¿Cómo de necesario es conocer a los alumnos?

TÚ NO SABES QUIÉN SOY, nunca me has llamado por mi nombre” me espetó hace poco un alumno. Yo sabía cómo se llamaba, de dónde venía, que hacía trampas, que parecía interesarle muy poco la carrera y poco más, pero su reclamación de atención me golpeó.

Nos preguntamos si el sistema educativo da buenos resultados «académicos», sin darnos cuenta de que estar bien educado, no es solo saber medicina, economía o arquitectura, sino saber conducirse por la biografía hacia una vida lograda y plena, y ello implica saber el lugar que ocupamos en el mundo y cuál es nuestro papel como protagonistas de nuestro destino.

Un buen sistema educativo debería poder detectar a aquellos alumnos que a su edad prefieren morir que vivir, porque están inmersos en una enfermedad que no les permite ver la realidad con claridad, ni juzgarse a sí mismos con justicia, y por eso «aprender» les resulta coyunturalmente tan difícil como irrelevante.

Los malos resultados académicos puntuales no son siempre consecuencia de una mala docencia, ni de falta de inteligencia o esfuerzo por parte del alumno, en ocasiones son la evidencia de una vida interior atormentada. Cada día son más los que habitan ese oscuro lugar. Se sienten pequeños, inútiles, tristes y avergonzados independientemente de su valía real. Se creen raros, y que eso solo les pasa a ellos, cuando es muy común. Su enfermedad les impide valorarse con claridad y justicia.

Un sistema educativo que no tiene ojos para ver y atender esto (cuando el alumno decide compartirlo, que no siempre ocurre), no está sabiendo hacer frente a su misión. Saberse el nombre es imprescindible, pero saber QUIÉNES SON Y CÓMO ESTÁN es la forma más eficaz de enseñarles. ¿Tenemos tiempo y voluntad de abordar así la vital tarea de la educación? Puede salvar vidas.

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