La tesis: ¿bailamos?

Me gusta pensar que las columnas que recibes, querido lector, son en realidad una mesa camilla con brasero, donde los amigos que las firmamos lo que hacemos es charlar y pensar antes entre nosotros. Así es como se levantó la Universidad, y esta universidad en concreto. Todo lo valioso en la vida comienza por una charla con amigos.

Y digo esto porque leyendo la columna “Sacarse la tesis es como bailar” y charlando con su autora Sophie Grimaldi me surgía una segunda parte que podría titularse “Y de bailar nadie se tiene que liberar”. Me explico.

En el último mes he vivido algo que me parecía impensable: la defensa de la tesis, ¡la mía! (que la de los demás me parece de lo más razonable). Sophie habla del antes, yo no incidiré en la travesía en la que me siento plenamente en comunión con ella. Solo que ella es lista y además una investigadora nata que se daba razones de su esperanza, con autores y textos. Yo tiraba de salmos y con esos bueyes hemos arado, y lo que es asombroso, hemos llegado. Pero, bien, de lo que yo quería hablar es del durante y el después y dar de esa manera el relevo a mi amiga Grimaldi.

Muchos amigos que ya habían vivido su doctorado me recomendaban disfrutar del momento. A mi me parecía que era como desearle a la parturienta una horita corta. Pero siempre hay que dar valor y credibilidad a la experiencia de los compañeros de camino. Y ciertamente, con la confianza en su palabra (que no en mi proyección) acudí al evento. Una vez allí, el aula se convirtió en altar y lo que sucedió en una fiesta. No me refiero a la pericia de la defensa ni del debate intelectual, que efectivamente es un disfrute. No se puede dar por hecho que personas que saben infinitamente más que tú te miren y te expliquen lo que tú has querido explicar, pongan en valor tu búsqueda y camino aun tan insuficientes, que durante una mañana se hable de lo que nos interesa, de un autor o tema al que uno le debe ya tanto y al que tiene tanto afecto. Eso es sagrado y sobre esa educación y acogida de los maestros se construye la universidad.

Pero aquí quiero referirme a algo accidental y más gratuito aún (¡¡que no hay dinero en el mundo para pagarlo!! Gritan mis hijos cuando les escrutamos sobre la diferencia entre gratis y gratuito). Lo gratuito es que haya público y que ese público sean personas que te llevan en volandas, que desean tu bien, y que esperan que no des puntada sin hilo en la palabra, y que saborean cada idea, y que ponen el ceño fruncido si a algún miembro del tribunal se le ocurre decir que las comillas han sido mal utilizadas en la página tropecientas, y que se alegran más que uno mismo del éxito y ven tu camino como algo propio, aunque el Tribunal tenga razón con las comillas, por supuesto. Toda esa gente que está ahí gratuitamente es el gran bien de hacer el camino. Su alegría es nuestra heredad. Es una dicha poder llegar para decirles “ole por lo que me habéis llevado, enseñado y querido, y soportado, dicho sea de paso. Gracias por vuestro júbilo, que es mi bastión”. A medida que pasa la vida me confirmo en que todo está puesto para poder agradecer a aquellos que nos permiten caminar por ella con confianza y alegría. No es poca cosa con tanta cañada oscura.

Y después, la gran pregunta de todos “¿Qué liberación, no?” en ella se sigue destilando la empatía y la gran comunión de los camaradas que nos han levantado las manos como a Moisés; sienten el descanso del guerrero, porque ellos, contigo, también han sudado la camiseta, y cuánto. Pero de pronto, la gran sorpresa, es que yo no sentía ninguna liberación, y mira que me gustaría. ¡A quien no quitarse un gran fardo y disfrutar de la levedad del ser? Pero la verdad es que no. Que lo que se imponía es un enorme agradecimiento por la travesía, costosa y gozosa, y una extraña nostalgia por la belleza vivida. Quizá también porque la vida no es liberada, y mientras sale un jugador del campo de juego ya está otro esperando para saltar. Así hasta el pitido final.

Y más allá, si lo analizamos con verdad, ¿no es un lujo poderse dedicar a leer, aprender, investigar, estudiar, saber, escribir y conocer la realidad? Es decir, ¿no es un regalo altísimo hacer una tesis? Claro que la dificultad radica en que todo esto hay que compaginarlo con otros muchos verbos de la vida, pero a estas alturas ya no creeremos que la vida es estanca… Precisamente por eso, por tener la oportunidad en medio del “anda jaleo, jaleo” de la existencia de sacar un ratito de estudio, tenemos que estar tan agradecidos a la misión que la universidad nos invita en “formato tesis” (o en el que sea). Y de esta fortuna ¿quién quiere liberarse?

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