¿A quién quieres gustar?

Lo admitamos o no, buscamos la aprobación externa para confirmar nuestro camino, pero no todos los “likes” valen lo mismo. Las redes sociales revelan la tiranía y adicción creciente de la aceptación ajena. Esto no es nuevo, pero ahora es visible y medible. ¿La aprobación de quién ratifica la valía de nuestros actos y opiniones? ¿La del amigo? (¿Distinguimos “amigos” de “contactos”?) ¿La del “popular”, el sabio, el admirado? ¿La de muchos? (¿Cuántos son suficientes?) ¿La de la mayoría? (Como si eso fuera garantía de acierto) ¿La de la propia conciencia? ¿La de Dios?

Es deprimente comprobar cómo crece el número de seres insustanciales que tienen millones de “seguidores” haciendo naderías intrascendentes, carentes de mérito, valor o repercusión positiva en su entorno. Personas que monetizan la atención recibida en beneficio propio y pretenden vivir de eso. Algo cada día más aspiracional y contagioso.

Es escandaloso que el futuro de un político dependa de fingir opinar igual que la mayoría, o peor aún, que pretenda cambiar el pensamiento popular para satisfacer la propia conveniencia, en lugar de liderar este hacia un bien común por encima del propio beneficio.

Hace años, una alumna que había sacado un 8 vino a pedirme subir nota. Le pregunté para qué necesitaba más nota, «esa NO es la nota que se merece mi padre. Él hace un esfuerzo enorme para que yo estudie y tengo talento suficiente para sacar mejor nota y corresponderle como merece”, me respondió. Le puse un trabajo adicional que resolvió brillantemente. Conmovido por su motivación y actitud, y convencido por su trabajo, le subí la nota merecidísimamente. Al poco tiempo falleció su padre y ella obtuvo el premio Óptimus.

No por recibir más aprobación se está más cerca de la verdad, la bondad o la belleza.

¿Y tú, a quién buscas gustar?

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