La inauguración del curso sobre John Henry Newman, que se celebró el pasado jueves 27 de noviembre, contó con Daniel Sada (rector UFV) e Higinio Marín (Rector CEU Cardenal Herrera). David Luque, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los coordinadores del curso, introdujo el acto con una breve semablanza de John Henry Newman, repasando su vida y su aportación definitiva a la idea de educación. La clave para leer a Newman, apuntó, en la de la conciencia. Toda su obra puede comprenderse mejor si entendemos qué entendía nuestro querido santo por esa voz interior de Dios en nosotros. Toda su obra se convierte así en diálogo con el Creador.
Daniel Sada, abrió la sesión planteando como desafío central de la universidad esa capacidad de formar gente que eleve la ‘temperatura de lo humano’, es decir, profesionales cuya contribución vaya mucho más allá de las exigencias de sus profesiones, capaces de defender lo que es genuinamente humano frente, por ejemplo, al avance de la inteligencia artificial. Y lo geniuinamente humano, decía el rector, es la capacidad de amar y ser amados.
Higinio Marín, complementando la intervención de Daniel, trajo a la palestra la idea del amor «al modo universitario». Un amor que se traduce como comunicación del saber poseído, una comunicación por debordamiento. Así, decía, el saber se convierte en una verdadera fiesta.
El amor y el saber poseído
La Universidad debería desafiar la creencia moderna que impone un orden en el que la provisión (el saber) debe someterse primero a la demanda (el mercado). La universidad, su principio, reside allí donde están los profesores, que son la «comunidad viviente» que posee un saber, apuntaba Higinio. Este «saber poseído» —su amor por su disciplina y su conocimiento— es lo que desencadena una dinámica espontánea y gozosa de comunicación. Es un régimen de conocimiento por expansión.
«La universidad empieza en la abundancia, no en la utilidad»
De esta manera, la manera universitaria, el profesor da testimonio de su fe y de su vocación mediante el «bien poseído», que es su saber, en un acto que se convierte en una fiesta del conocimiento. Esta abundancia gozosa es la que consigue sacar a la universidad del «régimen de las necesidades» y la convierte en el sitio donde todo, incluso los saberes útiles, se dignifica.
La defensa de la educación liberal
En este contexto, se recordó la propuesta de Newman sobre la Educación Liberal, aquellos saberes que valen por sí mismos, que, aunque parezcan inútiles en principio, son en realidad los más útiles.
La importancia de las ciencias particulares y las humanidades radica precisamente en su gratuidad o intrinsecidad. Saber y enseñar más de lo que se necesita es profundamente universitario e introduce un valor del saber por sí mismo que transforma incluso a los saberes profesionales en saberes liberales. Si la universidad es la abundancia de verdad, es el lugar donde nada se reduce a su función.
La catolicidad en la universidad
Finalmente, el diálogo abordó la catolicidad de la universidad, que no se reduce a elementos extrínsecos (como la pastoral institucional o la presencia de la fe fuera del aula), sino que radica en la «abundancia intrínseca» del profesor. La abundancia que se da dentro de la propia clase a través del conocimiento enseñado y compartido.
Se concluyó que, para que la universidad sirva al Evangelio, debe tener profesores de excelencia que vayan al aula con un exceso en la caridad, entendiendo que su amor por el estudiante se canaliza a través de la comunicación generosa del saber. Fuera del aula, sí se presenta la iniciativa de Dios de forma institucional, pero dentro, el profesor no es un predicador, sino un faro de conocimiento que irradia abundancia.

