Francisco de Vitoria. Pese al atractivo de la propuesta, este evento podría resultar algo ajeno para aquellos que no han leído el libro «Dios no va conmigo», por eso, ofrecemos algunas claves de la historia que narra Holly Ordway (su autora). 

También recomendamos dos reseñas escritas por los profesores de Literatura José Manuel Mora-Fandos (Universidad Complutense de Madrid) y Victoria Hernández Ruiz (Universidad Francisco de Vitoria).

  1. La vida siendo atea
  2. La compañía de Josh
  3. Dos argumentos convincentes
  4. El anhelo de eternidad y la experiencia del otro
  5. Un Dios vivo y la tarea de una vida entera

 

#1 La vida siendo atea

«Cuanto más me enamoraba intelectualmente del ateísmo, me encontraba con que más me costaba vivir a la luz de sus conclusiones»

Holly Ordway creció sin influencias religiosas evidentes, durante su treintena, ejercía como profesora de Literatura en la universidad y estaba orgullosa de afrontar la vida desde un firme ateísmo. Consideraba que cualquier otra opción era irracional, inculta o supersticiosa. Este era también su concepto de la fe: ilusión o incluso a veces hipocresía. En definitiva, la concebía como un modo de autoengaño para no afrontar el sinsentido del mundo.

Por el contrario, ella encontraba satisfacción en no ser víctima de ese supuesto miedo que tenían otros para aceptar la verdad, es decir, para reconocerse fruto del azar. «Hay algo terriblemente seductor en sentirse superior. Una vez estás allí, resulta difícil echarse atrás», escribe. Con todo ello, Ordway pretendía ser honesta intelectualmente y encontraba dificultad para hacerlo desde esa posición: «cuanto más me enamoraba intelectualmente del ateísmo, me encontraba con que más me costaba vivir a la luz de sus conclusiones», confiesa.

Si afirmaba que la vida no tenía un verdadero sentido, ¿qué sentido tenía vivirla?. Aun así, ella buscaba cierta felicidad en las actividades con las que creía que merecían la pena. De esta forma aliviaba esa inquietud de la pregunta, pero no la resolvía en absoluto porque en la práctica ni la enseñanza, ni la esgrima, ni escribir, ni ahorrar, ni invertir le bastaba. «Me dedicara a lo que me dedicase, nada me satisfacía (…) Si la vida realmente no tiene un sentido, entonces nuestras acciones tampoco pueden tener un sentido por sí solas», escribe. Además, se dio cuenta de que el orgullo en que se apoyaba no le hacía bien, pues en el fondo, entender su identidad como una «mota carente de sentido dentro de un universo indiferente» le conducía a postulados e ideas alarmantes sobre la dignidad de la persona y alimentaba su ira.

«Pensaba que merecía la pena vivir la vida aunque fuera difícil. ¿Cómo podía ser de ese modo y aun así carecer de sentido? El ateísmo conduce al autoengaño o a la desesperación cuando se vive de manera coherente»

#2 La compañía de Josh

Alejarse del ateísmo no estaba en los planes de Holly Ordway. Más tarde reconocería que no buscaba renunciar a su «adorada independencia» (aunque fuera esto lo que necesitaba). El inicio del cambio de rumbo fue resultado de una conversación completamente espontánea durante cena con Josh y Heidi. Josh era su entrenador de esgrima y, tras un torneo, este propuso a Holly cenar con él y con su esposa.

En un punto de la velada, los tres se descubrieron admiradores de Las crónicas de Narnia de C.S. Lewis y Holly protestó ante la famosa triada del autor (la afirmación de que o bien Jesús es un mentiroso, o un lunático o es el Señor) porque ella consideraba que también existía la posibilidad de respetar sus enseñanzas sin la parte de la religión. De ahí partió una conversación en torno a la vida después de la muerte, al origen de la moralidad etc. marcada por la filosofía y el intercambio de las ideas. No hubo ninguna intención de proponerle su fe y participar de un diálogo en el que se razonaba para afrontar esas preguntas tan serias sorprendió mucho a Holly:

«No me ofrecieron citas de la Biblia. Ningún comentario de cómo Dios había obrado en sus vidas. No apelaron a mi felicidad ni a mi serenidad. ¿Qué fue, entonces? Filosofía. Ideas. Diálogo. El resultado final fue que, justo en medio de aquella ruidosa cafetería de un casino, experimenté un giro radical desde mi anterior perspectiva sobre todo lo relacionado con Dios. Mi ausencia de fe en Dios seguía intacta pero había descubierto que la fe no era en absoluto como pensaba que era. Se podía basar en la razón. Se podía poner en tela de juicio, debatir, investigar

Pese a diferir en las opiniones, ella se sentía respetada intelectualmente. Igual que Josh no le permitía técnicas descuidadas durante los entrenamientos, tampoco aquí le dejaba escabullirse con generalizaciones o suposiciones vagas. Además, Josh respondía a las preguntas que verdaderamente se hacía, no a otras.

Holly comprendió que si no investigaba sobre el asunto, sería una intelectual cobarde que se apartaba de una idea por miedo a que fuera cierta.

Hablando sobre la posibilidad de saber si habría vida después de la muerte, Holly aseguró que no había forma de saberlo igual que no podía saberse con solo mirar si un vaso con la tapa puesta que había sobre la mesa tenía o no café. Josh le dijo que si confiaba en él. Ella, que había dejado de ponerse toda la indumentaria de protección para entrenar con él porque había logrado «la completa confianza» en que su arma no le tocaría «jamás en la vida», respondió que sí porque le conocía. Ante ello, Josh contestó: «Vale. Yo conozco a alguien que me ha contado que hay otra vida después que esta y confío en él»

Siguieron hablando de otras cuestiones hasta que en un momento dado, Holly se sintió incómoda por cómo se estaban cuestionando sus suposiciones y resolvió: «Muy bien. Tú cree en todo esto, y, si a ti te funciona, pues genial…» Su entrenador se ofendió como no lo había estado todas las veces que habían estado en desacuerdo, pues la vía relativista no era seria, ni rigurosa, ni cortés. Holly rectificó y volvieron a la conversación. También comprendió que si no investigaba sobre el asunto, sería una intelectual cobarde que se apartaba de una idea por miedo a que fuera cierta.

#3 Dos argumentos convincentes

Firme en la voluntad de querer conocer la verdad «en aras de la verdad, sin más» y no en pro de posibles implicaciones como la felicidad, la utilidad o la comodidad, la protagonista elaboró una lista de argumentos a favor de la existencia de Dios y otra que recogiera las razones en contra (distinguiendo todos ellos de los argumentos que le distrajeran por referirse a la religión). Después se dispuso a examinarlos para descartar los erróneos y engañosos.

Hubo dos que le hicieron detenerse con cautela: la existencia de una primera causa y la existencia de la conciencia regida por una ley moral absoluta (que a su vez, apuntaba a un legislador absoluto). Esto sucedió a regañadientes, a la vez que asumía que la razón -guía por la que había apostado en esta búsqueda- no se lo iba a poner fácil a su ateísmo.

El argumento relativo a la causalidad era decisivo. No era nada opaco ni místico, se trataba de pura filosofía y cosmología: «Todas las cosas que empiezan a existir tienen una causa, la existencia del universo tuvo un inicio, por tanto, el universo tenía una causa. ¿Qué conclusión podía sacar yo de eso? (…) Era lógico preguntar, si el Big Bang lo empezó todo, ¿qué causó el Big Bang? Sabía que no valía con afirmar que el universo, por medio de fuerzas naturales, procedía de la nada: si eran fuerzas de la naturaleza las que intervenían para que se generara el universo, eso no era de la nada, sino de algo diferente de lo que ahora vemos, que no es lo mismo».

Holly habló con Josh pensando que él se limitaría a contestarle un fácil «Dios lo hizo». Sin embargo, Josh le remitió a los tipos de causas (las causas eficientes subordinadas que forman parte de una cadena de causas y efectos y aquellas que tienen capacidad personal de agencia y son la primera causa de la cadena). La existencia de una Primera causa, una causa incausada o motor inmóvil tenía todo el sentido. Reconocido lo razonable de este punto, correspondía preguntarse por cómo era realmente esa primera causa.

Holly mantenía que los valores morales objetivos existían, en la experiencia, observaba que los valores morales estaban arraigados en algo más profundo que la cultura y estaba segura de que el bien y el mal no eran relativos. Ante el conocimiento de saber que está mal matar a una persona inocente, entendía que esa certeza señalaba hacia fuera de sí misma. «No era algo que me hiciera falta que me enseñaran, era cierto sin más» -escribe Ordway- «sabía que ciertas cosas eran buenas de un modo que era independiente de mí misma».

La mejor explicación para este tipo de conocimiento moral es que había una bondad última de la que emanaban las virtudes, lo que llevaba a la convergencia entre los dos argumentos. «Dado que aceptaba la existencia de una primera causa, un creador, sobre fundamentos totalmente independientes, era racional concluir que ambos eran los mismo, que mi sentido innato de la moralidad me mostraba algo sobre la naturaleza de la primera causa, que este creador era también fuente de toda bondad«.

 

 

 

#4 El anhelo de eternidad
y la experiencia del otro

Holly Ordway comprendió que si esa primera causa es el origen de toda moralidad, es improbable que Dios fuera impersonal y que no interaccionara. La pregunta que planteaba esta deducción era la siguiente: «Si Dios existía, ¿qué significaba eso para mí?» La propia naturaleza del interrogante apuntaba a un acercamiento distinto al que había tenido hasta ahora, pues ya no se trataba de trabajar en la parcela del conocimiento y de lo intelectual. Por el contrario, implicaba recurrir a la propia experiencia. Pero, ¿cómo distinguir lo fantasioso de un auténtico indicio? ¿Hacía falta creer de antemano para que el «experimento» diera resultados?

De primeras, Holly Ordway se encontraba en gran dificultad para aprehender la idea de una primera causa humana que, en paralelo, fuera Dios plenamente. Aunque intuía que no podía resolver esto como un problema de matemáticas, tampoco imaginaba de qué otro modo podría captar su sentido así que decidió posponer «el inicio del experimento» hasta tener alguna idea más clara. Una tarde de abril, volviendo del trabajo se vio sorprendida por la belleza de la costa, el océano y reconoció que amaba estar viva «a un nivel más profundo de lo que creía»:

«Observé toda la belleza que me rodeaba y me sentí verdadera y profundamente triste. Era imposible aprehender y retener el encanto de aquel momento o de otro cualquiera; siempre se escurriría entre la distracción y el olvido, se desmoronaría en muerte y descomposición. Mi vida era una vela breve; no tardaría en temblar y extinguirse. Moriría y perdería todo aquello que tanto amaba« Por vez primera, miró cara a cara a su debilidad, a su anhelo de eternidad en un mundo finito y compartió esta incompletitud con a Josh, que -fiel a la costumbre de razonar- le respondió que el teísta dice que Dios nos creó para que pudiéramos completarnos en él y el ateo que nosotros creamos a Dios para llenar el vacío, pero en lo que ambos coinciden es en que tenemos un deseo insatisfecho.

Una semana más tarde, en ese mismo trayecto de vuelta a casa, Holly experimentó un cambio, advirtió una presencia:

«Todo parecía muy nítido, prodigiosamente claro; como si las piedras, los árboles y el cielo hubieran sido dispuestos para revelar algún sentido más allá de sí mismos. Sentí la presencia de algo… de alguien…que estaba dentro de mí, y fuera de mí sin embargo, más allá de mí. Con una sensación en cierto modo similar al pavor, como un miedo ciertamente, reconocí lo que era: la experiencia del otro» Tuvo además la certeza de que no era algo fantasioso que proviniera de su imaginación. De hecho, ella no había decidido iniciar activamente la búsqueda de Dios todavía, alguien se había acercado a ella. Holly había tenido un primer contacto que le llevaba a reconocer algo en la intimidad de su alma.

#5 Un Dos vivo y la tarea de una vida entera

Los instantes de certeza de la experiencia del otro no fueron continuos o permanentes, pero esto no debía ser una anomalía. Lo comprendió mejor leyendo la explicación de Lewis sobre la fe como el arte de aferrarse a las cosas que la razón ha aceptado una vez, a pesar de los cambios de ánimo. Holly quería conocer al Creador, a ese que se relacionaba con su creación y que -como testimoniaba la estructura racional de la realidad- era orden, razón y logos.

Al igual que había hecho antes con la cuestión de Dios, Holly decidió investigar para conocer la figura de Jesús de Nazaret acercándose a textos, historiografías y evangelios. Lo que más le impactó fueron las afirmaciones sobre su identidad, el hecho de que la gente no se asombrara tanto por lo que enseñaba o sus milagros, sino por la autoridad directa con la que obraba. También le cautivó la muerte y resurrección, pues era distinta de las otras relatadas en la Biblia. Por ejemplo, la de Lázaro se había producido sin grandes consecuencias. «Sin embargo -escribe- Jesús de Nazaret no fue un simple hombre de la calle que resultó tener una segunda oportunidad en la vida. La afirmación cristiana, tal y como empezaba yo a verlo, no era que Jesús había revivido, sino que había resucitado. No regresó sin más de la muerte para llevar una vida humana normal, sino que, al pasar por la muerte, algo parecía haberle hecho a la propia muerte, de modo que morirse significaba ahora algo distinto«.

Ordway se planteó la veracidad de estos hechos y del acontecimiento del sepulcro vacío. ¿Era falso? ¿Se daban acaso las condiciones y el marco temporal para que se formara una leyenda? ¿Cómo podía ser si los apóstoles lo predicaron en la misma época en que la mayoría de los testigos presenciales vivían todavía? La alucinación colectiva tampoco era verosímil. Por otra parte, la posibilidad de que este relato lo hubiera generado la Iglesia pasaba por alto el problema mismo de la existencia de la Iglesia. Además, como conocedora de la literatura, percibía la historicidad de los evangelios y comprendía su naturaleza:

«Los evangelios tienen la inefable textura de la historia, con esa extraña claridad de detalle que se percibe cuando el autor está narrando algo tan enorme que ni siquiera es consciente de todas las implicaciones mientras lo cuenta (…) Jesús no había sido una idea inspiradora. Había sido un hombre de carne y hueso, había sido un hombre vivo«

Nuevamente, tocaba decidir qué iba a significar eso para su vida, las implicaciones en la práctica. Sabía que llegados a este punto, seguir investigando era una forma de evasión del meollo que se le planteaba: conocer y vivir la Iglesia en su viva realidad. En definitiva, afrontar la existencia de un Dios vivo, desafío que no se podía superar leyendo.

«Era para mí más cómodo concentrarme en el desarrollo de mi fe por medio del estudio de las Escrituras, la teología y la filosofía, pero mi atención se veía atraída una y otra vez hacia la cruz: hacia su esencia, su increíble y escandalosa materialidad» Tocaba aprender a seguir a Cristo día a día. Lejos de resultar el final del camino, Holly había atisbado un nuevo horizonte; había descubierto la tarea de una vida entera.


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