Sin ensayar

José Carlos Villamuelas

Director del Colegio Mayor Francisco de Vitoria de la Universidad Francisco de Vitoria

Me encanta el teatro. Sobre todo me gusta ese momento en el que, ya sentados en el patio de butacas, se han dado los últimos avisos para que, por favor, apaguemos los teléfonos móviles y la sala está ya a oscuras. Algo va a suceder y la expectativa es máxima. 

Creo que hay algo profundamente humano en el teatro. Sobre las tablas vemos no solo una historia representada, sino la vida misma reflejada, exagerada, enfrentada o celebrada. En el teatro, curiosamente, hay mucha verdad. En el teatro nos miramos sin máscaras, paradójicamente a través de personajes que sí las llevan, o al menos las llevaban en el mundo clásico. 

Es en el teatro donde nos encontramos, en vivo y en directo, con personajes que pueden ser antagonistas nuestros. Al principio nos incomodan, pero a medida que profundizamos en la historia entendemos que todos, en algún momento, albergamos sombras en el corazón. El teatro no nos invita a juzgarlos, sino a comprenderlos y a vivir su historia. Y al comprenderlos, nos comprendemos un poco más a nosotros mismos. 

Y es que hay veces que necesitamos cuentos, parábolas, historias… dramas breves donde un hijo se va y vuelve arrepentido, donde un caminante se detiene a auxiliar a alguien que sufre, donde un patrón sorprende con su generosidad. Necesitamos ver, escuchar, imaginar… vivirlo en primera persona. Porque una verdad solo cala cuando toca nuestra vida y llega al corazón.  

El teatro tiene algo de confesionario, algo de espejo y algo de catarsis. El actor se pone en la piel del otro, se expone ante los demás, se arriesga. No se trata solo de actuar, sino de encarnar. En cierto sentido, es una experiencia de encarnación: hacer carne la historia del otro para cobre vida, para que los demás puedan verla y, quizás, encontrarse en ella. 

Hoy más que nunca necesitamos un teatro que no solo entretenga, sino que despierte. Que no solo nos divierta, sino que nos convierta. Que no tenga miedo de mostrar el dolor, la esperanza, la lucha, la redención. Un teatro que nos recuerde que somos humanos, que no estamos solos, que hay sentido, que hay belleza… incluso en la tragedia. 

Al final nos descubriremos actores en este gran escenario que es la vida. Pero qué distinto es actuar sabiendo que no se trata de fingir, sino de vivir con verdad. Que la obra que protagonizamos no es nuestra, pero desde luego que cada uno tenemos nuestro mejor papel, aunque no lo podamos ensayar. 

 

AUTOR  

Ya sé que si para ser el hombre elección tuviera,  

ninguno el papel quisiera del sentir y padecer;  

todos quisieran hacer el de mandar y regir,  

sin mirar, sin advertir  

que en acto tan singular  

aquello es representar,  

aunque piense que es vivir.  

Pero yo, Autor soberano,  

sé bien qué papel hará  

mejor cada uno;  

así va repartiéndolos mi mano 

 

(El gran teatro del mundo -  Pedro Calderón de la Barca) 

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