Eduardo Navarro Remis. Instituto Desarrollo y Persona
Lo más difícil siempre son las relaciones personales. Llevarnos bien con quienes nos rodean, en casa, el vecindario, el colegio, en la sociedad… En uno de sus artículos para la prensa, el genial escritor inglés G.K. Chesterton decía que el mandamiento de amar al prójimo y el de amar al enemigo encierra muchas veces la paradoja de que se aplica a la misma persona (Illustrated London News, 16 de julio de 1910).
Todo ámbito de relaciones humanas aspira a una comunión, una unión en la diferencia. En la escena vemos a Melvyn (Jack Nicholson), un solitario escritor con un carácter maniático y obsesivo. Además de ser una persona sumamente egoísta, casi siempre que abre la boca ofende a alguien. Pero algo cambia en su vida cuando conoce a Carol (Helen Hunt). De pronto, encuentra un motivo para cambiar. Ciertamente Melvyn tiene limitaciones de salud que le llevan a expresar sin filtros lo que piensa. Pero también es capaz de encontrar las palabras adecuadas y tocar el corazón de Carol.
En estos días que vamos a pasar más tiempo juntos podemos intentar fijarnos más en las cosas positivas de quienes nos rodean. Y no solo fijarnos, también decírselo. Aprender a decir bien las cosas buenas es todo un arte y, como tal, se puede entrenar. Como tips de comunicación cabe recordar que, al igual que al realizar una crítica, la alabanza debe ser concreta. En vez de decir “¡Eres un desastre!”, es más conveniente (y efectivo a la larga) decir “Tu cuarto está hecho un desastre”. El juicio es sobre los actos, nunca sobre la persona. Por su parte, decirle, por ejemplo, a tu hija “qué guapa eres”, no sirve, es genérico. En cambio, ir a lo concreto es decirle “¡Qué ojos tan bonitos tienes!”, descubrirle con admiración y sinceridad sus dones.
Con esto en mente, busquemos desde el amor decir cosas bonitas a nuestra familia y amigos. Si Melvyn puede… ¡todos podemos!
«En segundo lugar, que no nos podemos curar de una pasión más que con otra pasión; un amor desviado con un amor mayor; un comportamiento negativo con un comportamiento positivo que no niega, sino que asume el deseo subyacente al primero. Cualquier esfuerzo que se contente con enfrentarse directamente a una conducta negativa sin darse cuenta de que detrás de ella existe alguna esperanza o alguna necesidad positiva que se ha de reconocer, jamás conseguirá su objetivo. Una ascesis “en bruto” que no haga un esfuerzo de inteligencia y comprensión para tener en cuenta lo que una correcta antropología puede enseñarnos acerca del hombre; que no distinga detrás de esas conductas erróneas cuáles son las necesidades que —de modo más o menos inconsciente— buscamos colmar; que no proponga una satisfacción legítima o un trueque compatible con la vocación de la persona, una ascesis así está condenada al fracaso». J. Philippe, La libertad interior, Rialp, 2003 Madrid