Paula Martínez del Mazo. Instituto John Henry Newman

Cuando veo los dibujos de los niños con el característico arcoíris pegados en las ventanas y leo “todo va a salir bien” no puedo evitar pensar en las personas que han perdido algún ser querido durante esta pandemia y que tienen que toparse con estos carteles. Acto seguido me pregunto si verdaderamente todo está saliendo bien y la respuesta es un no desgarrador que me deja triste.

¿Somos unos optimistas empedernidos pero, en definitiva, necesitados de un optimismo falso que nos consuele mientras el dolor no llame a nuestra puerta?¿Por qué tenemos esta urgencia de decirnos y decirle al mundo que todo va a salir bien?

Creo, corríjanme si me equivoco, que responde a un deseo profundo del corazón de que la fragilidad de esta vida no tenga la última palabra. El “todo va a salir bien”, más que una afirmación categórica, es nuestro grito, nuestro deseo en estado puro. ¡Qué misterio! No podemos dejar de desear la felicidad en todas las circunstancias de la vida, aún en las que la realidad nos pega de bruces evidenciando que no todo está saliendo bien.

El domingo pasado los cristianos celebrábamos que hay uno que dice con poder y con verdad que todo va a salir bien; que el mal, el dolor y la muerte no tienen la última palabra. Esta pandemia es una oportunidad de oro para verificar si la promesa del acontecimiento cristiano es verdadera hoy y ahora para cada uno de nosotros. El desafío es enorme. Por suerte no estamos solos en el camino.

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