¿Observas o miras?

Solemos ir al cine fundamentalmente para evadirnos, pero en ciertas ocasiones el océano del cine trae a nuestra orilla fragmentos de vida ficcional humanísticamente pertinentes, que resuenan con íntima viveza en nuestro interior. Honestamente sabía a lo que iba cuando fui al cine a ver Perfect Days, la última película de Wim Wenders (El cielo sobre Berlín), un director de cine dotado de una habilidad especial para transmitir el mundo interior y el subtexto de lo que a priori no se ve en pantalla y para los días que nos ha tocado vivir audiovisualmente eso justo es lo destacable.

Podría mal entenderse como una película simple, donde vemos el suceder rutinario de un hombre que se dedica a limpiar baños en Tokio. Se recurre de música diegética, silencio, pocos diálogos y un ritmo narrativo en las antípodas de la infinidad de planos por minuto a lo que vamos de camino a acostumbramos. Pero, justamente, se trata de la plasmación del genuino punto de vista de un hombre que vive solo, que no solitario, que regala al espectador una esperanzada perspectiva sobre la espera y la búsqueda diaria de lo bello, lo bueno y lo verdadero, desde la austeridad, la sobriedad y un profundo sentido de la humildad. En esencia, cine contemplativo.

Simultáneamente a la película, cuanto menos paradójico, salió al mercado estadounidense el último producto de Apple, unas gafas de realidad virtual. No ha tardado en verse en las redes sociales a personas con ellas y el resultado es ciertamente distópico. Lo único que me viene a la mente cuando veo a gente por la calle con una especie de gafas de esquí moviendo las manos mientras camina, es que se nos está olvidando saber mirar con nuestros propios ojos el milagro de lo cotidiano. Eso mismo es lo que nos devela el protagonista de Perfect Days, saber observar guardando silencio y escuchar, siendo un ermitaño en medio de una gigantesca jungla de asfalto como es Tokio. Alguien con la capacidad única de “ver” a los niños extraviados, los inconscientes borrachos de la mañana, los seniles vagabundos del parque, las pequeñas plantas que germinan cerca del templo, la luz del mediodía entre las copas de los árboles. Todo ello con un filtro genuinamente humano que se resiste, día a día, a diluirse ante las novísimas, constantes e inventadas distracciones que nos alejan lentamente de nosotros mismos.

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