¿Es posible vencer el mal?

Cuando has tenido la fortuna de visitar Tierra Santa, Israel o Palestina, quedas fascinado de la riqueza de estas tierras fecundas en historia, tradiciones y acontecimientos. De la misma manera que se percibe la belleza, se advierte la tensión entre las diferentes realidades sociales y religiosas, aun en los momentos de tranquilidad, la vehemencia de las relaciones humanas está presente.

No puedo dejar de entristecerme y sufrir estos días observando cómo los diferentes medios de comunicación narran con ímpetu el mal que se está generando. Secuestros, bombardeos, muertes, destrucción… La profunda violencia a la que está sometida la población. El desgarro de una imposible solución del conflicto que está a las puertas. La distancia y el odio generalizado. ¿De dónde brota este mal?

“Quaerebam unde malum et non erat exitus”, podemos leer en las Confesiones de San Agustín. El mal paraliza la razón, bloquea la posibilidad de comunicarse con el otro y el criterio de juicio de lo humano se evapora. Puede que necesitemos de un tiempo de silencio y de meditación, de una reflexión silenciosa que nos permita pensar en la paz. Es paradójico que, en Jerusalén, la ciudad sagrada de las tres religiones monoteístas, no se invoque al Único que puede resolver la pregunta.

¿Será verdad que el misterio de la iniquidad se esclarecerá en el Misterio de la piedad?

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