Estábamos dialogando en clase y, al utilizar con cierta naturalidad la expresión “cantos de sirena”, me di cuenta por los ojillos de mis alumnos que la gran mayoría no la había escuchado en su vida. Por el mal vino el bien de contarles la historia de Ulises que regresa a casa, donde le espera Penélope, y la tentación de las cantarinas sirenas que pretenden seducirle. Los marineros, a menudo, quedaban embelesados con la música y saltaban del barco para poder escuchar mejor, pero, como la Caperucita a la que engaña el lobo, se acercan tanto, tanto que terminan por ahogarse en las aguas.
Ulises resistió. Siguió el consejo de Circe y ordenó que todos los hombres de la nave se tapasen los oídos con cera, mientras él se ataba al mástil del barco, con los oídos destapados y rogándoles a sus compañeros de viaje, que pasara lo que pasara, no le desataran. Un alumno, sin filtros y con absoluta bonhomía, nos soltó entonces, en plena clase: “anda, eso es lo que me pasa a mí con mi novia y con mis amigos”. Reímos. Nos reímos mucho. Esos son los amigos, los que te vinculan, los que te atan porque te quieren libre. Piensa, por un momento, en cuáles son tus amigos de verdad, los que te atan al mástil. Los otros, los que te desatan, bajo promesas de falsa liberación, no son amigos, son cómplices.