Hoy muchos ven en nuestros tiempos una época de crisis de la familia, de nuestra sociedad y de la civilización. Hay como una sensación aguda de que se van cayendo las posiciones de defensa una a una. No tengo más experiencia que la de nuestra época, pero sí puedo sentir cómo crece el pesimismo generalizado a mi alrededor.
Y si todo eso fuese cierto, ¿qué podríamos hacer? Nadie es capaz de sostener monumentos gigantescos si se van a derrumbar de todas formas. Si queremos, podemos mirar con desesperación cómo se fisuran esos edificios milenarios o evadirnos en un carpe diem sin sentido.
Aunque queda una vía a nuestro alcance. Se llama fidelidad. Porque no importa que sea el ocaso o la aurora. Podemos empezar a construir nuevas catacumbas o catedrales, estar bajo tierra o tocar el cielo, lo que sea necesario. Nunca llegaremos a verlas acabadas y serán para personas que no conoceremos en esta vida, pero que, sin embargo, vivirán de lo que les hayamos dejado.
Porque lo único que realmente importa es ser centinela de la llama que se nos ha confiado y transmitirla a la próxima generación, y a la siguiente, y la siguiente y la siguiente… hasta que vuelva por fin la Luz de este mundo.