¿Cuál era el número PIN?

Cada vez que reinicio el smartphone y me pide el PIN recuerdo a mi abuelo y su primer móvil. Se lo regalamos con gran ilusión, aunque a él no le convencía la idea. Mi primo abrió la caja y empezó a cargarlo. Puso la SIM y le preguntó: ¿Cuál es el número PIN? Mi abuelo no lo dudó y dijo con voz fuerte: ¿El número PI? ¡Tres, catorce, dieciséis!

Así era él: de oído regular, pero qué firmeza y qué memoria. Nos contaba episodios de su vida con todo lujo de detalles. Eran otros tiempos. Hoy, en la era de los datos infinitos y el acceso ilimitado, se subestima el valor de los recuerdos. Nuestros archivos se almacenan en la nube, confiados a una copia “segura” que hacen otros. Y si olvidamos cuánto vale – o no lo sabemos– un buscador con IA resuelve la duda. Sin embargo, ¿qué pasa con todos esos datos que no son de dominio público? ¿Dónde se guarda lo que nos negamos a publicar en redes sociales? ¿Quién hace el back up de mi memoria más íntima? ¿Cómo poner a salvo lo que nos pertenece en exclusiva y queremos recordar? 

Recordar, del latín re-cordis, es volver a pasar por el corazón. Es revivir, y no hacerlo supone silenciar la voz de la experiencia. ¿Por qué recordamos? Por necesidad: es propio del ser humano querer retener o salvar lo vivido, lo que entra en la categoría de lo memorable, como Julián Marías escribiera, «decisiva en todo conocimiento histórico y en toda reminiscencia de lo vivido o dicho». ¿Para qué recordamos? Para recuperar lo valioso de nuestra vida. 

¿Qué podemos hacer para no olvidar? Propongo volver a los cuadernos de bitácora. Mas allá de una costumbre romántica, este diario personal nos previene ante la prisa y el exceso de datos. Un imprescindible en mi viaje privado de cada día, donde alojar los aprendizajes memorables. Haz la prueba, aunque cueste un poco. Apúntalo, para recuperarlo cuando te haga falta. Nos merecemos recrearnos en lo que nos hizo crecer. Y para ti, ¿qué es vital recordar?

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