¿Benedictino y universitario? El carisma de San Benito en la visión de la universidad de San John Henry Newman

Carmen Cortés Pacheco

Profesora Adjunta de Teoría y Filosofía del Derecho de la Universitat CEU Abat Oliba

Dra. Carmen Cortés
Departamento de Derecho y Ciencia Política,
Facultad de Derecho y Empresa,
Universitat Abat Oliba CEU,
CEU Universities,

Calle Bellesgaurd 30, 08022, Barcelona, España
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San John Henry Newman, probablemente el converso al catolicismo más importante del siglo XIX, fue beatificado en 2010 por el Papa Benedicto XVI, canonizado por el Papa Francisco en 2019 y, muy próximamente, será proclamado Doctor y copatrón de la misión educativa de la Iglesia junto a Santo Tomás de Aquino.

Este intelectual anglicano, figura destacadísima del Movimiento de Oxford, consagró su vida a la educación y a la formación universitaria. Tras su conversión, el Papa Pio IX y el episcopado irlandés le encomendaron la fundación de la Catholic Universty of Ireland, de cuya labor como rector (1854-1857) surgiría su célebre obra “La Idea de la Universidad”.

En ella, Newman concibe la universidad como la sede del “Saber Universal”, una comunidad dedicada a la totalidad del conocimiento. Creemos que para comprender en profundidad esta visión, resulta imprescindible considerar la influencia que el carisma benedictino ejerció sobre su pensamiento. En sus Benedictine Essays, Newman presenta la espiritualidad de San Benito —centrada en la contemplación, el trabajo, la acogida y la moderación— como modelo para la vida universitaria.

La Universidad como verdadera comunidad para el saber universal

La enseñanza de Newman sobre la universidad está presente en sus sermones, discursos y conferencias como manifestación de su experiencia vital. Tras estudiar Literae Humaniores en el Trinity College (1817-1820), permaneció en Oxford como fellow del Oriel College desde 1822 al 1845, donde compaginó la docencia con el ministerio en la iglesia de Saint Mary. Su vida universitaria y pastoral se desarrollaron unidas, reflejando el vínculo entre su vocación intelectual y apostólica.

En 1851 recibió el encargo de fundar la Universidad Católica de Dublín. De aquella misión y de su labor como promotor y rector de la nueva universidad nacieron las nueve conferencias que componen “La Idea de la Universidad”, una verdadera filosofía de la educación universitaria. En el primero de estos discursos afirmará que “los principios que voy a desarrollar ahora bajo la sanción de la Iglesia, han sido profesados por mí desde aquel período de mi vida en el que la religión era para mí más un asunto de sentimiento y experiencia que de fe” (Newman, 1996, p.42).

De estos escritos se desprende que, para Newman, la universidad es una comunidad de saber cuyo fin es el cultivo del conocimiento por sí mismo. Defiende la “educación liberal” como lo propio de la Universidad, una educación de la razón reflexiva orientada a la “perfección o virtud del intelecto”, a la que llama “filosofía”, “ensanchamiento de la mente” o “iluminación”. Este saber es libre de fines utilitarios: “saber liberal es sólo aquél que se basa en un régimen propio, que es independiente de sus resultados, que no busca complemento alguno, y se niega a ser conformado (…) por ningún fin, o absorbido dentro de otra actividad” (Newman, 1996, p.130).

Desde esta perspectiva, la misión universitaria sería esencialmente intelectual -dejando en un segundo plano la formación práctica e incluso descartando una educación técnica o especializada. La Universidad, dirá, “educa el intelecto para que razone bien en todos los temas, para que tienda hacia la verdad y la asimile”. (Newman, 1996, p. 144.)

Si bien Newman insiste en que el fin directo de la universidad es intelectual y no moral, esta distinción no implica una separación. El cultivo del intelecto genera, como ya se ha dicho, un hábito mental o filosófico que también se caracteriza por la libertad, la serenidad y el sentido de la justicia. Este hábito, a su vez, no puede completarse sin la transmisión de la fe y el cultivo de la teología, pues excluir a Dios, que es la Verdad fundante de toda realidad, sería una infidelidad a la misma naturaleza del saber que la universidad se propone enseñar. La teología no es solo verdadero conocimiento, sino que además lo es en grado sumo, es la ciencia más importante porque “la Verdad religiosa no sólo es una porción, sino una condición de conocimiento. Eliminarla no es otra cosa que deshacer el tejido de la enseñanza universitaria”. (Newman, 1996, p.97)

Newman subraya que “esta antigua y universalmente extendida ciencia teológica” no puede ser ignorada “sin llevar a cabo una explícita negación de la verdad” misma (Newman, 1996, p. 96). La universidad, por tanto, solo cumple su misión cuando integra la teología en el conjunto del saber, alcanzando una síntesis entre fe y razón.

El carisma benedictino en la educación y la vida intelectual

Esta síntesis armónica entre fe y razón, tal como la concibe Newman, encuentra su modelo espiritual en la tradición benedictina. Tras su conversión, Newman profundizó en el conocimiento de San Benito y su Regla, expresando su admiración en ensayos como “La Misión de San Benito” y “Las Escuelas Benedictinas”, recogidos en Historical Sketches.

Debemos tener presente que, durante el periodo en que impartió aquellas conferencias o discursos que configurarían su “Idea de la Universidad”, también elaboró unos ensayos a modo de artículos que serían publicados en los primeros números de la incipiente revista de la nueva universidad irlandesa. La revista universitaria se llamó Atlantis y en su número inaugural apareció aquel primer artículo dedicado a “La Misión de San Benito”.

Newman presenta a San Benito, junto con Santo Domingo y San Ignacio, como uno de los grandes educadores del Occidente cristiano. Llama a San Benito “Patriarca de Occidente” y ve en él la raíz de la tradición intelectual antigua.

Newman reconoce que los benedictinos no fundaron universidades, pero sus monasterios fueron auténticas scholae servitii Domini, centros de cultura y espiritualidad donde el estudio, la oración y el trabajo se unían en obediencia y silencio. Para él, San Benito no buscó innovar, sino conservar “la civilización que se desmoronaba a su alrededor”. El monacato benedictino respondió a la llamada de preservar toda la verdad, el bien y la belleza asumida y comprendida en la Revelación cristiana.

En aquellas antiguas escuelas monásticas se enseñaba Escritura y las siete artes liberales. Pero su propósito se dirigió a custodiar ese saber y comunicarlo, más que a desarrollarlo. Newman elogia este espíritu benedictino del trabajo intelectual que no pretendía la investigación ni buscaba un resultado original ni brillante, nada que “exaltara o absorbiera la mente ni violara la sencillez y la tranquilidad propias del estado monástico” (Newman, 1909, p.418). De ahí que si los monjes merecen algún elogio es por haber “rescatado la historia, sagrada y profana, de la barbarie de los tiempos” (Newman, 1909, p.418) y haberla transmitido. Este es un rasgo del “carácter benedictino” y también es, según Newman, el sentido y la misión de la Universidad: la transmisión del saber a los alumnos más que cualquier otra labor. Llegará a decir que “si el fin de una Universidad fuera la investigación científica y filosófica, no veo por qué habría de tener estudiantes” (Newman, 1996b, p.27).

De igual modo, la universidad moderna debe ser fiel al tesoro que le ha sido legado custodiándolo, y priorizando esa transmisión del saber -sobre la investigación desmedida- con el fin de hacer de baluarte contra la nueva barbarie nihilista. De este modo, quizá suceda como en aquel tiempo en que, sin saberlo, y gracias a aquel espíritu de resistencia benedictina, se “renovaron los cimientos del mundo, mientras pensaban que sus muros estaban a punto de caer y que ya veían los fuegos del juicio a través de las grietas” (Newman, 1909, p.437).

Por otro lado, el espíritu benedictino es también una escuela de humildad y “mortificación del intelecto”, pues “el único objetivo (…) de la vida benedictina (…) era vivir en pureza y morir en paz (…). Le importaba poco el conocimiento (…) o el éxito (…). No analiza, se maravilla; su intelecto no intenta comprender este mundo multiforme (…). Reconoce solo una causa (…) la Primera y Suprema” (Newman, 1909, p.452). Esta moderación protege al intelecto del orgullo y orienta el saber hacia su verdadero fin último que será de orden sobrenatural, pues se trata de conocer, amar y dar culto a Dios tal y como Él se nos revela.   

Newman observa que también hoy la vida intelectual está amenazada por “la tentación de enorgullecerse de la propia inteligencia”. La recuperación del espíritu benedictino introduciría un sano equilibrio ordenando el saber a a fines espirituales superiores, limitando la vía analítica mediante la contemplación y la obediencia.

En este sentido, el espíritu de las escuelas benedictinas -precursoras de las grandes universidades-, si se perdió, debe ser restaurado porque en él se encarnó lo que Newman entiende como el ideal de la vida intelectual: “esa maravillosa unión de oración, penitencia, trabajo y obra literaria, el verdadero otium cum dignitate, un ocio fructífero y una dignidad de corazón manso” (Newman, 1909, p. 408)

El Santo Cardenal Newman nos ofrece aún otro aspecto del carisma educativo benedictino que puede ser edificador de la verdadera vida universitaria: la actitud poética. Frente al cientificismo que “investiga, analiza, pesa y mide”, la mente poética es “receptiva, admirativa, contemplativa (…), exige que no nos coloquemos por encima de los objetos (…) sino a sus pies” (Newman, 1909, p. 387). Para Newman, esta disposición —hecha de humildad y docilidad— constituye la base de un conocimiento que nace de la admiración. En lugar de ver el conocimiento y la filosofía como una «problemática que resolver y zanjar», la actitud benedictina la percibe como un misterio que acoger y admirar.

Finalmente, en el espíritu y la tradición de la Regla de San Benito encontramos un último principio valioso para la configuración de la vida universitaria: la hospitalidad benedictina. El precepto de recibir al huésped “como a Cristo mismo” (suscipiatur ut Christus) ofrece también un modelo para la universidad: esta debe ser un alma mater, una comunidad acogedora, donde profesores y alumnos se enriquecen como consecuencia de ver transformando en verdadero encuentro humano la transmisión del conocimiento.

La pertinencia del espíritu benedictino hoy

El ideal de Newman, más allá de defender el Saber Liberal y reclamar el estatus de la Teología como verdadera ciencia en la configuración de lo genuinamente universitario, se comprende plenamente a la luz del espíritu benedictino. Este confiere a la universidad un modo de vida integral: disciplina intelectual, humildad, contemplación y acogida fraterna.

La tradición benedictina ofrece a la universidad contemporánea un antídoto contra el utilitarismo, el pragmatismo individualista, el tecnicismo y la fragmentación del saber. No se trata de restaurar las antiguas escuelas monásticas, sino de recuperar su espíritu y el principio benedictino que está presente en toda educación cristiana: quaerere Deum, orientar todo conocimiento a la búsqueda de Dios.

Verdaderamente, la espiritualidad benedictina ilumina la propuesta educativa newmaniana: aboga por una vida universitaria donde la razón y la fe se hallan integradas, la teología ocupa su debido lugar promoviendo un hábito filosófico que dirige todo el saber a la Verdad última, así como una experiencia de encuentro y pertenencia profundamente sólida que redunda en la misión de la Universidad como baluarte de la Verdad.

Sin duda, a la luz de la enseñanza de San Benito y su Regla, el nuevo Santo Doctor de la Iglesia hace suya la enseñanza de Santo Tomás de Aquino asentada en su Comentario a la Epístola de San Pablo a los Efesios: que todo el saber -y la vida universitaria- deben ordenarse a la caridad de Cristo que supera toda ciencia humana.

 

           


Bibliografía

Newman, J. H. (1996) Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, traducción, introducción y notas de José Morales, EUNSA, Pamplona.

Newman, J. H. (1909) Historical Sketches, vol. II, Longmans, Green & Co, London, New York and Bombay.


Carmen Cortés es profesora adjunta de Teoría y Filosofía del Derecho en la UAO CEU, delegada del Instituto de Humanidades Ángel Ayala en Barcelona, ha promovido el seminario “La Universidad Católica en la era de la posverdad” en la UAO CEU y ha intervenido en diversos seminarios y jornadas sobre la Universidad y J. H. Newman, destacando la ponencia “Dios, Verdad y Universidad en J. H. Newman”, en la Jornada académica conmemorativa: “San John Henry Newman, un ideal de sabiduría y humanismo para el s. XXI”, celebrada el 28 de febrero de 2020 en el Colegio Mayor de San Pablo (Madrid).

El Instituto Newman de la Universidad Francisco de Vitoria comparte mensualmente una serie de publicaciones dedicadas a John Henry Newman para profundizar en la vida, el pensamiento y el legado de este gran santo y analizar su relevancia para nuestra vida y la vivencia universitaria actual.

Su nombre tiene el San delante desde octubre de 2019 pero nuestro Instituto lleva su nombre desde hace 20 años. Merece la pena conocer a esta figura, entender porque nos gustaría ir siguiendo su huella en esta casa, la Universidad Francisco de Vitoria. De ahí que compartamos con vosotros cada mes un breve artículo o pieza audiovisual explicando la hondura de este personaje de la mano de profesores universitarios que admiran su inteligencia de la fe y su inteligencia de la realidad.

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