¿De qué nos habla la Rosalía en su último disco? ¿Qué puede leer en “Lux” un oyente cristiano, que pretenda, como es mi caso, dejarse provocar por su mensaje, sin apropiarse de él indebidamente, ni mucho menos juzgarlo o criticarlo farisaicamente?
“Sexo, violencia y llantas” funciona como una especie de pórtico o ouverture a todo lo que vendrá después. Vemos en esta primera canción una contraposición entre el mundo (“Sexo, violencia y llantas / deportes de sangre / monedas en gargantas”) y Dios y el cielo (“Destellos, palomas y santas / la gracia, el fruto y el beso de la balanza”).
Rosalía nos habla de una relación ambivalente con el mundo: lo ama, pero percibe su insuficiencia, y percibe lo que cristianamente podríamos llamar su carácter de mundo caído, herido por el pecado. Por ello, la catalana contrapone antagónicamente mundo y Dios, de un modo que no puede sino sonar un poco dualista: “salvarse” parece significar aquí salir del mundo, y no necesariamente salvar el mundo.
Por ello, la entrada en la esfera de lo divino supone, sí, el rescate del dolor, pero Rosalía percibe a la vez el desgarro de no querer dejar el mundo atrás…. de ahí el anhelo: “Quien pudiera vivir entre los dos… primero amar el mundo y luego amar a Dios”. Quien pudiera no tener que elegir entre ellos, y “venir de esta tierra / entrar en el cielo / y volver a la tierra / que entre la tierra / la tierra y el cielo / nunca hubiera suelo”.
Rosalía parece por tanto dudar, movida por su amor a la tierra. El mismo amor al que exhorta el Zaratustra de Nietzsche (“¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra!»).
El filósofo Ortega y Gasset expresaba esta misma tensión, diciendo:
“Los sacerdotes japoneses maldicen de lo terreno, siguiendo este prurito de todos los sacerdotes, y para denigrar la inquietante futilidad de nuestro mundo lo llaman ‘mundo de rocío’ (…) Un sencillo haiku, al cual me atengo, dice así: ‘Un mundo de rocío no es más que un mundo de rocío. Y ¡sin embargo!…”.
Este “¡sin embargo…!” refleja también el sentimiento de Joan Maragall -otro artista compatriota de Rosalía- que se preguntaba también si no será este mundo sólo una ilusión, una sombra, y se respondía:
“Tant se val! Aquest món, sia com sia,
tan divers, tan extens, tan temporal:
aquesta terra, amb tot lo que s’hi cria,
és ma pàtria, Senyor: i no podria
ésser també una pàtria celestial?
Home só i és humana ma mesura
per tot quant puga creure i esperar:
si ma fe i ma esperança aquí s’atura,
me’n fareu una culpa més enllà?”
“Pero entonces, la vida ¿qué sería? / Sombra del tiempo huyente sólo fuera, / ilusión de lo cerca y de lo lejos, / cuenta del mucho, el poco, el demasiado / ¡engañoso, pues todo ya lo es todo! / ¡Es igual! Este mundo, como sea, / tan extenso, diverso y temporal, / esta tierra, con todo lo que engendra, / es mi patria, Señor, ¿y no podría / ser también una patria celestial? / Hombre soy y es humana mi medida / para todo lo que crea y espere: / si mi fe y mi esperanza aquí se quedan / ¿me acusarás por eso más allá?”
Podríamos decir que esta tensión atraviesa todo el disco de Rosalía, en el que se mezclan de forma a veces confusa su amor por la realidad, su dolor por ese “algún que otro navajazo (que) me he llevado de la vida” y su búsqueda de Dios.
El aspecto doloroso y caído de la existencia es especialmente patente en “Porcelana”, “La perla”, “Mundo nuevo”, “De madrugá”, y en mi opinión, en “Berghain”.
“La perla” es la canción más horizontal y quizás más banal del disco, en la que nuestra catalana “despechá” vuelca su resentimiento hacia alguna antigua pareja por el daño que le hizo.
En línea parecida se mueve “De madrugá”, que nos habla de la venganza, y si bien se inspira en una santa (Olga de Kiev), lo hace a partir de un episodio anterior a su conversión, digno de una peli de mafiosos, en el cual ésta protagonizó un sangriento ajuste de cuentas con los asesinos de su marido.
Aun así, esta experiencia de dolor, resentimiento y venganza no carece de sentido en el movimiento ascendente del disco: su insuficiencia (“no hay un arma una Glock o Beretta que dispare y te traiga de vuelta”) será quizás uno de los acicates que impulse a dirigir la mirada hacia lo alto, y a anhelar una novedad, cantada en “Mundo nuevo (1)”:
“Ya, quisiera, quisiera yo renegar
Yo quisiera renegar
De este Mundo por entero
Volver de nuevo a habitar
Madre de mi corazón
Volver de nuevo a habitar
Por ver si en un mundo nuevo
Por ver si en un mundo nuevo encontraba más verdá”
Todo esto conduce a las dos canciones más explícitamente teocéntricas y místicas del disco: “Dios es un Stalker” (DEUS) y “Yugular”.
La primera, pese a su tono burlón y juguetón, vehicula un mensaje profundo, que resuena con fuerza en la conciencia de los que tenemos una experiencia de Dios. Rosalía la escribe desde lo que las redes hoy denominarían un “POV: Dios”, hablando en primera persona divina (y en femenino). Describe un Dios misterioso, escondido, al que nunca verás, pero que sigue con cariño cada uno de los pasos de tus pasos, como el viento que te roza el pelo, que conoce todos tus deseos inconfesables. Un Dios al que “no le gusta hacer intervención divina”, pero decidido a “stalkearte”, porque “este corazón lo voy a secuestrar y perseguirlo sin piedad”. Un cristiano no puede leerlo sin evocar inmediatamente el salmo 139, o la brisa suave en la que Dios se manifiesta al profeta Elías en el Horeb. Rosalía expresa de modo especialmente potente esta tensión entre el ocultamiento y el revelamiento de Dios con un atrevido verso en el que Dios afirma que “no soy una zorra de un momento, soy el laberinto del que no puedes salir”.
La segunda es, en opinión, la cumbre del disco. Inspirada en una mística sufí musulmana, evoca esa misma dualidad polar de un Dios inmanente y trascendente:
“Tú que estás lejos, y a la vez más cerca, que mi propia vena yugular”…de un modo que no puede sino rimar con el intimior intimo meo de San Agustín. Nos habla de un amor a Dios que ha desterrado todo odio: “Mira, yo no tengo tiempo / para odiar a Lucifer / estoy demasiado ocupada / amándote a ti, Undibel” (2).
Esto resuena con esos relatos de los monjes cristianos orientales que, llevados por su amor universal y por su sintonía con el corazón de Dios, rezaban hasta por la conversión de los demonios. Nos habla de un amor que no espera nada de Dios fuera de su mismo amor: ni promesas (cielo), ni amenazas (infierno), estableciendo un paralelismo precioso entre Rabia Al-Adawiya y el clásico anónimo español:
“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
(…)
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera”.
Un amor, en fin, “que es una avalancha (…) la nieve en la que me quiero hundir”. Y en ese momento, Rosalía parece hundirse en esa avalancha, movida por ese peso que es su amor, como diría Agustín, y se adentra en unas estrofas fascinantes, acompañadas por un magnífico sonido instrumental, en las que nos habla de lo inmensamente grande y lo inmensamente pequeño, como buscando una metáfora adecuada a la paradoja de afirmar que “Él cabe en mi pecho / y mi pecho ocupa su amor / y en su amor me quiero perder”.
El disco, sin embargo, no acaba ahí. Me aventuro a afirmar que ese encuentro con Dios produce en ella una experiencia de libertad de todas las cadenas que le hacían experimentar el mundo como esclavizante.
Es muy marcada en sus canciones, por ejemplo, la sensación de hastío derivada de la dependencia de la mirada masculina (véase “Novia robot” o “Focu’ ranni”, pero también “Pienso en tu mirá” y “A ningún hombre”, de “El mal querer”). Frente a esta dependencia tóxica, el amor de Dios se convierte en una fuente de libertad, de quien deja de depender de la mirada de las creaturas para pasar a decir:
“Me pongo guapa para Dios
Nunca pa’ ti ni para nadie
Solo guapa pa’ mi Dios”
…que es lo mismo que decía al concluir “El mal querer”, cuando afirmaba que
“A ningún hombre consiento
Que dicte mi sentencia
Solo Dios puede juzgarme
Solo a Él debo obediencia”
Probablemente es éste también el significado de “Focu’ranni”. Si tomamos la letra sola por sí misma, podría parecer sólo una canción más de despecho contra un amante, en la que exalta la propia libertad y autonomía de un modo egocéntrico y autosuficiente.
Vamos, lo que Rigoberta Bandini explica en “A todos mis amantes”, diciendo que “Llevo una vida persiguiendo ser la perra sin collar de esa canción….mi obsesión por la libertad empezó en los 90…”.
Sin embargo, la alusión de la canción a Santa Rosalía de Palermo, y su rechazo del matrimonio para pertenecer totalmente a Dios, puede matizar este primer significado egocéntrico, situándolo en un contexto distinto: no el de una libertad encerrada en sí misma (como parece sugerir ese “Seré mía y de mi libertad”), sino de una libertad vertical, volcada a un movimiento de autotrascendencia dirigido hacia Dios.
En esa misma dirección parece estar la fascinación de Rosalía por Ryonen Genso, una monja japonesa budista que desfiguró su cara, sacrificando así su belleza, con tal de ser admitida en un monasterio budista y poder perseguir allí la iluminación (cf. “Porcelana”) (3).
Pero la esclavitud de la mirada masculina no es la única cadena que rompe el encuentro con Dios. “Sauvignon Blanc” nos habla más bien de la libertad del dinero, con el que Rosalía había ya mostrado tener una relación ambigua, retratada en su díptico “Fucking money man”.
En él empezaba diciendo que “Jo sé que he nascut per ser milionària (…) però el que voldria és tenir / Fucking money, man / Només vull veure bitllets de cent” (4) y acababa pidiendo que “Dios nos libre del dinero”.
“Sauvignon Blanc” desarrolla esta estela, inspirándose en Santa Teresa de Ávila, y nos habla de una relación con Dios en la que “estoy bien si estás Tú”, y en la que esa presencia le permite cortar con todo lo material: “A mi Dios escucharé / mis Jimmy Choos / yo las tiraré”, “Mi luz la prenderé / con el Rolls-Royce / que quemaré / sé que mi paz / yo me ganaré / cuando no quede na’ / nada que perder”.
Todo esto no supone necesariamente una mirada negativa hacia las realidades materiales, propia de ciertas visiones orientales, para las que el camino hacia la paz pasa por la liberación de todo deseo. Podría también declinarse en clave cristiana, entendiendo que aun siendo buenas todas las cosas, el desorden de nuestro corazón nos lleva a idolatrarlas, esto es, a adorarlas como si fueran Dios, como si fueran la respuesta a nuestra pregunta última. Y entendiendo que es este error central lo que nos deja en una situación de esclavitud respecto a nuestros deseos.
Con ello llegamos a la famosa entrevista. A Rosalía tirada en la cama y el vacío que nadie puede llenar. A ese “potser que aquest espai és l’espai de Déu (…) potser Déu és l’únic que el pot omplir” (5). Rosalía, siguiendo a Simone Weil, intuye que el encuentro con el Dios vivo requiere respetar ese vacío, y no tratar de llenarlo adorando con la obra de nuestras manos. El Dios Vivo es un dios celoso. Llegamos a la mística a través de la ascética, aludida quizás a través de “la poma / que està prohibida / i si només la mires / et salvaries / però sense mossegar” (6).
Y en efecto, en “Divinize” parece hablarnos de ese vacío que es misteriosamente colmado por Aquel que se esconde, y que a la vez, sin embargo, llena todas las cosas:
“Una absència que sàcia
Perseguint a la gràcia
El dolor una delícia
La divina buidor
(…)
I privar-se és la indulgència
Que practica per amor”
“Una ausencia que sacia / persiguiendo a la gracia / el dolor una delicia / el divino vacío / y privarse es la indulgencia / que practica por amor”.
También en alguna otra entrevista ha vuelto sobre esta idea de vacío, diciendo que en su disco ha tratado de hablar de la mística femenina, que gira en torno a la idea de ser un receptáculo. Menciona una supuesta teoría según la cual el primer artefacto de la historia no habría sido un arma, sino un recipiente, y al hilo de esta anécdota, señala que en nuestra cultura ha dominado un relato muy “masculino”, esto es, muy egocéntrico, centrado en el “yo” y sus batallas y logros…y reivindica, frente a él, una mística “femenina” de apertura, de recepción y de transformación interior.
¿Qué le sucede a quien se abre a la abundancia misteriosa que brota de ese vacío? ¿Qué le pasa a quien se abre a esa fuente que, como cantaba también hace tiempo la sesrovirenca, poniendo música a San Juan de la Cruz, “mana y corre aunque es de noche”?
Es posible interpretar las últimas canciones de su disco en clave de redención, de mirada pacificada sobre la realidad. Quizás “la rumba del perdón” suponga la posibilidad de, desde esa experiencia del amor divino, perdonar el dolor causado por tantas personas (si es que no es otra canción cantada desde el “POV” de Dios). En todo caso, “Magnolias” tiene ese sabor a despedida (imagina su funeral), y al mismo tiempo, de apoteosis, en la que encuentra la solución a esa tensión dinámica entre la tierra y el cielo que ha atravesado el disco:
“Dios desciende
Y yo asciendo
Nos encontramos
En el medio
(…)
Yo que vengo de las estrellas
Hoy me convierto en polvo
Pa’ volver con ellas”
THE END. The screen fades to black. Aplausos en la sala, entre ellos, los míos. Y llega el momento de comentar el partido con los amigos, y preguntarse qué añadirías tú a todo esto. ¿Tiene el cristiano alguna segunda voz que aportar a ese canto que ha entonado Rosalía? ¿Algún comentario que hacer en el hilo que ha abierto la catalana? No por criticar su obra ni señalar ausencias, sino por indicar posibles desarrollos en un diálogo entre su música y la propuesta cristiana.
Me parece que la aportación cristiana podría girar en torno a la unificación de cielo y tierra anhelada por Rosalía. Porque el cristianismo comprende el mundo a la luz del tríptico creación, caída y salvación. Nos habla de un mundo bueno, creado por Dios, que refleja la imagen de su Creador y está lleno de su Gloria. Nos habla de un mundo caído, herido por el pecado, que al cerrarse a la Fuente de la que procede, queda desfigurado, oscurecido y absurdo, y como volcado hacia la Nada de la que procede. Nos habla de un mundo rescatado por Cristo, y así re-ligado de nuevo con la Belleza Suprema de la que procede: de un mundo rescatado, y por ello, divinizado.
Es por eso que, para el cristiano, la salvación no requiere huir de este mundo para lanzarse a un cielo gnóstico poblado de palomas, sino acoger el don de la vida en el Espíritu traída por Cristo, que hace nuevas todas las cosas, y hace de este mundo agrietado un receptáculo en el que nace de nuevo la luz.
Pero esto, creemos los cristianos, requiere un Salvador, reclama a Aquel a quien esperamos este Adviento.
Jesucristo, en efecto, es quizás el gran ausente de “Lux”(7), pese a ser, creemos los cristianos, la Luz del mundo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y quien alcanza la iluminación, lo hace a través de Él.
Él es el que llama a descansar en Él a los cansados y agobiados, esclavizados por los ídolos de este mundo y heridos por sus traiciones.
Él es el que nos revela ese loco amor de Dios (el manikós eros tou theou, que decían los padres) dispuesto a llegar hasta el fin del mundo para rescatar a su amada e invitarla a hacerse una con Él.
Y sobre todo, en Él se nos da amar a Dios y a la tierra con un mismo amor. En Él se nos concede “que entre la tierra la tierra y el cielo nunca hubiera suelo”.
Por Él se nos promete que este mundo, conforme al deseo de Maragall, puede ser también una patria celestial, en ese “ya, pero no todavía” en el que se mueve la esperanza cristiana.
Movidos por esa fe, en este Adviento los cristianos oramos Marana tha!: ¡Ven, Señor! Le ofrecemos nuestro vacío, pidiendo que sea receptáculo de su Gracia. Le ofrecemos nuestras grietas, clamando orantes: Fiat Lux!
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Crédito: parte de las ideas presentes en este texto han madurado en diálogo con la interpretación que propone Chema Alejos en este vídeo, que recomiendo encarecidamente.
(1) En el disco anterior, “Motomami”, se podría hacer también una lectura arriesgada de “G3N15”, más allá de la referencia a su sobrino, como una alusión velada a la caída y la expulsión del Paraíso (simbolizada por su soledad en EE.UU y el inquietante mundo que describe: “estoy en un sitio que no te llevaría / aquí nadie está en paz entre estrella y jeringuilla”). Su anhelo de salvación quedaría expresado quizás en el guiño del título a Génesis 3, 15, que corresponde a las palabras de Dios a la serpiente anunciando un Salvador: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, | entre tu descendencia y su descendencia; | esta te aplastará la cabeza | cuando tú la hieras en el talón”. La canción se cierra precisamente con un mensaje de su abuela hablando de la importancia de tener a Dios en el primer lugar en la propia vida.
(2) Dios, en lenguaje caló.
(3) “Porcelana” y “Berghain” me parecen canciones ambiguas, de frontera, en las que se mezcla la aspiración vertical-celestial con las voces y latigazos de las sirenas de su mundo caído. Ambas inquietantes y turbadoras, parecen ser a la vez un diagnóstico de la herida y una aspiración a algo que la supere. Tiendo a pensar que el amor de fusión que describe “Berghain” (el terrón de azúcar que se funde en el café, en el que se identifica con el miedo y la ira de su amado) NO es el amor hacia Dios, sino hacia un “tú” humano. Y que por ello, está describiendo una relación tóxica, que le parte el corazón… y quizás es eso lo que detona un deseo de algo más grande. Esta lectura parece corresponder con una explicación de la artista que, en una entrevista para el País, afirma que en su disco está presente también la oscuridad, como medio para revelar mejor la luz, e indica que las canciones señaladas se engloban en una temática más relacionada con lo mundano, con la “gravedad” como contrapuesta a la “gracia” (haciendo referencia a los términos de Simone Weil): “Pienso que para explicar la luz probablemente deba haber oscuridad. Hay que dejar espacio para explicar la oscuridad. Pau Luque, que me flipa, dice: ‘El artista que camina al lado del diablo poniendo la mano sobre su hombro puede expandir nuestro entendimiento de la vileza’. Como Nick Cave, que da voz al villano, yo intento entender y empatizar con el villano. Creo que soy capaz de empatizar con el otro, con la luz y la oscuridad. Desde ahí puedo hacer un disco más completo y puedo llegar a explicar mejor la luz. Hay cuatro movimientos en el álbum. El primero es la partida; marchar, salir de la pureza. El segundo tiene que ver con la gravedad y con ser amigo del mundo, de lo mundano. El tercero es la gracia, ser amigo de Dios. Y el cuarto es la despedida y la vuelta a casa”.
(4) “Yo sé que he nacido para ser millonaria / (…) / pero lo que querría es tener / fucking money, man / sólo ver billetes de cien”.
(5) “Quizás este espacio es el espacio de Dios (…) quizás Dios es el único que lo puede llenar”.
(6) “La manzana / que está prohibida / y sólo la miras / te salvarías / pero sin morder”.
(7) Pese a «Mio Cristo piange diamanti», cuya letra, pese a esa referencia franciscana y cristiana, me parece sorprendentemente hueca.

