Alejandro de Pablo Martínez
Profesor de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria
Enfrentarse a un folio en blanco es un reto. A veces lo asumimos y en ocasiones intentamos postergarlo aludiendo a incapacidad para ello. Pero desde luego ante un folio, proyecto, vida, experiencia, ante la verdad desnuda, nos encontramos con nosotros mismos.
Tal vez lo llenemos de experiencias de otros, de ecos de voces que resuenan en nuestra cabeza, pensando que sus vidas o experiencias sí que merecen la pena ser contadas o escuchadas. Puede que por el contrario queramos romper la baraja en un intento de ser originales, sin caer en adanismo, y busquemos la palabra o acontecimiento especial y singular que nos diga al oído lo grandes y únicos que somos. Tal vez escribamos para otros, buscando su beneplácito o para una idea superior, una mirada de los siglos intentando dejar una pequeña huella. Pero al final, lo hacemos para nosotros mismos.
Sea cual fuere nuestra intención aprendemos algo sin duda: que no somos seres sin conexión, que las premuras o paciencia de otros para con nosotros nos muestran una actitud o faceta de nuestro interior que desconocíamos. Nuestra vulnerabilidad, defectos o incapacidades son gracias que nos colocan en el sitio justo y apropiado, ni tan alto como nos ubica nuestro ego ni tan abajo como el demonio susurra al oído. Nuestros logros, capacidades y aptitudes también son un regalo que al entregarlo a otro nos beneficia, nos hacen salir de nosotros. Una suerte lo mires por donde lo mires.
Y es la mirada de otro la que nos pregunta quiénes somos. El alumno o el hijo, el compañero o el colega, el amigo o el esposo no nos escuchan tanto como nos creemos, pero sí nos miran. Y ese lenguaje no verbal, que da más información de la que en ocasiones querríamos confesar, es el que va repartiendo nuestro ser alrededor. Poder pensar y escribir sobre esto es un don.
Al poner en un texto nuestro interior, al querer comprenderlo, estamos viviéndolo en perspectiva. Y cuando tomamos distancia sobre las emociones y las circunstancias propias, seremos capaces de no tomarnos tan en serio, de reírnos de nosotros mismos y así tener la suerte de no terminar nunca de divertirnos; al escribir intentaremos adentrarnos y hacer silencio para descubrir el ruido que nos invade y no nos deja escuchar; y tal vez con suerte, al entrar en el tiempo y sosegarlo, al reposar las palabras para no poner por escrito tonterías, descubriremos el verdadero tiempo de las cosas, seremos capaces de interpretar con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Todo será un maestro. Y quien es capaz de asombrarse, de dejarse enseñar por el mundo descubre la belleza que hay en él. Un regalo exclusivo para ti.
Por eso escribimos, pedimos que escriban y leemos lo que otros han escrito. Porque hay una belleza oculta en cada persona que Dios ha dispuesto para este mundo.