Ángel Barahona: «La única forma de vivir en comunión con otro es reconocer el propio pecado y acogerse al perdón de la Iglesia»

La Iglesia parece que está en crisis siempre a lo largo de las diferentes épocas históricas. No es tanto una institución, sino una comunidad de aquellos que la componen. La libertad puede hacer que la Iglesia no sea un club de deseables. La exigencia a la Iglesia es mucho mayor que la que se hace a cualquier otro colectivo, se le exige perfección porque el hombre anhela ser intachable, pero se cimienta en la precariedad de quienes la componen. Es la perfecta imperfección lo que nos hace perfectos.

Ángel Barahona, director del Departamento de Humanidades de la UFV aseguró en la quinta conferencia del seminario presencial «El Sentido Busca al Hombre» del pasado 3 de diciembre, que el hecho de que se vea la fragilidad humana y que haya un sitio para ella en la Iglesia es fantástico. El anhelo del amor infinito es incompatible con otros sucedáneos: odio por ideologías, espiritualismos falsos, etc. La utopía que sustituye la comunidad cristiana llena el mundo de cadáveres, también la Iglesia ha caído en esa tentación cuando se mezcla el poder político con la fe. Pero también se ha querido vivir con autenticidad lo originario dando lugar a numerosas fórmulas carismáticas de gente dispuesta a vivir en la Iglesia del modo en que la fundó Cristo. Una Iglesia de imperfectos y pecadores que no dan la talla, levantados 70 veces siete, y por eso, tiene el poder de perdonar siempre.

Hay un pasaje evangélico de Mt 16 que es vital entender. Pertenecer a la Iglesia no es seguir a alguien que hace un milagro y regenera el paraíso en la tierra como pretendieron Hitler, Marx, Nietzsche…, ahí están todos los campos de concentración, gulags, etc. Jesús va a la frontera con los paganos donde un judío nunca iría y pregunta a los discípulos: ¿Quién decís que soy yo? Ahora también nos pregunta lo mismo. Pensamos que la ciencia puede reparar, pero la muerte es implacable. Jesús ofrece algo distinto. Cuando Pedro, la cabeza de la Iglesia, le dice que es el Mesías, no es porque supiera el texto del Antiguo Testamento que lo profetizaba, sino porque la piedra donde se asienta la Iglesia a partir de entonces iba a ser Cefas, KFS (como el nombre de Kaifás, el sacerdote que ese año podía entrar en el Sancta Santorum).

La novedad de la Iglesia que quiso Cristo gira en torno al perdón de los pecados que nos libra de juzgar el pecado ajeno y querer esclavizar al prójimo para seguir siendo centro del universo narcisista. La única forma en que podemos vivir en comunión con otra persona es reconocer el propio pecado y acogerse al perdón de la Iglesia. Se genera el mal a nuestro alrededor cuando se quiere quitar el pecado del prójimo en vez de cargarlo a la espalda. La Iglesia permite que no nos escandalicemos de esto y seamos salvados del pecado. El pecado es reacción al miedo a la muerte óntica, a no ser querido, a estar solo, a dar una imagen irreal…, esto es someter y dominar al prójimo. Lo que anuncia la Iglesia es que hay pruebas suficientes para confiar en la Resurrección de Cristo y que se pueden experimentar aquí las primicias de la vida eterna. Por tanto, vivir cantando en la tierra es posible y esto hace que se pueda morir cantando. Vivir rabioso, sin esperanza, defendiendo el propio segmento vital, no tiene cabida.

La Iglesia es un misterio y, aunque puede ser un error justificarla, hay belleza en ella porque el amor y la unidad son posibles. Hay muchos testigos de la pobreza, del toque sustancial del amor, durante cada día, y es importante su misión universal. El cristianismo no es una religión más, es la única que ofrece una verdadera esperanza al decir que un Hombre ha entrado en la muerte y ha resucitado. No tiene una capacidad terapéutica, hay sufrimiento porque la revelación es la Cruz, pero esta esconde una sabiduría importante que respeta la libertad de creencia personal. Lo cierto es que en el individualismo solo hay vacío y por eso hay que abrirse a la precariedad del testimonio. Ser es ser entregado porque amar es lo único que realiza, un amor que no sea un negocio ni un objeto de deseo. Juzgar con severidad a la Iglesia responde a la falta de conocimiento de uno mismo. Hay que confiar en la capacidad de retorno del ser humano cuando se equivoca.

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