Juan Rubio
[AVISO: posibles detalles del argumento]
Sean hordas de zombies, invasiones alienígenas o cataclismos naturales, el subgénero apocalíptico siempre plantea el fin del mundo en términos espectaculares y extraordinarios.
Perfect sense (David Mackenzie, 2011), sin embargo, constituye una excepción de lo más provocadora.
Confeccionada con los mimbres de un drama otoñal e intimista, esta cinta adopta un enfoque inusual de la extinción humana. Aquí no se trata de un acontecimiento de grandes proporciones sino de algo extremadamente sencillo y letal: la pérdida progresiva de todos los sentidos.
De este modo, el fin del mundo se nos presenta como un fenómeno que se introduce en lo cotidiano despojando a las personas de su vínculo con el mundo y con los otros. Nada de terremotos, naves alienígenas o muchedumbres de muertos vivientes.
El apocalipsis en su versión más sutil y alienadora.
La parte más sugerente de la película la encontramos en los síntomas de la enfermedad que aniquila los sentidos.
Justo antes de sufrir la pérdida del gusto, las víctimas, paradójicamente, padecen un ataque de hambre extrema. Como si se tratara de un episodio de enajenación transitoria focalizada en las ganas de comer, los enfermos se precipitan sobre cualquier elemento de su entorno -orgánico o no- y lo devoran. Pasados unos minutos, recobran el juicio y desde entonces jamás vuelven a apreciar el sabor de los alimentos.
Esta forma de contagio, o de contracción de la enfermedad, insinúa que el origen de la plaga se halla precisamente en una saturación de los sentidos. En una sensualidad agotada por exceso de satisfacción. Una propuesta de lo más inteligente si tenemos en cuenta el bombardeo de estímulos sensitivos al que estamos sometidos diariamente en la sociedad actual.
La película, además, está concebida como una historia de amor sobre las frustaciones y los remordimientos de sus dos protagonistas -estupendos Ewan McGregor y Eva Green-, un cocinero y una viróloga respectivamente. La sorprendente decisión de optar por el drama romántico para desarrollar un argumento propio de la ciencia ficción o del fantástico en lugar del thriller, produce la sensación de que el fin del mundo, ante todo, es algo que sucede en la interioridad de los personajes.
A la postre, el filme se desliza a un estado de ánimo acusadamente nostálgico, emparentándose con Melancolía (Lars von Trier, 2011), que también cuenta con un argumento apocalíptico. Así pues, a medida que desaparecen los sentidos y el fin de la civilización se acerca, los protagonistas descubren lo auténticamente valioso de sus vidas.
Este ascetismo que los devuelve a un plano existencial más puro y verdadero, sin embargo, no aporta la paz definitiva. El apocalipsis, parecen querer decirnos director y guionista, radica en un anhelo inextinguible del corazón humano.
Juan Rubio es licenciado en Comunicación Audiovisual por la UFV y titular del máster de guión audiovisual de la Universidad de Navarra. Actualmente desarrolla su carrera como escritor de ficción en televisión y cine.