¿Hay alguien ahí?

Pero si estoy vivo, ¿es posible que nadie me quiera? La compañía de la nieve ha traído al presente la conocida tragedia de los Andes, acaecida en 1972. El magistral dominio de la narrativa cinematográfica de Bayona consigue que todos los públicos se sientan interpelados por lo sucedido y vivido por aquel grupo de amigos uruguayos, incansables en medio de las circunstancias más adversas. Su fortaleza les permitió sobrevivir más de dos meses, a pesar de que pronto supieron que los equipos de rescate habían abandonado las labores de búsqueda y rescate tras varios días de trabajos estériles.

Y aquí es donde el relato audiovisual de la película nos interpela, entre otras cosas, con una pregunta implícita y un apunte de respuesta. Porque al oír, justo cuando consiguen arreglar la radio, la noticia de que les dan por perdidos, estos luchadores no se vienen abajo: si los que nos aman —y a los que amamos— seguro que no se dan por vencidos nosotros tampoco.

Los planos en que toman conciencia de que en cuanto se alejan un poco de los restos del avión éstos se convierten en una mota de polvo apenas imperceptible en ese desierto helado juegan con otros en los que la inmensidad del cosmos brilla con todo su esplendor en medio de la noche… El anhelo de salvación, la esperanza en que le importo a alguien tiene en la película un doble nivel: terrenal y eterno. ¿Qué son los restos del avión en medio de la inmensidad de los Andes? ¿Qué es la Tierra en medio de la inmensidad del cosmos? Nada. Pero entonces el salmista viene a nuestra memoria: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?». Pese a que soy consciente de mi grandeza interior y de mi pequeñez física, no puedo renunciar a sentirme querido, a saberme buscado, a querer ser rescatado. La esperanza es el grito más sensato del corazón en medio de la oscura inmensidad: ¿es posible que no haya nadie ahí que me quiera, a quien le importe?

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