¿Violenta belleza de la muerte?

Escribo al filo del Día de Difuntos. Día de los de-funtucs, de los que tuvieron una función y partieron después de cumplir ya su compromiso. Día de mis padres, mis suegros y algunos amigos que me han precedido. Día de los que están muriendo sin que nadie los acompañe con una oración.

Recuerdo la metáfora que escuché a un sacerdote un día como el de hoy, hace unos cuantos años. Hablaba del nonato que está naciendo y que siente el brutal estrés de estar siendo arrojado de su cálida burbuja, del mejor y único mundo que conoce. Cómo explicar a este ser naciente que al otro lado de esta ventana de dolor hay luz y bellísimos colores, otros brazos que te abrazan y el ruido de las olas al romper en la playa. Cómo explicar a este pequeño ser tembloroso que esa violencia de ahora desemboca en algo maravilloso, la vida.

En el trance de nuestra propia muerte, ¿cómo entender que al otro lado de ese desgarro hay otra luz y otros bellísimos colores, otros brazos que nos abrazarán y una belleza que no podemos imaginar? ¿Cómo entender que al otro lado está la vida? No una “vida eterna” teológica, sino la vida tal y como la deseamos y amamos, como nos enseña Benedicto XVI en la Spe Salvi.

Sería fatuo decir que no me estremece la idea de mi propia muerte, pero ¡es tan estimulante este pensamiento de vida tras la vida!

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