¿Éxito o fecundidad?

Creo que son tiempos, los nuestros, marcados por cierta avidez de mediciones.

KPI, porcentajes, diagramas y matrices de resultados… La proliferación de instrumentos de medida nos predispone a concebir ya no un sentimiento trágico, sino profesional, de la vida.

Nada de todo esto es en sí mismo algo malo. Y tal es precisamente la cuestión: porque, del mismo modo, tampoco es algo intrínsecamente bueno.

Otro de los signos de los tiempos quizás sea la celebración de la eficiencia. Pero ¿es la eficiencia un valor en sí mismo? De ninguna manera. Todo depende del sentido o la finalidad hacia la que se halle dispuesta. Hay estrategias para las que no resulta venturoso alentar el pronóstico de un desarrollo eficiente. Efficientiam in veritate.

Os cuento todo esto porque ya lleva un tiempo danzando en mí la distinción entre éxito y fecundidad. Me gustaría que me ayudárais a pensarla.

Yo no quiero ser exitoso. Yo deseo ser fecundo. No quiero navegar iniciativas exitosas. Deseo participar de proyectos fecundos.

¿Cuál es la diferencia entre éxito y fecundidad?   

Voy a tomar prestada otra distinción que escuché a mi amigo Juan Serrano Vicente: la que hay entre deslumbrar y alumbrar.

Lo exitoso es deslumbrante, suscita atracción y fascinación. Pero más allá de lo anecdótico, no propicia una verdadera justificación (¿para qué está hecha la vida?). El éxito consume a sus propios artífices.

Lo fecundo, en cambio, alumbra. En el silencio, en la sencillez de lo pequeño que se realiza sin pretensión de notoriedad, abre caminos por los que se articula un sentido. Alumbrar es dar a luz. Es decir, poner al otro en una posición privilegiada para descubrir la belleza de la vida.

Eso no hay unidad de medida que lo abarque. Pero el sentir de nuestro corazón es veraz cuando lo reconoce.

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