Acoger con humildad lo que el otro piensa sobre tu quehacer cotidiano requiere de grandes dosis de humildad y apertura. No es fácil. Mi padre, profesor en la Escuela de Telecomunicaciones, pasaba un cuestionario anónimo a sus alumnos para que le evaluaran como docente. Hoy en día esto es una práctica habitual, pero no era así entonces, hace ya más de cuarenta años y menos aún, hacerlo por propia iniciativa. En cierta ocasión, recibió una nota baja en puntualidad y no satisfecho con el resultado, intentó comprender las razones de algo que para él era inexplicable. “Pero si yo soy de los que siempre llega cinco minutos antes de la hora”, les comentó a sus estudiantes con cierta perplejidad. “Precisamente por eso es que llega usted demasiado pronto y no nos da tiempo a hacer un descanso porque siempre empieza en punto”, le contestaron.
Se acerca el momento de pasar los cuestionarios de calidad docente del primer semestre; también los estudiantes se enfrentan en breve a sus exámenes. Cuesta exponerse al juicio ajeno, pero si confiamos (unos y otros) en que puede y debe de haber algo valioso en esa evaluación descubriremos que la retroalimentación o feedback puede ser una oportunidad para nutrirnos y mejorar como docentes, incluso cuando nos sintamos injustamente evaluados.
Deseo que las valoraciones que reciba y aquellas que me toque hacer yo a otros sean fecundas (aunque “escuezan”), nutritivas (que despierten el deseo de mejorar) y a ser posible, con sentido de ida y vuelta; que abran un espacio de confianza y seguridad que posibilite una escucha humilde, sin miedo a ser cuestionados en algo en lo que, quién más y quien menos deja parte de su vida en ello. Vamos, lo que viene siendo un feedback que alimente, sin necesidad de que te atragantes… Que así sea.