No somos máquinas

Hoy toca pizza. Y no estoy hablando de restaurante italiano. No, hablo de pizza congelada precocinada que se calienta en 15 minutos mientras de fondo se oyen gritos de la horda desatada: “¡¡Mamááááá tenemos hambre!!”. Porque hoy ha fallado cualquier tipo de organización y es lo que hay… Al principio de curso, creo que todos tenemos “momentos pizza” porque al final llegamos hasta donde podemos. Por mucho que nos esforcemos, no hay manera de cuadrar el círculo.

Siempre me ha dejado perpleja el cumplido “¡eres una máquina!”. No somos máquinas sino creaturas. Débiles, falibles y sin capacidad para llegar a casi nada por nuestras propias fuerzas. Pero también es cuando somos débiles que somos fuertes (2 Co. 12:10). Porque aspiramos a lo más alto, mucho más allá de la perfección técnica. Nos preparamos para las batallas, pero la fuerza nos viene de arriba. Reconocerse creatura es liberador porque así puedo volver a orientar la mirada más allá de mi realidad y resistir a esta presión tecnológica que se vuelve obligación de rendimiento sin límites.

Esta semana en clase con algunos alumnos estábamos debatiendo las propuestas del posthumanismo. Más de uno veía la posibilidad de mejorarse tecnológicamente como una oportunidad que no se podrá rechazar en el futuro. En este sentido, el filósofo Bergson defendía que las invenciones técnicas son más significativas en la evolución de los seres humanos que los eventos políticos. Proponía corregir la categoría de “Homo Sapiens” por la de “Homo Faber” porque la capacidad técnica le parecía un criterio de humanidad más evidente. Parece más bien un timo: cambiar “sabiduría” por “fabricación” es perder bastante en el trueque…

En el ámbito universitario, esta tendencia se plasma en la constante petición de productos intelectuales, formateados para ser “eficaces”, con filtros políticamente correctos que generen el máximo de clics. Los universitarios no queremos transformarnos en tecnócratas del pensamiento. Sin lugar a dudas, apostamos por el “Homo Sapiens” porque aspiramos a la Sabiduría, y a jugárnosla para poder acercarnos a Ella.

Ya hace unas décadas, Jacques Ellul advertía de que lo nuevo sagrado para el hombre moderno es la técnica. Sagrado en el sentido de que le consagramos nuestra vida y le sacrificamos todo lo que le es ajeno. Pero, ¿para qué querrá uno ser una construcción mejorada si se aísla cada vez en su autosuficiencia? Empujados por este movimiento, nos arriesgamos a encontrarnos con la soledad tecnológica más absoluta. Aunque pasase, en nuestra fortaleza digital seguiría Él que dice: “Yo no te olvido. Mira, te tengo grabado en la palma de mis manos” (Is, 49-16). Y allí, tendríamos otra oportunidad para quitarnos la armadura tecnológica e hincar la rodilla.

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