Tocan a clamor

¿Alguien rezará por mí?

Escribo desde un pueblo de Segovia de apenas cien habitantes. No es cualquier pueblo, es mi pueblo. Yo no nací aquí, pero éste es el lugar al que siempre quiero volver. Porque estar aquí es regresar a la patria de mi infancia:  la casa de mis abuelos, veranos infinitos con un cielo cuajado de estrellas, ir en bici a todos lados, buscar caracoles tras la tormenta entre olor a tierra mojada, coger moras, hablar de todo y de nada con las amigas, en un tiempo elástico sin horas… Hoy son mis hijos los que viven esa misma sensación de libertad a manos llenas que disfruté yo de niña, también a ellos les preguntan alguna vez: “Y tú, ¿de quién eres?”, y se sonrojan con sano orgullo al ser reconocidos como nietos de su abuelo, al que llaman “Juanito, el de la Lucía”. Intuyo que en ellos, como en mí, late con fuerza un raro sentido de pertenencia a esta tierra castellana, aunque hayan nacido en Madrid.

Hoy no es domingo, y, sin embargo, se escuchan de repente las campanas: “Tocan a clamor”, les digo. “Suenan muy tristes” comentan ellos y es entonces cuando les invito a rezar un Ave María porque esas campanadas nos anuncian que acaba de morirse alguien.

Hace unos meses, cuando falleció mi madre, apenas unos minutos después, me entró el primer wasap para darme el pésame. Era una amiga de “aquellos maravillosos años” que estaba en mi pueblo y al oír doblar las campanas y preguntar por el difunto, supo que tocaban por Carmen, la de Juanito. Aunque mi amiga asegura que es agnóstica, se santiguó y rezó un Ave María tal y como su madre le enseñó de niña. Bendita tradición. Ojalá toquen a clamor también cuando llegue mi hora y ojalá haya alguien que, al escucharlo, se acuerde de rezar por mí “… ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.

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