Una pregunta hasta sus límites

Desde hace veinte años, tengo el honor de cerrar la puerta de un aula, encender un proyector, contar alumnos y, algunas veces, ver cómo se ilumina una mirada que comprendió algo o escuchar una pregunta que te atraviesa, que cambia hasta el color del día y que se queda contigo para siempre. 

A veces también he contado sillas huérfanas: las de los alumnos que no vuelven. Éstas, las sillas vacías, han sido siempre las más pesadas.  Las guardo en mi corazón con el rostro, ya siempre adolescente de sus propietarios. Junto con ellas, viven algunas de esas preguntas que mis alumnos llevaron a sus límites, que retaron su inteligencia y mis prejuicios desde lugares insospechados.  

¿Por qué el cielo es azul?”, “¿qué es la luz?”, “¿cuántas veces tengo que intentarlo antes de rendirme?”, “¿para qué sirve el cine?”, “¿si no me comunico, me muero?”.. Todas surgen en el contexto de una explicación más o menos técnica y farragosa de cómo funciona una cámara de video.  Hace años descubrí que estas asignaturas prácticas son un imán para las preguntas profundas y decidí acompañar esa ruta.  

Cuando hablan de la cámara, mis alumnos vocacionales, suelen verse a ellos mismos. Son pronto conscientes de que la cámara es solo una extensión de su mirada en el mundo.  

Con la prudencia de quien pisa carne de templo, explico que la cámara se alimenta de luz. Sin luz, no puede producirse la imagen, pero el objetivo de la cámara tampoco está preparado para recibir una luz demasiado potente y tiene unos rangos en los que puede manejar la intensidad lumínica. Fuera de estos límites, si apuntamos directamente a una fuente de luz intensa, el flare hará que salgan perlas en la imagen, esos destellos indeseados que nos arruinan la foto o la grabación.  

Espero y veo la inquietud en unos ojos… y  llega la pregunta de exploración: “Si no hay nada de luz, ¿la cámara no emite ninguna señal?”  

En realidad no es así. La cámara siempre emite señal, incluso cuando no hay luz. En ese caso, emite una pequeña, misteriosa y despreciable señal que llamamos corriente de oscuridad.   

Y entonces se produce uno de esos milagros del aula: otra alumna, desde el final de la sala, responde a la primera  que las cámaras están hechas para emitir y que, si no reciben luz, emitirán oscuridad… y llegan las preguntas que no puedo responder, que iluminan el aula más que el proyector: “¿cómo se mide la oscuridad? ¿Si me acerco a la luz, daré mejores imágenes? ¿Podemos acercarnos sin filtro a la luz?  ¿Por qué ocultar los defectos en la imagen? 

Yo también pienso que las perlas son hermosas y muestran la cicatriz de una herida en la ostra, pero me parece pronto para hablarles de eso y  respondo:  “Claro, Ícaro, puedes acercarte a la luz, pero déjame que vaya contigo en ese primer vuelo y que construyamos juntos unas alas a la medida del objetivo con el que sales al mundo”. Prefiero guardar su pregunta y no su silla.  

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