¿Acción de gracias?

Ya hace tiempo que, por inicio de año, vuelvo los ojos a la celebración yankee* de Thanksgiving, no sólo porque mis amigas del colegio -esas con las que llevo compartiendo vida más de 30 años- tienen a bien juntarse a cenar conmigo con motivo de la fiesta en cuestión.

Y sí, damos gracias, sobre todo por nuestra amistad, que tantos años después no deja de asombrarnos. Por lo distintas que somos y lo divergentes que han sido los caminos que cada una ha ido tomando. Parece que la amistad, cuando alcanza un hondo grado de profundidad en el origen, no puede ya desvanecerse. Es como si fuéramos árboles de distintas especies que comparten una misma raíz, anclada en un lugar firme y profundo de la tierra del pasado.

Esta cena anual nos lleva siempre de vuelta con una sonrisa a aquellas tierras, también a los nuevos brotes del árbol, también a sus ramas podridas. Las miramos con el cariño que solo pueden proyectar los ojos del amigo, constatando las palabras de Aristóteles, pues “nadie querría vivir sin amigos, aun estando en posesión de todos los otros bienes”. Y brindamos por ello.

Con tanto brindis casi olvido que el objeto de estas letras no era tanto ensalzar la amistad, como hablar de agradecimiento. A un mes vista de terminar el año, Acción de Gracias me parece un auténtico Kairós, el momento oportuno para ser conscientes de aquello que es más grande que nosotros, de todos los dones que hemos recibido.

Pienso en ello estos días y me asaltan las cuestiones más peregrinas. Pero, ya saben, “de lo que rebosa el corazón, habla la boca”. ¿Acaso somos conscientes de aquello que anida en nuestro corazón?: el canto gregoriano, la nieve en Denver, un artículo de García-Máiquez, ser madrina de alguien, las palabras de perdón de un hijo, el espíritu de servicio de otro, tu marido calentando tu lado de la cama, los sacerdotes, los sacramentos, la paciencia de mi madre, el Beato de Liébana, la sabiduría de mi padre, los tomates cherry, el solera, ¿la profesora de pilates?, un hermano incondicional, Dani el de Rodilla, Van der Weyden, las médicos de cabecera, fuet y Mahou, el otoño, el concurso de belenes de la UFV, la crema de calabaza, la llamada de las 9:05…

No sé si han hecho ustedes este ejercicio de dejar que salgan así, a bocajarro, los afectos del corazón. Los grandes y los pequeños, que están ahí, tan escondidos en lo cotidiano, que a veces ni los vemos. Deberíamos dar gracias por todos ellos al menos una vez al año y… si es con amigos, mejor.

* Por cierto, me cuentan que posiblemente Pedro Menéndez de Avilés fue el primero en festejar tan magno evento, en 1565, en el territorio de San Agustín, Florida. Así que los españoles bien podemos incorporar sin complejos a nuestro calendario esta fiesta iniciada por un compañero patrio.

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