Los motivos por los cuales cada uno está activo en las redes sociales pueden ser muy variados, pero al final hay un denominador común: todos queremos atención. En este sentido, es curioso como el niño desde la más temprana edad necesita de esta mirada atenta de sus padres.
-“Mira Papá qué bien me queda mi disfraz de princesa, mi gorro de Papa Noel o mi maquillaje de unicornio”, es decir, mira mi belleza.
-“Mira Mamá cómo bajo del tobogán, hago plastilina, le doy al balón”, es decir, mira la capacidad que tengo de hacerlo bien.
Cuando nos hacemos adolescentes, no somos tan explícitos pero seguimos pidiendo esta mirada paternal: “¿Vendrás a verme a la obra de teatro, al partido de fútbol, a la graduación?” Porque aunque pueda haber ante nosotros centenares de personas, si nadie nos conoce, es lo mismo que estar solo. El aplauso anónimo no llena.
Voy a arriesgarme y afirmar que esta necesidad de ser mirado de forma tan personal, la tenemos también los adultos; y no de vez en cuando… Necesitamos que se nos mire todos los días y todo el tiempo. Ansiamos la atención de una persona referente que nos quiera de forma incondicional. Esperamos esta validación amorosa de lo que somos. ¿Pero acaso es eso posible? Porque con los años uno ya se conoce lo suficiente para ver todo lo que no es ni bueno ni bello dentro de sí. De hecho, suelen atraparnos nuestros defectos, fallos y debilidades. Incluso parecen ocupar a veces casi todo el espacio. En un intento continuo de solucionarlo, nos agitamos aún más para alcanzar este reconocimiento. De hecho, estos últimos años se lo hemos encargado a unos vagamente conocidos, o incluso completos desconocidos de las redes sociales. A pesar de todo, al final del día esos aplausos virtuales se quedan cortos… Pero si no es la forma de conseguirlo ¿de qué manera entonces?
Hay un autor que sí tuvo esta experiencia y la relata así: “Tus ojos ven todos mis días (…) Sabes si me siento o me levanto, tú conoces de lejos lo que pienso. Ya esté caminando o en la cama me observas, eres testigo de todos mis pasos. (…) Si escalo los cielos, tú allí estás, si me acuesto entre los muertos, allí también estás”(S.139:2-3-16-8). Esos ojos que todo lo ven resultarían agobiantes si fuesen para juzgarnos sin cesar. Pero ¿si fuese una Mirada que nos revela lo bueno y lo bello que hay en nosotros, capaz de sostenernos y de alegrarse por nuestra existencia como si fuese la única importante en este mundo? Ojalá tuviéramos consciencia de esta mirada amorosa, aunque sea un poco, así por fin podríamos llegar a la misma conclusión que el salmista: “Te alabo porque me hiciste de una manera maravillosa”(S 139:14).