Aaron Cadarso
El incendio de la duda solo se puede extinguir con el agua de la verdad. Saber quiénes somos es el mayor de los misterios.
De niño, hubo un tiempo en el que quería ser de mayor guardabosques y caminar calmada y sobriamente entre árboles y riachuelos hasta el alba y dormir en la intemperie, como en las películas clásicas de vaqueros que tanto le gustan a mi padre, supongo que todo se pega.
Refugiarse en la soledad es muy tentador cuando el dolor y la inconformidad repentinamente se instalan en nuestra vida, por eso, como si se tratara de una grata sombra huimos del calcinante sol del miedo, cuya omnipresente luz revela la verdad de lo que somos. La soledad da sombra al molesto calor de afrontar las responsabilidades de nuestros actos, que indudablemente nos definen. En esa tesitura se encuentra el protagonista en Firewatch, un videojuego focalizado fundamentalmente en una narrativa íntima y absorbente.
Tras un prólogo minimalista, cuya única jugabilidad será elegir entre dos opciones, pero de bastas implicaciones emocionales, descubrimos a través de nuestras decisiones como es Henry (y también nosotros), y como se prolonga en el tiempo su relación con Julia, una mujer que no dejará de querer pero que una prematura enfermedad mental dramáticamente les distancia de una vida juntos tras su trágica demencia.
Las opciones son en esencia lo mismo pero sustancialmente distintas. Las elípsis se suceden y vemos como Henry acaba en el bosque nacional de Shoshone, en Wyoming, para cubrir una vacante de guardabosques. Una vez instalado en la torre de vigilancia un walkie talkie suena. Es Delilah, nuestra supervisora, jefa y con el tiempo nuestra única e invisible confidente. Su torre de vigilancia está enfrente de nosotros pero a muchos kilómetros al norte. Nunca veremos su rostro pero podremos “ver” cómo es, a través de distintas opciones de conversación con el walkie talkie.
Firewatch se desarrolla durante los meses de verano donde Henry se cuestiona su relación con Julia, con Delilah y su papel en la vida. Encontramos en diferentes puestos antiguas correspondencias entre guardas que hablan de sueños, personas extrañas que no lo son tanto, que huían, que sufrían y que pese a todo sentían la necesidad de comunicarse.
Paralelamente, nuestro protagonista sufre una serie de acontecimientos extraños que le hacen cuestionarse su cordura y la verdadera naturaleza del bosque. El misterio de saber quién está detrás de dichos eventos choca con la verdadera naturaleza del hombre, incapaz de percibir la realidad en esencia, lo que importa. No se trata de un misterio gubernamental, se trata de algo menos espectacular pero mucho más revelador: el hombre sufre. A partir de ese sufrimiento tenemos que guiarnos hacia nuestra mejor versión para encontrar el camino de vuelta.
La melancolía envuelve toda la experiencia «videojueguil” que aporta Firewatch, un humilde y sincero relato sobre cómo las dudas en el hombre condicionan y paralizan una vida que se debe seguir abrazando pese a todo mal. A veces huir muy lejos supone hallar nuestros más profundos anhelos. Dependiendo de qué opciones elijamos en el juego, desencadenará un final u otro que inevitablemente no satisfará a nadie, pues la vida no se basa en elegir entre varias opciones sino afrontar lo que ya elegiste. El desasosiego vivido en los misterios del bosque da paso a una melancolía que reconduce al hombre a redescubrir sus elecciones vitales.
Somos los guardabosques de nuestra vida y el fuego es la duda, la única forma de apagarlo metafóricamente será conocer su verdadero origen, realizando un arduo examen de conciencia para saber si es conveniente dejar que el bosque se queme para empezar de cero o luchar por esos árboles que tienen una raíz común que aún pueden salvarse.