¿Qué quedará de mi estudio?

Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de universitarios se preguntaba por qué seguir estudiando en medio de los bombardeos, qué bien podrían hacer al mundo desde sus pupitres en lugar de marchar a luchar en el frente. Uno de sus profesores, el admirable C.S. Lewis, les dirigió una carta en la que les hizo ver que su trinchera eran esos libros, que podían contribuir a vencer el mal con el bien de su estudio, a cambiar el mundo viviendo la valentía de cumplir verdaderamente con las exigencias de su vocación de estudiantes. 

En esta época de frenesí, de exámenes y final de curso, podemos recurrir con facilidad a la evasión y al escapismo. El agobio hace que situemos nuestra felicidad en el futuro, refugiándonos en un “estoy deseando que sea verano”. Sin embargo, aunque está bien mantener las ilusiones, hay algo en la realidad cotidiana que nos reclama, que nos recuerda que la entrega de la vida se da en el ahora, que amar es un verbo que se conjuga en presente.  

Y es que el presente es el tiempo para amar precisamente porque en él somos amados. En nuestro ahora recibimos el abrazo de una realidad que nos acoge por quienes somos, por cómo estamos siendo, y no por metas de éxito o promesas de perfección venidera. Reconocer el valor de nuestro ahora nos descubre la belleza de nuestro encargo en esta tierra, que es ir cambiando, con sencillez y discreción, el mundo que nos es dado tocar, comenzando por nosotros mismos.  

Aprender a dar la vida en el hoy, sin aplazamientos ni regateos, es nuestra tarea más importante, aquella en la que nos jugamos la victoria final. Solo así podremos, satisfactoriamente, vivir ya para la sobreabundancia que premia el examen final, ese que consistirá en lo único importante, aquello en lo que debemos empeñar la vida.  

Así que sí, nos va la vida en esto. Comencemos a vivir “deseando que sea hoy”.