¿Cómo serían nuestras ciudades tras una catástrofe zombi?

Es posible que algunos núcleos urbanos en Occidente no fueran muy diferentes con o sin zombis. El zombi no conserva ni desarrolla el espacio común, sólo se alimenta de lo todavía vivo, de lo no-zombi.

The Walking Dead (Frank Darabont, 2010-2022) plantea esta pregunta sobre las ciudades tras el desastre zombi y ofrece varias respuestas. A lo largo de las once temporadas de la serie de AMC, un grupo de supervivientes tropieza con toda clase de asentamientos humanos, desde Atlanta hasta Washington D.C. y más allá. Estos pequeños o grandes reductos de civilización pretenden hacer viable la existencia en un entorno poblado de caminantes come personas. Cada uno de estos grupos humanos sedentarios tiene un sistema de vigencias sociales y unos líderes que moldean el urbanismo y la identidad espiritual de las “ciudades”. Tanto la estructura como el dinamismo de dichos asentamientos revelan una postura ante la realidad y, con ello, una imagen del mundo.

La pregunta del titular, “¿Cómo serían nuestras ciudades tras una catástrofe zombi?”, presume el carácter metafórico del no muerto de la ficción. Este tipo de personaje seguramente contiene una crítica a los estilos de vida de las últimas décadas en países desarrollados y los efectos zombificadores que tienen en sus ciudadanos. La metáfora del zombi remite a nuestro mundo de todos los días, aquel en el que encontramos situaciones análogas a las que presentan el cine y las series de este subgénero. Del mismo modo, en series de ficción como The Walking Dead, las micro urbes son imágenes sintéticas de nuestro modo de habitar el mundo. Por ello, la pregunta del comienzo nos devuelve a nuestra cotidianeidad, aquella que la ficción presenta de modo indirecto a través de poblaciones devastadas por el avance incesante de —restos de— conciudadanos putrefactos.

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