¿Se puede vivir una vida sin Humanidades? ¿Sin el asombro ante una puesta de sol, sin redención, sin vivir en libros, en los pronombres –como decía Salinas-, en los abrazos? Se puede, sin duda, pero sería una vida peor.
Este fin de semana fallecía Nuccio Ordine, filosófo italiano, humanista, gran experto, entre otras muchas cosas, en el Renacimiento y en la vida y obra de Giordano Bruno. Ordine hizo de su vida una pacífica batalla – la batalla del Amor- contra el utilitarismo imperante. Sostenía – oh revolución – que estábamos equivocados si todo lo hacíamos girar en torno a cuestiones como las competencias y que la clave estaba en el alumno y en ese profesor llamado a dejar huella, a transformar la vida de un muchacho al que le han dicho que tiene que estudiar para ganar dinero. Por eso se empeñaba en que teníamos que volver siempre a los clásicos, para tener claro que lo más importante es aquello que permanece, lo que no cambia en medio del vértigo y la tiranía de la novedad: la utilidad de lo inútil, como un disparo al corazón de un tiempo que ha hecho de la educación un producto de mercado más.
En estos días nos ha dejado también, en este caso en la Universidad Francisco de Vitoria y fuera del foco de los grandes medios, nuestro querido Pepe (José Jara), médico, profesor, batallador incansable en el campo de la Bióetica y la Deontología médicas, compañero discreto y ejemplar de cuantos tuvimos el privilegio de compartir claustro docente con él, y compartir también asignatura, en mi caso, Ética y Legislación en el Grado de Enfermería.
Se vive peor sin humanidades y sin humanistas. O si se quiere, y se debe, en positivo: se vive mejor, mucho mejor, en tensión hacia el ideal, desviviéndose en humanidad, en verdad, bien y belleza. Se vive mejor con profesores al lado que han dejado huella; que han sabido descalzarse ante la tierra sagrada que es el aula y la conciencia de cada alumno. Que han sabido, al fin, apuntar más allá y más alto (ulteria et suseia, que decían los peregrinos a Santiago).
Queridos profesores que en mí habéis dejado huella, parafraseando un poema de Enrique García Máiquez, que no os sea leve la tierra en que reposáis, ni tampoco tranquila. Que sobre ella retumben cada día más firmes los pasos de vuestros alumnos y el decir humano, cada vez más humano, de nuestras aulas.