Construir un sueño

¿Alguna vez has visto un sueño hecho realidad?

Seguro que sí. Los arquitectos nos dedicamos precisamente a eso, a construir sueños. El problema es que llegamos a ver materializados una pequeñísima parte de ellos. El motivo es sencillo. Una obra de arquitectura no se piensa de una vez, sino que vamos navegando mentalmente, con dibujos y con maquetas, de un sueño a otro, tratando de predecir cómo será el espacio resultante, cómo vivirán las personas que habitarán ese nuevo lugar, cómo envejecerá con el tiempo. Predecir, predecir y predecir. El resultado siempre es sobrecogedor, porque el sueño siempre es algo íntimo, algo que no puedes contar en su totalidad. Cuando se construye un sueño revelas algo de tu imaginación y lo expones al mundo, a lo contingente. Lo asombroso es que los sueños, como las ideas, permanecen adheridos a la materia hasta que esta desaparece o se transforma. Porque los sueños son eternos. 

Además, los sueños del arquitecto no nacen de la nada, sino que surgen de otros sueños de personas que evocan la necesidad de habitar lugares para convertirse en hogares. Sin el sueño de las personas no hay sueño de los arquitectos. Sin la necesidad de querer habitar no hay la necesidad de querer construir. Y es aquí donde se produce la magia del sueño de la arquitectura, que es el convertir el querer en ser y el desear en estar. Las personas siempre saben lo que quieren, pero no lo que necesitan. 

El arquitecto, en su sueño, ordena el deseo y lo dota de coherencia y de límites, de forma y de espacio, de sombra y de luz. Y predice, una y otra vez, un sueño tras otro, explorando mentalmente con la imaginación y su lápiz todas las posibilidades. La próxima vez que veas a la inevitable Arquitectura, en tu casa, en la calle o en el trabajo, piensa que estás paseando por un sueño. Un sueño construido.

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