Fiat

Acabo de aterrizar de Tierra Santa: seis días siguiendo las huellas del Dios encarnado en la historia humana. Allí su presencia se hace muy patente en cada rincón y allí el tiempo queda suspendido, al igual que en un poema, para ser recuperado y dotado de sentido y significado por cada uno de los peregrinos convocados en torno a unas piedras y a una tumba vacía. Pero hoy, en puertas de la Navidad, mejor hablaremos del sí de María.

He entendido estos días algo que escuché al maestro López Quintás hace tiempo: «Un “sí” a una pregunta cualquiera —¿son las cinco de la tarde?— es un hecho; el “sí” a esta —¿quieres ser mi esposa?— es un acontecimiento que cambia tu vida». Una palabra tan sencilla —casi insignificante fonológica, morfológica y semánticamente— se convierte en Galilea hace dos mil años en un acontecimiento que desencadena el mayor movimiento de amor de toda la humanidad.

En los últimos meses hemos oído hasta la saciedad la combinación “sólo sí es sí”, y le hemos atribuido unas connotaciones que trascienden lo estrictamente lingüístico y lo estrictamente lógico para deparar en significaciones legales, políticas e ideológicas que poco tienen que ver con el asunto que aquí nos convoca. La manipulación del lenguaje, atento lector, está a la vuelta de cada esquina, pues estos síes tan manidos convierten lo que debería ser todo un acontecimiento íntimo, privado e incondicional en un hecho reducido a mera biología, en un vericueto vital inviable.

San Agustín en el capítulo II de su precioso librito De Magistro, explica a su hijo Adeodato —entre otras muchas cosas— de qué modo el hombre sólo puede mostrar el significado de las palabras mediante otras palabras. Pero, en ocasiones se encuentra gran dificultad en explicar la relación con la cosa que significan: «Sé lo que significa “sí”, mas no hallo otra palabra con que se pueda expresar su significado». Es esta, quizá, la gran cuestión de la arbitrariedad del lenguaje.

El modesto adverbio de afirmación que nos ocupa es un movimiento de la voluntad, un ejercicio pleno de la libertad, una declaración de intenciones que derrite el hielo del corazón petrificado. Dice López Quintas: «Para comprender a fondo que estar dotados del don del lenguaje significa mucho más que la capacidad de poder comunicarnos, conviene ahondar en el hecho de que el lenguaje auténtico es el que viene inspirado por una actitud de amor».

El sí de María es un sí autentico, el más auténtico, pues ningún otro pudo estar inspirado por tanto amor. Tanto amor concentraba esa sola palabra, que cambió el mundo, llenándolo de luz y de esperanza. En la Basílica de la Anunciación, en Nazaret, se puede leer: «El Verbo se hizo carne aquí». Aquí, la niña María pronuncia la palabra más definitiva, íntima e incondicional que haya pronunciado jamás la humanidad. Este sí, por tanto, no es solo un acontecimiento, sino que deriva en todo un desarrollo teológico, la esencia de la gramática del asentimiento en la que el modesto adverbio se torna en epicéntrico adverbio de salvación.

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