En Roma, apoteosis. ¿Y qué?

Cesare Pavese ganó en 1950 el premio Strega, el más importante galardón de las letras italianas. Unos días después de la ceremonia de entrega, escribe en su diario: «En Roma, apoteosis. ¿Y qué?»*.
He vuelto de Roma de recibir el premio Razón Abierta —el sujeto de esta recepción es un nosotros muy grande— y no he dejado de pensar en Pavese y en su apoteosis. Resulta que apoteosis significa, etimológicamente, “contarse entre los dioses”, ser elevado a las alturas. Nos contamos entre los dioses, sí, pero vengo dándome cuenta de que, menos mal, nos contamos entre los dioses no por elevación nuestra, sino por abajamiento de Dios.
En Roma bajó Dios a vernos, a dársenos.
¿Y qué? Pues todo, porque no podríamos vivir si lo que queremos —lo alto, lo grande, lo bello— no se nos diese, no viniese a nuestro encuentro. No podríamos conocer la verdad si no se nos mostrase. Que no necesitemos apoteosis en Roma o, mejor: que todo —cada cosa, cada rostro, cada minuto— sea apoteósico.
Yo, que quiero que todo sea de verdad, quiero vivir recibiendo.

*C. Pavese, El oficio de vivir, Seix Barral, Barcelona 1992, p. 374.

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