Para los que no lo sabéis aún, Enid Blyton —autora, entre otras muchas, de las famosas novelas de aventuras Los Cinco, que han hecho las delicias de varias generaciones de jóvenes desde la primera mitad del siglo XX hasta nuestros días— ha sido cancelada. Se han reescrito sus textos: cambio de palabras, de expresiones, de descripción de personajes y de acciones que realizan. Todo al servicio de lo políticamente correcto.
Y pensaréis: “¿Habrá excesiva violencia física o verbal en sus textos? ¿Presentará contravalores en las acciones de sus personajes? ¿Serán estos un modelo poco fiable para los jóvenes?”. Los que habéis leído las inocentes historias de Santa Clara o Torres de Malory, sabéis que no es así. Pero aunque lo fuera, ¿qué editor tiene derecho a cambiar sin consentimiento una sola coma a una de las personas que más ha hecho por la lectura en el pasado siglo?
Y no es la única, Hergé y su Tintín, Disney y su Peter Pan o Aladdín; incluso Roald Dahl y La fábrica de chocolate o Matilda. No penséis que esto ocurre solamente en el ámbito infantil y juvenil, sino en cualquiera: 1984, de George Orwell; Final de partida, de Samuel Beckett; Maus, de Art Spiegelman; Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, o Matar a un ruiseñor, de Harper Lee.
Es la nueva quema de libros en la hoguera del siglo XXI. Hay algo malvado en todo este movimiento, y no es nuevo. Recordemos cómo los regímenes autoritarios comienzan prohibiendo libros y resignificando el vocabulario de uso común. Pura condescendencia que destila relativismo. ¿Cuál es el límite? ¿Qué otras obras pasarán por la trituradora? ¿Será censurada también tu historia, el relato que te cuenta, la narración que configura tu vida?