Esperar

El sentido (o su falta) se nos muestra antes en la pregunta “¿por qué sucede?” que en la pregunta “¿qué son las cosas?”. Pero mientas que esta última pregunta se contesta con sustantivos, la primera requiere también del poder de interrelación que entrañan los verbos. Así, en estas líneas quisiera reparar en uno de esos verbos que desde su altura nos permite asomarnos como desde un amable balcón al misterio mismo del sentido de la realidad: esperar.

Hoy pareciera que todos los esfuerzos del hombre moderno se dirigen a eliminar la espera del abanico de experiencias propias de la vida humana. Esperar ha pasado a tener el valor negativo de aquello que hemos de soportar como la indeseable condición de la convivencia pacífica y de la limitación de los medios y posibilidades a nuestro alcance.

Salvo que seamos (i.e.: paguemos) premium, habremos de esperar pacientemente nuestro turno para que nos atienda el médico, llegue nuestro envío o vuelva a pasar el transporte público.

Todo esperar es sentido como la pérdida de tiempo que nos permite avanzar en la cola del supermercado de la existencia. Una suerte de obstáculo temporal que los avances técnicos se han de encargar hacer cada vez más “corto”.

Pero esperar encierra en sí un valor positivo cuando lo miramos libres de la compulsión de nuestros deseos, necesidades y caprichos. ¿Qué sucede realmente cuando esperamos? ¿Qué significa esperar? La espera nos muestra el tiempo como forma misma de la existencia. Esperar significa reconocer que el hombre no solo vive el presente, sino que lo sobrevive, de modo que puede detectar en él una carencia de plenitud que, no obstante, es sentida como una plenitud merecida. Y precisamente es en busca de esa plenitud que el presente pide pero que no puede procurarse solo, que el hombre se sacrifica en su ahora para ganarse en el después. Así, esperar es vivir ya el futuro, es trasformar el futuro en porvenir. Esperar es traer el futuro al presente, vivir el futuro antes de que llegue, hacerlo presente. Un presente en que nos topamos con una falta, con un “no, pero que gracias al futuro podemos relativizarlo en un “todavía no. Así, la espera es el testimonio de la finitud misma en tanto que manifiesta que al presente le falta presencia, es decir; que hay cosas que faltan, que hay ausencia, que hay lo que no está, lo que está por venir.

Quizás por eso, respecto de aquellas faltas más hondas, aquellas ausencias que nos hacen también ausentes a nosotros, la única forma que tengamos de convivir y combatir el violento “no” que nos imponen sea con la espera(nza).

El silencio que se guarda frente las tumbas o las fotos de nuestros muertos se parece a los silencios en los rellanos de hospitales y en los andenes de las estaciones. En todos ellos se reconoce al presente como falto de presencia. Pero al mismo tiempo se eleva esa presencia faltante a la categoría de necesaria e imprescindible.

La esperanza es confiar en que el “no” es un “todavía no”; que lo que el presente nos niega hoy, nos lo está guardando el futuro. Por eso esperar es aguardar, guardar hoy lo que no está todavía precisamente en su “no estar” y en su “todavía”.

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