Aunque esta no es la pregunta. La pregunta es más difícil: ¿se puede amar libremente? Y, más difícil todavía, ¿qué es aquí ser libre? ¿Amamos libremente cuando un baile hormonal nos impide pensar con claridad, determina nuestras acciones y nos impone su criterio a través de un cataclismo emocional? Y cuando el enamoramiento relaja su punzón y nos permite respirar, ¿se puede amar a un humano, hombre o mujer, con sus limitaciones, defectos, cambios de humor, pasiones y rencores? Y de nuevo esa no es la pregunta, porque amar, o medio amar, sabemos que se puede pero, ¿y para siempre? ¿Se puede para siempre?
Por más que nos duela, amar solo es posible cuando con la mente limpia, el corazón tranquilo y el espíritu en paz miramos a ese otro, misterio intenso, y dando un paso adelante, ahora sí con total libertad, decimos: te quiero. Sí, te quiero. Es un paso que exige previamente reconocer la insensatez que es esperar del otro la felicidad que nuestro ser anhela, que él o ella no viene a responder a ese deseo interior e infinito, que no es capaz, que no podemos esperar ni exigir tal cosa. Quien cree que el otro es la respuesta a su anhelo acabará por destruirlo y, en el camino, se destruirá a sí mismo.
La respuesta a ese deseo está en otra parte, y el amado o amada habrá de ser una buena compañía para ir a buscarla.