Un fiocco rosa

Como cada lunes, atravesaba con brío la calle que me lleva al trabajo para empezar la semana cuando un detalle en la reja de la casa de la derecha atrajo mi atención. “Un fiocco rosa!” -pensé- y sonreí para mis adentros recordando cuando años atrás, a escasas semanas de mudarme por primera vez a Italia, devoraba ávidamente un manual de italiano con la ilusión de llegar y poner todo en práctica. Fue entre esas paginas cuando supe por primera vez del fiocco nascita, la cinta o lazo del nacimiento que se coloca en la puerta de las casas para señalar la llegada de un nuevo miembro a la familia. 

Lo que en aquel manual descargado de internet me resultó anecdótico, se ha ido desvelando como algo mas revelador al verlo de verdad colgado en los portones. 

En un tiempo en que la vida publica y privada presenta un divorcio cada vez mayor, en la que el diseño y disposición de las nuevas construcciones nos encierran, las innumerables facilidades y prestaciones de la ciudad insisten en hacernos prescindir del vecino, y el patrón de las viviendas huele a hilera de automatismo y repetición; un «fiocco rosa» a modo de reminiscencia, rompe la ilusión de independencia, proclama que no es verdad que solos nos bastamos o aquello de que “nuestra libertad acaba donde empieza la del resto”, sino bastante antes. Parece recordar que nada es ajeno, que cualquier elección, hasta la mas personal tiene una repercusión comunitaria. 

No conozco las familias que habitan tras esas puertas, sus desvelos, aficiones o esperas. Tal vez discrepemos en las urnas, defendamos causas distintas o no nos inclinemos ante el mismo Dios. Pero esa cinta rosa anuncia que una niña ha venido al mundo, un acontecimiento demasiado íntimo y universal como para dejarnos impasibles y no suscitar una alegría desinteresada. La cinta rosa confiesa que ellos -sean quienes sean- también tienen exigencia de compartir, de narrar lo que sucede. Y que esto nos une. En su sencillez, este objeto es un canto a uno de los pocos modos de fragilidad que hoy nos resultan tolerables. Saber que tras esa puerta hay una niña que necesita, que depende del cuidado y la protección constante, activa la ternura y la compasión, despierta una sensibilidad común hacia lo humano y, así, nos pone a salvo de nosotros mismos.

El lazo habla de que, de algún modo, lo humano empieza con una madre y un padre y un hijo; que estos comienzos son una maravilla que atesoramos desde siempre. Y que así seguirá siendo, por ser siempre novedosos y singulares, ya que desde que el mundo es mundo, en cada tiempo y lugar, hay un hombre y una mujer completos, pero al mismo tiempo carentes de algo, faltos de la diferencia que solo el otro puede ofrecer. Y que también es un milagro el hecho de que esta misma insuficiencia que les lleva a encontrarse y permite una nueva vida, nunca sea inexacta, sino que se concreta en un nombre y un rostro.

 

A su vez, el lazo sugiere un reconocimiento, parece recordar que -como escribe M Ceriotti- lo que hace de un niño que viene al mundo un hijo no es que nazca, sino que alguien asuma abiertamente una responsabilidad definitiva en relación a el, dándose así una cadena de responsabilidad. Y que este vínculo basado en la responsabilidad reciproca es lo que verdaderamente genera vida, pues nos incorpora a una historia en la que respondemos a la deuda originaria que es la propia existencia.

Me gustan estos lazos porque vencen el cinismo: me recuerdan que ni la ultima queja con la que nos lamentamos, ni ese pesar aparentemente insoportable, ni todo el mal que vemos alrededor arrancan una verdad: que la vida pide ser celebrada, sin reservas. Y que esta exigencia remite a lo intrínseco de su valor. El lazo rosa habla de alguien, de un inicio absoluto que siendo ya completo, esta todavía por desplegarse. De algún modo, manifiesta – en palabras de Esquirol- “que hay algo mas sorprendente y definitivo en haber venido a la vida que en estar destinado a morir.” Que cada inicio es un misterio, que no todo es meramente producto de nuestras manos, y que ese carácter inexplicable pide también reverencia.

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