¿Quieres que te regale la carrera?

Habitualmente tengo encuentros con alumnos que vienen a “negociar” una convalidación o una nota, y con frecuencia el tema reconduce su rumbo hacia la cordura enfrentándoles a la posibilidad de cumplir todos sus deseos y elevando su apuesta.

Tras escuchar con mucha atención sus argumentos; lo que dice y lo que no dice; su lenguaje no verbal; las posibles presiones, miedos y frustraciones que el alumno trae consigo, para intentar averiguar qué motiva su petición, y si hay algo que yo necesite saber para poder conectar con la persona, casi siempre acabo planteando algunas preguntas y varias ofertas que sacan al alumno de su caja:

¿Tú qué nota te pondrías?” Le pregunto. Casi todos se sienten aprobados, y muchos con buena nota.
Sabiendo su auto calificación les pregunto de nuevo: ”¿Tú quieres que te ponga esa nota, o quieres saber lo que yo creo que te falta para llegar a ella, o incluso para un 10?” (pocos son los que se autocalifican de 10, aunque los hay, que el desconocimiento es muy osado).  Entonces piden saber lo que, a mi juicio, les separa de la nota que reclaman. Pasan por un instante a “modo escucha” y bajan provisionalmente el hacha de guerra, pero sin soltarla del todo. Procedo a explicarles pormenorizadamente lo que les falta, y antes de que vuelvan a empuñar las armas termino con dos ofertas tan increíbles como irrechazables:

“Si quieres te pongo la nota que tú me pides, o incluso dos puntos más para no parecer tacaño, aunque sabes que yo no lo veo igual que tú.  Pero creo que igual nos quedamos cortos.  ¿Qué tal si te regalo no solo esta asignatura sino toda la carrera del tirón?” Esto les descoloca por completo. ¿Cómo? Y vuelvo a subir la oferta: “No solo eso, sino que la semana que viene, ya con tu título regalado, te busco un cliente y tú solo le atiendes.” En ese momento entran en pánico, porque se dan cuenta de todo lo que les falta por aprender, y les invade la certeza de que no son capaces de hacerlo. Ahí viene la pregunta definitiva: “¿Tú has venido a aprender, o a que te dé un papel que dice que aprendiste, aunque sea mentira?”. Es entonces cuando normalmente se dan cuenta de que la negociación no tiene mucho sentido y no merece la pena continuar con ella. Procedo a invitarles a que me repitan lo que han entendido que pueden mejorar, y les desafío a intentar llegar por méritos propios al 10, toda vez que ya saben cómo alcanzarlo.  Funciona casi siempre, y cuando no lo hace del todo, por lo menos reduce mucho su nivel de enfado.

Cuando me pasa esto, (varias veces al año), me acuerdo de aquel día que invité a los alumnos a que me escribieran en un papel anónimo un deseo o expectativa antes de empezar el curso y uno me sorprendió con su petición: “Quiero que me pongas un 10 y que parezca que me lo merezco”. Y es que en el fondo a todos nos gusta pensar que “la vida” nos trata la justicia que nosotros imaginamos, que suele ser generosamente favorable, porque lo merecemos, aunque no siempre se sabe bien el motivo.

La justicia divina es muchas veces difícil de comprender, pero la humana no está libre de peores contradicciones. Con tanta frecuencia nos sorprendemos jugando a ser jueces supremos y opinando que algo nos parece vitalmente “injusto”: la nota recibida, el ganador de una competición, una enfermedad, una muerte prematura, un desastre natural, un revés de la vida, una carga familiar, ser bajo, feo, gordo, calvo o peludo, tener poca memoria, ser torpe, nacer en un país en dificultades, un gobierno insufrible, no ser correspondidos en el amor, vivir una guerra, cobrar o ser valorados de menos, un jefe incómodo, no tener todo lo que anhelamos… Dios, o la vida probablemente nos está poniendo a cada uno el examen adecuado conforme al temario y talentos que hemos recibido, y eso nos es imposible juzgarlo justamente, solo nos queda hacerlo lo mejor que sepamos.
En realidad, visto fríamente, recibimos mucho más de lo que podríamos dar, y en cómputo general somos más deudores que acreedores y deberíamos pasarnos el día dando gracias en vez de pidiendo justicia.

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