El Blue Monday me ha recordado que, a veces, los días son muy tristes. Como justo el lunes no me pasó nada especial, estuve pensando en cuál fue mi día más triste de 2024.
¿Fueron los días de vacaciones en una casa incomodísima, fría, húmeda y sin suficiente espacio? ¿Cuándo nos dieron el aviso de que la abuela se moría? Agua de borrajas. Ni aquel alojamiento era tan malo ni la abuela se murió.
¿Sería cuando me operaron? No diría que fueron días tristes, aunque ciertamente lo hubiesen sido si la salud no hubiera regresado tan diligentemente o, mejor dicho, si los analgésicos no existieran.
Sigo pensando. Me acuerdo a medias de una temporada de bajón. Seguramente fue una interpretación injusta de una frase sacada de contexto, pero a mí se me vinieron encima mis 45 años y la nostalgia de las expectativas de los 20 que ya no se cumplirán. Lo tenía todo menos una respuesta al significado del tiempo. Esos sí fueron días tristes y, de alguna manera, me cambiaron.
También una discusión me trajo días máximamente tristes. Pero pasó el invierno y el sol de la primavera derritió el enfado como por arte de magia.
Llegó el fin de curso, las vacaciones y la vuelta a Madrid. Cuando el verano se acaba, siempre tengo ganas de recuperar la rutina, pero, enseguida, viene el agobio y, con él, la tristeza cotidiana. Nada del otro mundo.
Al acabar el año es cuando llegó la gran tristeza y se hizo el silencio. Un compañero ha fallecido en los primeros minutos de 2025. Justo el pasado martes nos juntamos para seguir queriéndole, para agradecer su vida y para confortarnos ante el fin que a todos nos espera.
Haciendo repaso de días “blue”, he descubierto que el malestar y la añoranza de belleza son, para mí, motivos de tristeza. Aunque es peor estar lejos de los míos, y, sobre todo, la pelea y la distancia interior (ni siquiera me imagino lo triste que sería no tener a nadie). La insatisfacción que me constituye me hace a menudo estar triste, igual que aquello que percibo como injusticia. También la enfermedad y el dolor cuando no se pasan; el cansancio, el agobio y la desmotivación. La muerte se lleva la palma y, con ella, el paso del tiempo.
Y todo esto, ¿por qué te lo cuento? Pues porque he descubierto que la tristeza es descarada y no tiene pelos en la lengua. No para de preguntarme quién soy yo de verdad. Insiste en recordarme que vivo para disfrutar, para la belleza, para reír, para ser amada y para amar, para aportar al bien común y para crear bienes nuevos, para la justicia y la salud del cuerpo y del alma, ¡para vivir para siempre con los que quiero! Hace urgente la necesidad de encontrar algo que dé sentido a todas las cosas que me ponen tan triste. Me manda buscar otra Razón, otro Amor, otra Alegría, otro Alguien.
Y a ti, ¿qué te pone triste?