La fraternidad de los paseantes

Ricardo Morales Jiménez. Alumni UFV

Hay un fenómeno al que difícilmente le encuentro explicación. Se trata de la fraternidad de los paseantes en el entorno natural.

Puede uno estar deambulando por un prado, por la montaña o en mitad de una senda de cabras, que, si se encuentra con un desconocido, lo propio, es saludarle.

Parece ser que existe un protocolo de conducta cuando los espíritus andan a buen paso entre los lirios y las aves del campo. Lo contrario es percibido como una tensión que no toca cuando la brisa te peina las canas y el sol te hace ganar algo de color antes del verano.

En multitud de ocasiones he tratado de llevar esta jovialidad y buena educación a otros entornos. El fracaso ha sido rotundo.  El mismo desconocido que celebraba encontrar vida humana en mitad de la naturaleza, arquea las cejas si uno decide sobresaltarle con un sonoro “buenos días” de camino al supermercado.

No sé cuál es el sistema de vigencias que opera en el monte, pero parece como si las piedras, arbustos y abejas en su febril quehacer, fueran memoria viva de la cortesía. Parece, del mismo modo, que esas maneras no están depositadas de los adoquines de la calle.

O tal vez sea una llamada a la revolución en el estado actual de las cosas.

Tal vez tengamos que empezar por forzar a las aceras y persianas metálicas a que sean depositarias de una actitud más amable hacia el otro. A que sean referentes memorísticos de que hemos sido creados para la relación. Y que dicha relación tiene que empezar por algún lado. Y qué mejor forma que un “hola” lleno de gratitud por haberme encontrado con otra historia viva con la que poder anudarme.

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