“Nacimos para ser felices, no para ser perfectos… El amanecer es la parte más bonita del día porque es cuando Dios te dice ¡Levántate! Te regalo otra oportunidad de vivir y comenzar nuevamente de mi mano”. San Juan Pablo II
Este conocido cuadro de Edvard Munch expresa bien un grito que se eleva hacia no se sabe bien qué o quién, desde un horizonte sombrío a sus espaldas. Como una lucha interior con uno mismo y con Dios, o algo allá arriba. También nosotros venimos de un horizonte similar por la pandemia que estamos atravesando. Esto lo han afrontado los obispos italianos en su Carta a los buscadores de Dios de abril 2009.
«Siempre me asusta escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo libro. […] Los capítulos todavía sin escribir deberían adivinarse ya, pugnando por nacer, en el semillero de las palabras elegidas para empezar. Pero ¿cómo se hace eso? Mi bagaje ahora mismo son las dudas. Con cada libro vuelvo al punto de partida y al corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies.
Hay muchas películas donde el marco temporal o espacial es reducido, a veces claustrofóbico. La acción queda confinada al breve espacio de una habitación, una isla de la que no se puede salir, un tiempo que se repite, las propias limitaciones del cuerpo, etc.
Antonio Sastre. Profesor de Formación Humanística UFV.
Sin casi anunciarse, como un ladrón en la noche, mientras estábamos ocupados haciendo otros planes, ha venido para desinstalarnos, trastocando nuestras vidas tal vez para siempre, el coronavirus SARS-CoV-2. Lo que este agente patógeno causa es un indudable mal, una enfermedad devastadora que está provocando muchísimo sufrimiento. Por no hablar del tsunami que ya está barriendo lo que hasta antes de ayer era una relativa placidez económica y social.
«La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre» (Spe Salvi 38 Benedicto XVI)
La soledad en la que creemos vivir, alguna vez acompañada, se ha visto maravillosamente turbada por un virus pequeñito que nos va a cambiar la forma de relacionarnos. Aunque para algunos pase sin pena ni gloria, habrá un antes y un después por la cadena de compasión que ha desatado. Nos entristece la cantidad de gente que está muriendo en soledad, sin consuelo. No hay mayor sufrimiento que la soledad. Hace unos meses comentaba a raíz de un artículo de periódico la creación en el Reino Unido de un ministerio de la soledad por la cantidad de ancianos que aparecían muertos en sus casas o que estaban desatendidos y abandonados a su suerte.
Luci Sánchez. Técnico de Selección y Gestión del Talento.
En los tiempos que vivimos, probablemente en casa pasemos unas 12 horas, de las cuales, conviviendo con nuestros compañeros de vida, solo una parte de estas. Ahora, las circunstancias nos han obligado a compartir las 24 horas del día. Y no solo eso. No podemos huir de los problemas, ni evadirnos de ellos porque al rato te vas a cruzar con quién has tenido el conflicto y probablemente tengas que pedirle paso, o pasar rozándole.
Este armónico adagio da título a una de las novelas de Javier Marías (Debolsillo, 2014) y procede de unos versos de la inmortal obra de Shakespeare, Ricardo III. Durante la escena III del acto V, los espectros de los asesinados presa de la infame codicia del rey se aparecen al protagonista uno a uno en sueños la noche anterior a la batalla de Borsworth. El de la Reina Ana, su difunta esposa, sentencia así: “Mañana en la batalla piensa en mí, caiga tu espada sin filo, desespera y muere”.
Pues sí amigos, aquí estamos muchos de nosotros plantados en casa sin poder salir, pero esto no es óbice para no florecer, desde donde estamos, sacando lo mejor de nosotros mismos. Primeramente con los que compartimos enclaustramiento en casa, ofreciendo nuestra mejor versión, pues cuántas veces fuera de casa somos espléndidos con los demás y al llegar a casa cansados ofrecemos nuestra peor cara, sin paciencia y agotados. Ahora tenemos la oportunidad de que nuestras 4 paredes se conviertan o se reactualicen en un verdadero hogar, donde la escucha, el encuentro y la paciencia con el otro sean los primeros frutos de esta situación.
Juan Serrano, profesor de Formación Humanística UFV.
Muchos, estoy seguro, recibieron hace casi dos semanas la noticia del confinamiento obligatorio con optimismo porque “por fin podemos parar un poco y hacer algo de silencio”. Sin embargo todos hemos sido testigos de la locura de actividad que han supuesto estas dos primeras semanas. Los grupos de whatsapp echan humo; las actividades vecinales desde los balcones nos dejan sin descanso. Los que nunca habíamos “videollamado” a nadie somos ahora expertos. Vivimos dentro de un «meme». Hay una falta de silencio que es elocuente y que revela al mismo tiempo una incapacidad de quietud y un deseo de verdad.
«¿Te contentarás con un pedacito de cielo? Me temo que me voy del tema. No comprendo muy bien tu pregunta. ¿Por qué nuestros días han de tener algún sentido? ¿Para salvarlos? No necesitan salvarse. No hay pérdida en nuestras vidas, puesto que ya están perdidas de antemano, dado que pasan un poco más cada segundo. Hay una palabra que me molesta en tu carta. La palabra sentido. Permíteme que la borre. Mira en qué se convierte tu pregunta. ¡Qué buena pinta tiene ahora! Aérea, fugaz: “¿qué te da tu vida?”. Esta vez la respuesta es cómoda: todo. Todo lo que no soy yo y me ilumina. Todo lo que ignoro y espero. La espera es una flor sencilla. Crece en el borde del tiempo»
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