Aaron Cadarso y María Hernández
“Vida oculta” rescata una de esas existencias discretas que, sin embargo, impactan por su abrumadora libertad y su sigilosa entrega. La película recupera la historia del austriaco Franz Jägerstätter, un objetor de conciencia que se niega a unirse a las filas del ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Esta decisión coloca tanto a él como a su familia en una difícil tesitura que Terrence Malick relata con gran delicadeza. A partir de una vida concreta, el director logra que el espectador abandone el cine más consciente de que el bien presente en el mundo depende en gran medida de actos que no son históricos, actos debidos a vidas anónimas que descansan en tumbas no visitadas.
Franz Jägerstätter fue el único de su pueblo (situado en la Alta Austria) en votar en contra de la anexión austriaca. Más tarde, también se resistiría a ser reclutado como soldado y jurar lealtad a Hitler. Esta determinación parte de la certeza de no poder hacer lo que considera incorrecto. La película muestra cómo la fortaleza de llevar esta convicción hasta las últimas consecuencias no es fruto de un impulso o de una obstinación, sino de un gran sentido de la verdad y del bien.
Esta historia es el testimonio de una vida que confronta el mal con amor ante la voluntad quebrada de aquellos que, arrastrados por el miedo, sucumbieron a la injusticia por mantenerse al margen y perdieron su genuino derecho a ejercer la libertad.
La película no es sino un recuerdo de lo que no podemos olvidar, de lo que Europa durante un tiempo estuvo a punto de convertirse y de cómo el hombre siempre pende de un hilo entre apostar lo correcto y refugiarse en la indiferencia.
La libertad
La libertad, junto a la primacía de la conciencia, es una de las grandes cuestiones que aparecen en la película. En una de las cartas que Franz escribe a su mujer desde la cárcel, confiesa: “Te escribo cartas desde el corazón, aunque lo haga con las manos atadas, es mejor que hacerlo con la voluntad atada”.
Este campesino austriaco sabe de la fragilidad de su existencia: “somos como un suspiro, una sombra que pasa”, llega a expresar. No obstante, unida a esta pequeñez, atisba una individualidad soberana e intransferible. Franz reconoce el valor de su conciencia y entiende que abandonarla implicaría abdicar de la condición de hombre. Austria puede estar en otras manos, bajo otro poder y otras leyes. Sin embargo, “su yo más profundo”, “la fina punta del alma” no puede ser anexionada. Para él, no existen las medias cintas, queda posicionarse junto a la verdad o ignorarla.
Franz es un hombre preocupado por no reconocer el mal al tenerlo delante. Por ello, se empeña por no acostumbrarse a él y lucha por desmarcarse de cualquier tipo de participación indirecta. El criterio de Franz se pone a prueba gradualmente, su oposición se gesta en pequeñísimas resistencias: no aplaudir ante determinados discursos, no unirse a un brindis, rechazar los subsidios del régimen… Actitudes que, sin embargo, en un clima de opresión y miedo, suponen algo extraordinario. Estas escenas son de gran importancia ya que ponen de manifiesto que la libertad, como diría el escritor José Jiménez Lozano, exige largo entrenamiento de estrategias de su defensa y un amor absoluto que resista a coacciones y compras ventajosas para quien la vende. Solo aquel que se entrega en lo pequeño, es capaz de una renuncia mayor.
El elogio de lo sencillo
Durante el visionado de la película, uno se pregunta de dónde surge el arrojo del protagonista, cómo logra que su voluntad no desfallezca. Tal vez las escenas cotidianas y tranquilas, en las que aparentemente no sucede nada, sean una pista. Las tres horas que dura el largometraje son un precioso elogio de lo sencillo. La trama se nutre de momentos ordinarios. Juegos familiares, tareas del campo, oración o algunos paseos vertebran la historia, no es baladí lo que muestran estas secuencias, ya que conforman la vida misma.
Además, su dilación educa al espectador en la espera, le aleja de la prisa por algunos instantes. “Vida oculta” es una alabanza a la vida humilde, dedicada a lo doméstico y al cultivo de la tierra. El peso de estas secuencias muestran también que son precisamente estos entretiempos los que curten el carácter. Franz se aferra a la alegría saboreada junto a su familia para sobrellevar la dureza de la prisión y el sacrificio que implica mantenerse fiel a sus principios.
Haber amado, así como el contacto con la granja y las montañas, le permiten recordar en los momentos más difíciles cuál es su verdadera patria, a la que se debe. Le sostienen en su convicción de que por la libertad se puede y se debe aventurar la vida.
La belleza
“Vida oculta” se caracteriza por un lenguaje sensorial que está teñido por un simbolismo rico en interpretaciones. La belleza que se muestra en la película va mucho más allá de los imponentes paisajes. Más bien, refleja el arduo camino del protagonista y muestra que las montañas son un lugar testigo del vínculo sagrado entre el hombre y la tierra.
Quizá para nosotros, urbanitas acostumbrados a habitar lo artificial, resulta complicado comprender la profunda espiritualidad presente en las imágenes de la naturaleza. Se nos escapan significados que son evidentes para aquellos que ordenan los días con docilidad, siguiendo el curso de las estaciones y sabiendo que lo que se puede controlar es poco.
La belleza que Franz conoce es ancla ante la tentación. Sus cartas se refieren a la llegada de la primavera o al bien que hace la hierba a las personas. Franz parece ver en todo ese orden una razón superior, una nueva luz que le hace abandonar la idea de querer sobrevivir a cualquier precio. Por eso, su carácter afable y su sensibilidad no quedan derrotadas en ninguna circunstancia.
Franz, que fue beatificado por Bendicto XVI en 2007, obra con la certeza de que su sacrificio no es en vano. Esto le permite seguir la sabiduría que esconde la realidad y tener fe en la promesa que encierra. El asombro que produce la actitud de Franz acontece porque él está acompañado y redimido en todo momento. Su presencia y grandeza remiten a Otro, solo esto convierte el dolor en gracia.
Es ahí cuando la catarsis se produce, al descubrir que el precio y el valor de esa libertad eleva a nuestros semejantes haciendo que un sacrificio prepare el terreno para la siembra del milagro.