El valor de lo escondido

Tras la expansión, llega la contracción: acabadas las bandejas de polvorones, recogidos los adornos del árbol, guardadas las figuritas del belén que esperan pacientes en su caja hasta el próximo año, comienza la antaño conocida como cuesta de enero. Esta denominación refiere principalmente a la acusada pendiente (metafórica) que nos toca subir en un mes de austeridad económica tras el dispendio en celebraciones, regalos y viajes varios.

Pero no solo eso: la Navidad se vive como una celebración constante de las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura y eso supone vivir hacia afuera durante más de quince días: familia, amigos, compañeros de estudios y de trabajo; comidas, cenas y algún desayuno en la churrería de turno; supermercados, escaparates, colas y rebajas; misas, villancicos y cabalgatas; aeropuertos, gasolineras y remontes… toda ocasión navideña ha propiciado el encuentro con conocidos o muchedumbres anónimas, con propios y ajenos, siempre en contacto directo con otros. Ahora toca replegar velas y entrar en uno mismo, al menos a todos aquellos a los que les quedan varios exámenes por rendir.

Ya sabemos que has estudiado muchísimo durante las vacaciones, (excusatio non petita) pero ahora llega la recta final y estas próximas semanas serán de poco sueño, muchos codos y más café. Es esta una de las épocas del año en la que vas a pasar más tiempo contigo mismo, solo con tus ilusiones y tus miedos, con tus ganas y tu cansancio, hacia adentro, muy hacia adentro. Y ahí, en lo escondido, está el tesoro.

Dice el filósofo Higinio Marín que “en la tradición literaria los tesoros suelen estar escondidos en sitios que solo se abren si se dicen unas ciertas palabras o enterrados en lugares a los que solo se puede llegar mediante un mapa del que solo se tiene una parte”. Pero no nos referimos a tesoros de oro y piedras preciosas, no; aquí hablamos del tesoro que lo es por el hecho de estar escondido.

Toda gran prueba conlleva un tiempo de meditación, recogimiento, oración… En los grandes eventos deportivos lo llaman concentración; ante unas elecciones, jornada de reflexión; los caballeros medievales velaban armas la noche anterior a entrar en la orden; Jesús se preparó durante treinta años antes de salir a la luz en lo que conocemos como vida oculta. Las hazañas importantes requieren de observación, consideración y estudio silencioso y discreto.

Lo que nadie ve es mucho más valioso que lo que se airea a los cuatro vientos; lo que permanece inalterable en nuestro corazón sin peligro de corromperse con el tiempo —como ocurre con el oro y los diamantes, es lo más preciado—. Así que paladea y aprecia en su justa medida este periodo que te es dado para preparar la batalla, no desfallezcas; piensa en la promesa que alberga ese tesoro.

Sigue Marín: “En realidad emprender una búsqueda para encontrar algo con solo medio mapa o sin conocer la clave secreta es algo parecido a lo que hacemos con la propia vida, cuyo secreto y destino nos resulta en buena medida incierto”. Así, el tesoro y su promesa; tus ilusiones y tus miedos; el valor de lo escondido; al fin y al cabo, la victoria ante esta batalla —y ante tantas otras que te quedan por luchar—, todo ello no es otra cosa que la misma vida.

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