Álvaro Abellán. Profesor de la Facultad de Comunicación UFV
«Siempre me asusta escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo libro. […] Los capítulos todavía sin escribir deberían adivinarse ya, pugnando por nacer, en el semillero de las palabras elegidas para empezar. Pero ¿cómo se hace eso? Mi bagaje ahora mismo son las dudas. Con cada libro vuelvo al punto de partida y al corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies.
En el fondo, no es tan diferente de todas esas cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser madre, vivir»
VALLEJO, Irene, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, Siruela, Biblioteca de Ensayo, Madrid, 2019, 16-17.
Cuando leí, en pleno confinamiento, la frase «escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos», pensé de inmediato en las reflexiones de Aristóteles sobre la vida feliz. Porque desde que escribo y enseño, escritura, palabra y vida me parecen casi sinónimos. Y es que Aristóteles explica en su Ética a Nicómaco esta paradoja sobre la acción humana que conduce a la vida feliz: que para saber lo que queremos aprender, hay que aprender lo que queremos saber. Que sólo sabemos lo que realmente queríamos escribir una vez que lo hemos escrito. Que sólo sabemos qué es un día feliz después de haberlo vivido. Y por eso al final de cada día vivido, de cada página escrita, nos preguntamos, ¿esto era? ¿qué hice bien? ¿qué pude hacer mejor? Y así tratamos de aprender a escrivivir mejor cada día.
Y ahí estaba la vida, también para Irene Vallejo, unas líneas más abajo: escribir «no es tan diferente todas esas cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser madre, vivir». Y pensé: «vivir es descubrir lo que viviríamos si viviéramos». Porque a menudo no vivimos. No nos atrevemos a vivir. Ni siquiera nos atrevemos a preguntarnos qué significa vivir en serio. Vivimos una apariencia, un sucedáneo, un sueño. ¡Ah, si viviéramos! ¡Si tratáramos de encontrar, cada día, a Quien da la vida en abundancia!