Café Newman de andar por casa

Era esa hora en la que todas las horas del día se cierran. Me preparaba a hacerme una con el sofá y dejar que el sueño fuera realentizando el «qué tal el día…»; y, de pronto: un grito. Era el de un hijo. Y seguido: el silencio. Nos pusimos en pie; bueno, el padre, que a mí mucho grito tiene que haber para que el pie me obedezca a esas horas. En la habitación nuestro tercero estaba tapado con la manta por la cabeza.

¿Qué te pasa?…

Que estoy pensando en la muerte y esas cosas…

El tercero nos tiene acostumbrado a estas… ¿excentricidades? Bueno, nos tiene acostumbrados a poner el pie en la realidad, sólo que era tarde y la verdad, el Cielo podía esperar, pensaba yo.

Pero, ¿por qué tienes miedo?…

Porque, ¿¿cómo va a ser?? Además, a mí me gusta esta vida. ¡Esta! ¿Sabes? Y pensar que vosotros, que… todos…(llantos)

Mientras yo podía escuchar el silencio sostenido de cada uno de los ocho en sus respectivas camas pensando: «a ver cómo resuelve la papeleta mi padre». Ahí no se movió ni el tato. Expectantes. Educación a pie de urna.

Pero, hijo; tú, ¿para qué has venido al mundo? Además, ¿qué es lo que te preocupa no haber hecho si te mueres? Porque podemos empezar a hacerlo ya…

Pues, todo… A mí me gusta el fútbol, me gustan estos cuerpos que tenemos; y allí, ¿cómo vamos a hacer?

Comenzaba el segundo round: el Cielo. Y el cuarto se une a la fiesta y apunta:

Allí podrás conocer a Di Stefano ¡y que te firme un autógrafo!

A lo que, ya metidos en faena, el padre dice:

¡Qué mierda autógrafo! ¡Allí no necesitaremos autógrafos! Seremos hermanos. Jugarás con él al fútbol.

El tercero sigue bajo la manta. La angustia no le deja ver ni respirar. Pero el cuarto exclama:

¡Papá! ¡Pues nos morimos tú y yo!

Empieza a intuir la belleza que anhelamos darles. Porque si no, ¿para qué les hemos traído a este mundo?

Pero esta exaltación «del novio de la muerte» que tiene el cuarto no es obedecida porque la atención está para el desasosiego del tercero, que sigue llorando y husmeando como un perro de presa, qué hay en esta vida que pueda asirse hasta que sea eterno. Se le habla del cielo, pero no como un lugar idílico sólo. ¿A quién le interesa un lugar?, sino de Quien espera, el padre le habla de Alguien. Y él, cargado de cita bíblica a sus espaldas, suelta:

Pero, ¿qué vas a saber tú? Si ni ojo vio ni oído oyó…

El padre suelta unos cuantos improperios ante la ocurrencia paulina… ¡Ya le vale al de Tarso! Y vuelve al comedor cual torero revolcado en la plaza, pero sin haberse apeado ni un sólo momento de ese lugar donde el toro puede ganar. El próximo Café Newman de estos lo impartes tú, ¿vale?… Y supe que los ocho habíamos tocado un poco de Cielo esa noche.

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