Que el ser humano está llamado a vivir en armonía parece evidente. Sentir que todo lo que nos rodea tiende a presentarnos una oportunidad cada día de ser felices, de poder ponerse en juego con aquellas personas que se cruzan en nuestro camino, de dar y recibir…suena bien, ¿no?
Pero si somos únicos e irrepetibles, y muy humanos también, cada amanecer nos abre un horizonte en el que tantas veces no podemos elegir (casi nunca, realmente) lo que nos va a suceder en nuestro quehacer cotidiano, y en esa búsqueda de armonía que nos ayude a tener un buen día, me atrevo a sugerir un truco, a modo de resorte, que pueda colaborar en este reto diario.
Sabiendo que el despertador irrumpe abrupto en nuestro sueño… tomemos un breve respiro tras ese posible brinco en la cama, y dejemos reposar por unos segundos el inicio de la jornada, solo unos pocos instantes… ¿qué, sale ya, nos viene a la mente una melodía, una canción, la banda sonora de una película? ¡Vamos, alguna hemos tenido que escuchar en el coche, en el hilo musical de un hospital, siquiera un tarareo al cruzarnos con un transeúnte por la calle, un joven que lleva sus airloquesea en las orejas y se le escapa el estribillo del temazo de moda!
Nos puede valer cualquiera de esas canciones para activar la empatía en ese momento de sacar la pierna y buscar la primera zapatilla, y levantarse ya con el otro pie enfundado. Son solo cuatro acordes los que dibujan – por ejemplo– lovin´ you de Minnie Riperton si tenemos la fortuna de escuchar gorriones madrugadores piando por la ventana, o Sara de Fleetwood Mac si golpeas inconscientemente con la rodilla la puerta del baño.
Si llegas así a la ducha, hay más posibilidades – presumo- de que las rutinas aparenten ser nuevas y la jornada sea mejor para ti, y para los que te rodean. Si no te llega fácil a la cabeza melodía alguna, piensa en el regalo de cada nuevo día y musita desde tu interior: ¡música, Maestro!