¿Dejarnos la vida en ello?

Hace unos días, Isidro Catela, profesor de Humanidades, iluminaba el Faro Newman con un texto que llevaba por título: “¿Qué te sobra?” Su respuesta era clara. Nos sobran propósitos absurdos y superficiales y nos sobran ídolos. Automáticamente me surgió la pregunta: ¿Y qué nos falta? Nos falta conciencia, nos falta agradecimiento y nos falta alegría. A esta conclusión llegué mientras me recuperaba de una pequeña intervención quirúrgica en casa de mis padres. Ambos encarnaban, al cuidarme, una profunda alegría,  y a mí me hicieron el regalo de tomar conciencia de lo agradecida que debía estar por tenerles cerca. A sus 80 y 90 años, ambos se “dejaron la vida” durante 4 días para ponerse a mi servicio, sonreírme y darme muchísimo amor.

La conciencia nos permite “caer en la cuenta” de los propósitos absurdos que alimentan nuestras aspiraciones y de las falsas promesas que esos falsos ídolos nos proponen. En definitiva, la conciencia nos permite pasar de ese estado automático de sensación de escasez en el que solemos vivir, a ese otro estado en el que nos daríamos cuenta de la cantidad de cosas que tenemos que agradecer.

Lamentablemente, el nivel de conciencia necesario para hacer lo anterior no siempre está presente cuando lo necesitamos. De ahí que, independientemente de cómo nos sintamos o, mejor dicho, cuando más sintamos que no tenemos nada que agradecerle a la vida, es cuando más  debemos practicar una fórmula que se llama: “Hacer como si”. Esta fórmula consiste precisamente en “hacer como si tuviéramos cosas que agradecer” aunque en ese momento no creamos que así sea. La fórmula es bien sencilla: consiste en “pararse”, literalmente una vez al día, y dar las gracias por 3 cosas ordinarias o extraordinarias que tengamos en nuestra vida: podemos dar las gracias por  tener salud, por tener una familia, o por tener amigos. Aspectos que creemos de derecho propio y que, sin embargo, no dejan de ser cosas extraordinarias. Esta simple fórmula de agradecer a diario tiene el poder de  cambiarnos automáticamente la mirada: nos aleja de aquello que creemos que nos falta y nos conecta con el sentimiento de alegría que da el saberse completo aquí a ahora.

Valorar  tanto lo obvio como lo extraordinario, tomar conciencia de la grandeza de lo cotidiano y agradecerlo desde el corazón, nos lleva a la alegría. Una  alegría que, además,  es contagiosa. Las personas alegres encarnan dicha alegría mostrando de forma natural un estado de satisfacción. Son personas que suelen sonreír a menudo, personas que demuestran siempre amor al prójimo y viven constantemente en actitud de servicio. Tres rasgos del corazón que se convierten en faros que iluminan y atraen. Nos hace falta vivir con más alegría, porque la alegría es un signo seguro de que somos agradecidos y es, también, un signo seguro de la vida de Dios en el alma.

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