¿Dónde queda la ciudad cuando nos quedamos sin calle?

Blanco sobre blanco, obra de Kazimir Malevich. 1918

Alba Muñiz Duque. Alumna del grado de Arquitectura UFV.

El cambio de escenario ha hecho explotar la caja de la creatividad que inmersos en la rutina vamos escondiendo y dejando de lado. La casa va cambiando con la luz del día, se acomoda al ritmo del exterior pero ahora a puerta cerrada. Pero, ¿dónde queda la ciudad cuando nos quitan las calles?

Lo que no ha cambiado es la necesidad de relación, ser con el que tenemos al lado. Ahora, cuando la ciudad se ha quedado vacía, ahora que el escenario no tiene elenco, la ciudad carece de sentido,  como a simple vista un cuadrado blanco sobre fondo blanco, pero a la vez vemos su necesidad de movimiento y hace replantearnos el modelo de ciudad al cuál nos dirigimos (o dirigíamos).

Koolhaas en su ensayo “Ciudad Genérica” vaticina: la calle ha muerto, y yo discrepo. Ahora, más que nunca, podemos recobrar el sentido de la calle, porque la necesidad de relación sigue latente. Me quedo con la afirmación de Ítalo Calvino sobre una de sus ciudades invisibles: “Feliz el que tiene todos los días a Fílides delante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene”, pues ahora es cuando traemos a la mente nuestras calles tantas veces recorridas y las añoramos.

Es ahora, en el momento en que la gente sale a su balcón al caer la tarde, cuando se genera la atmósfera de una plaza en hora punta. Porque necesitamos plaza, necesitamos gente y necesitamos reunión. Esta nueva forma de plaza desde la ventana provoca una amplitud de miras, al horizonte y en vertical. Quizás sea este cambio de mirada el regalo de estos días. Nos permite aire, y nos regala esperanza en comunidad.

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